4.15.2015

SI ME DAN A ELEGIR, ME QUEDO CON LA ESCUELA INCLUSIVA



Hace ya veinte años que Bengt Lindqvist fue nombrado especialmente por el Secretario general de la Naciones Unidas Relator Especial sobre Discapacidad de la Comisión de Desarrollo Social , inicialmente por un período de tres años. Su mandato fue renovado dos veces por las resoluciones del Consejo Económico y Social, en 1997 y en 2000, respectivamente. Los informes del Relator Especial, Sr. Lindqvist, presentan sus conclusiones sobre la promoción y vigilancia de la aplicación de las Normas Uniformadoras y esbozan sus puntos de vista, según lo solicitado por la Comisión, y su futuro desarrollo.
Alrededor de estos informes se desarrollan las ideas de la Escuela Inclusiva, especialmente la necesidad de integrar a TODOS los niños en el sistema escolar. Siempre se ha entendido que ello era beneficioso para los niños con necesidades especiales y, también, para los demás niños. La integración reproduce la sociedad tal como es. Si se requieren esfuerzos especiales o adicionales para mantener la educación de todos, pues eso es lo que hace falta.
A estas alturas del siglo debería ser innecesario argumentar a favor de la escuela inclusiva.
En ese ámbito me resulta especialmente notorio que en este país se mantengan escuelas exclusivas, especialmente con una exclusión basada en el sexo del alumnado.
Probablemente no hay debate: las escuelas exclusivas no son buenas para los niños.
Los pediatras deben incluir en su evaluación preguntas sobre la escuela y, en todo caso – es decir: en todos los casos–ofrecer su consejo y recomendaciones.

Allué

4.14.2015

TODOS NO VOLAMOS IGUAL


Un hombre encontró el capullo de una mariposa. Un día, apareció en él una pequeña abertura. El hombre se sentó y observó durante varias horas cómo la mariposa luchaba, esforzándose para poder pasar a través de ese pequeño agujerito.
El hombre pensó que no progresaba, que la mariposa había llegado al límite de sus posibilidades y que no podía seguir avanzando; entonces, decidió ayudarla.
Tomó una tijera y cortó el pedacito restante del capullo.
La mariposa, entonces, salió muy fácilmente. Pero tenía el cuerpo hinchado y las alas pequeñas y arrugadas. El hombre siguió observando a la mariposa, esperando que, en cualquier momento, las alas pudieran agrandarse y expandirse para poder soportar el cuerpo que, de un momento a otro se contraería.
Pero esto no sucedió; la mariposa pasó el resto de su corta vida arrastrándose con el cuerpo hinchado y las alas encogidas, y nunca llegó a volar.
El hombre no había comprendido, en su buena intención y apuro por ayudar, que el obstáculo del capullo y la lucha necesaria para que la mariposa pudiera pasar por la diminuta abertura , era el modo en que la naturaleza obligaba a que el fluído del cuerpo de la mariposa llegara hasta sus alas para que estuviera en condiciones de volar, una vez liberada del capullo.

EL HOMBRE DISPERSO


Había una vez, un hombre muy creyente que había llegado a un momento en su vida en que no sabía qué hacer, qué camino seguir, se encontraba muy desorientado. Entonces, se puso a orar y pidió a Dios que le envíe una señal, que él gustoso la tomaría y serviría para decidir qué camino seguir.
Un día, paseando por la pradera, decidió sentarse a la sombra de un árbol, y observó que a pocos centímetros de él, se encontraba un pequeño coyote herido, sangrando. Muy sorprendido quedó cuando vió que un tigre se aproximó al animal, lo olfateó, pero no le hizo nada, se retiró y, al rato, apareció con una laucha que había cazado para darle de comer al animal herido.
Más tarde, el tigre volvió al lugar con el buche lleno de agua, que depositó al lado del coyote, para que éste bebiera.
El hombre, estaba muy sorprendido, ¿cómo era que el tigre no se comió al coyote, aprovechando que estaba en desventaja, por estar herido?
¡Ésta era la señal que tanto esperaba!
El hombre, volvió al pueblo, se sentó en el banco de la plaza con un plato en una mano y el gorro en la otra, esperando que alguien se ocupe de él, tal como lo hizo el tigre con el coyote.
Pero la gente pasaba, lo miraba, y nadie colocaba nada en su plato, tampoco en su sombrero.
Pasaron los días, y el hombre cansado, desalineado, con hambre y sed, dirigió su mirada al cielo y con una actitud de reclamo, le habló a Dios diciendo: ¡Me engañaste, me enviaste una señal, hiciste que yo la interpretara, y cuando la pongo en práctica, me doy cuenta de que no resulta!!
Y Dios le contestó:
Te mandé la señal que me pediste, pero la interpretaste mal. ¿Quién te dijo que tú eras el coyote a quien otro tiene que cuidar?
¿No se te ocurrió pensar que tu camino es el del tigre, que sirvió al otro?

EL VERDADERO DESTINO SE ESCRIBE CON LÍNEAS TORCIDAS


En un lejano país de Occidente, vivía una muchacha llamada Fátima, hija de un próspero hilandero.
Un día, su padre le dijo:
- Hija, haremos un viaje juntos. Tengo que resolver algunos asuntos en las islas del Mediterráneo, y`puede que tú  encuentres por allí a un joven apuesto y de buena posición con quien te puedas casar.
Se pusieron en camino, viajaron de isla en isla. Mientras su padre se ocupaba de los negocios, Fátima soñaba con el marido que pronto podría tener.
Pero un día, cuando se dirigían a Creta, se desató una tormenta y el barco naufragó. Fátima, casi inconscientemente, fue arrastrada hasta una playa cerca de Alejandría. Su padre había muerto y ella se quedó completamente desamparada.
La experiencia del náufrago y el hecho de haber sufrido las inclemencias del mar, la habían dejado exhauta, y apenas vagamente conseguía recordar su vida hasta ese momento.
Una familia de tejedores le encontró deambulando por la playa. Pese a ser pobres, la recogieron, la llevaron a su humilde casa y le enseñaron su oficio. Así fue como Fátima comenzó una nueva vida, y dos años más tarde volvió a ser felíz, una vez reconciliada con su suerte.
Pero un día, cuando se encontraba en la playa, la sorprendíó un grupo de mercaderes de esclavos, y de repente, se encontró prisionera en un barco junto a otros cautivos.
Durante el viaje, Fátima se lamentaba amargamente de su destino, pero ellos no demostraron ninguna compasión, la desembarcaron en Estambul y la vendieron como esclava. Era la segunda vez que su mundo se desmoronaba.
En el mercado, no había demasiados compradores. Uno de ellos, era un hombre que buscaba esclavos para trabajar en su serrería, donde fabricaba mástiles para embarcaciones.. Cuando advirtió el abatimiento de Fátima, decidió comprarla, pensando que podría ofrecerle una vida un poco mejor que la que tendría en manos de otro comprador. La llevó a su casa, con la intención de que fuera la criada de su esposa. Pero al llegar, supo que había perdido todo su dinero: unos piratas, le habían robado todo el cargamento de mástiles. Ahora, ya no podría hacerse cargo del sueldo de sus empleados, y a partir de ese momento, la dura tarea de fabricar mástiles, quedó en manos de él, su mujer y Fátima.
La muchacha, agradecida a su amo por haberla rescatado, trabajó tan arduamente y con tanto ahínco, que él decidió concederle la libertad. Fátima, continuó trabajando como mano derecha del fabricante de mástiles, y así, llegó a ser relativamente felíz, con su tercera profesión.
Un día, su patrón le dijo:
- Quiero que tú y mi agente, viajéis a Java, con un cargamento de mástiles. Tratad de venderlos a un buen precio.
Iniciaron la travesía, pero cuando el barco estaba frente a la costa de China, un tifón lo hizo naufragar. Una vez más, Fátima se encontró abandonada en una playa de un país desconocido. Y lloró nuevamente con amargura, porque sentía que en su vida nada ocurría como ella esperaba. Siempre que las cosas parecían andar bien, sucedía algo que echaba por tierra sus esperanzas.
- ¿Por qué- se preguntó por tercera vez, siempre que intento hacer algo no va bien?. ¿Porqué debo sufrir tantas desgracias?
Como no obtuvo respuestas, reunió fuerzas, se levantó y se alejó de la playa.
En China, nadie había oído hablar de Fátima, ni de sus problemas. Sin embargo, existía una leyenda, que decía que llegaría un día una mujer extranjera, capaz de hacer una tienda para el emperador. Como en aquella época, no había nadie en China que supiera hacer tiendas,todos esperaban con ansiedad el día en que se cumpliese la profesía.
Para tener la certeza de que era extranjera, al llegar, no pasase inadvertida, una vez por año, los sucesivos emperadores de China, solían enviar mensajeros a todas las ciudades y aldeas del país, para pedir que toda mujer extranjera, fuera llevada a la corte.
Precisamente ese día, Fátima, agotada,llegó a una ciudad de la costa de China. Los habitantes del lugar hablaron con ella a través de un intérprete y le explicaron que debía presentarse frente al emperador.
-Señora, ¿sabéis fabricar una tienda?- le preguntó el emperador cuando Fátimo estuvo ante él.
 -Creo que sí- respondió ella.
Fátima pidió cuerdas, pero no tenían. Recordó entonces sus tiempos de hilandera, consiguió lino y, ella misma las fabricó.
Después pidió tejido resistente, pero los chinos no tenían del tipo que ella necesitaba. Entonces, poniendo en práctica los conocimientos que había adquirido con los tejedores de Alejandría, fabricó un tejido fuerte, apropiado para fabricar una tienda.
Se percató también de que necesitaba estacas, pero tampoco había en todo el país. Recordó lo aprendido con el fabricante de mástiles de Estambúl, y fabricó unas cuantas estacas resistentes.
Cuando todo el material estaba preparado, se esforzó por recordar todas las tiendas que había visto en sus viajes. Y así fue como Fátima consiguió construir una hermosa tienda.
Cuando tal maravilla fue mostrada al emperador de China, éste se dispuso a satisfacer cualquier deseo qe Fátima expresare. Ella quizo quedarse en China. Allí se casó con un apuesto príncipe y, rodeada de sus hijos, vivió muy felíz.
A través de estas aventuras, Fátima comprendió que todas aquellas experiencias que había tenido en diferentes momentos de su vida y que le habían parecido tan desagradables, terminaron constituyendo una parte esencial en la construcción de su felicidad.

SABER VALORAR REQUIERE SABIDURÍA


Un joven concurrió a un sabio en busca de ayuda.
- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
- E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-.
- Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro!   
Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.
- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
- ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
- ¿58 monedas? -exclamó el joven-.
- Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

JORGE BUCAY


Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia:
-Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez... 

                                                                                         

FRANCIS SCOTT FITZGERALD


“Abrimos al azar una puerta que parecía importante y entramos en una biblioteca gótica, de techos altos y paredes recubiertas de roble inglés tallado, probablemente transportada completa desde alguna ruina de ultramar.
Un individuo corpulento, de mediana edad, con gafas enormes y ojos de búho, algo borracho, se sentaba en el filo de una mesa grande y, titubeante, se concentraba en mirar los anaqueles de libros. Cuando entramos, giró sobre sí mismo, nervioso, y examinó a Jordan de pies a cabeza.
-¿Qué les parece? –preguntó con verdadero ímpetu.
-¿Qué?
Señaló hacia los libros con la mano.
-Eso. Y no tienen que molestarse en comprobarlo. Lo he comprobado yo. Son de verdad.
-¿los libros?
Asintió.
-Absolutamente de verdad: tienen páginas y todas esas cosas. Pensé que serían de cartón hueco, resistente. Pero son absolutamente de verdad. Páginas y… Fíjense, déjenme que se lo demuestre.
Dando por sentado nuestro escepticismo, se precipitó hacia los estantes y volvió con el primer volumen de las Conferencias de Stoddard.
-¡Miren! –exclamó triunfalmente-. Es una pieza auténtica de material impreso. Había conseguido engañarme. Este tipo es un verdadero Belasco. ¡Qué triunfo! ¡Qué meticulosidad! Y también supo dónde pararse: las páginas están sin cortar, sin abrir. ¿Pero qué esperaban ustedes? ¿Qué querían?
Me arrebató el libro y lo devolvió corriendo a su estante, murmurando que si quitáramos un ladrillo toda la biblioteca podría venirse abajo.
-¿Quién les ha traído? –preguntó-. ¿O ustedes han venido por su cuenta? A mí me han traído. A casi todo el mundo lo traen.
Jordan lo miraba muy atenta, feliz, sin responder.
-A mí me ha traído una mujer que se llama Roosevelt –continuó-. La señora Claud Roosevelt. ¿No la conocen? Yo la conocí anoche, no sé dónde. Llevo casi una semana borracho, y pensé que sentarme un rato en una biblioteca a lo mejor me despejaba.
-¿Ha funcionado?
-Un poco, sí, creo. Todavía es pronto para decirlo. Sólo llevo aquí una hora. ¿Les he dicho lo de los libros? Son de verdad. Son…
-Nos lo ha dicho.
Le estrechamos la mano solemnemente y salimos.”
                              
“A medio camino entre West Egg y Nueva York la carretera confluye de pronto con la línea del ferrocarril y corre a su lado cerca de cuatrocientos metros, como si quisiera evitar cierta extensión de tierra desolada. Es un valle de cenizas: una granja fantástica donde las cenizas crecen como el trigo hasta convertirse en cordilleras, colinas y jardines grotescos, donde las cenizas toman la forma de casas y chimeneas y humo y, por fin, en un esfuerzo trascendental, de hombres de ceniza que se agitan como sombras y se deshacen en el aire polvoriento. De vez en cuando una fila de vagones grises se arrastra por una vía invisible, se estremece en un crujido espectral y se detiene, e inmediatamente los hombres de ceniza salen como un enjambre con palas que parecen de plomo y levantan una nube impenetrable que nos oculta sus misteriosas operaciones.
Pero sobre la tierra gris y las ráfagas de polvo inhóspito que soplan incesantemente sobre ella, se distinguen, al cabo de un momento, los ojos del doctor T. J. Eckleburg. Los ojos del doctor T. J. Eckleburg son azules y gigantes: sus pupilas casi alcanzan un metro de altura. No miran desde una cara, sino desde unas enormes gafas amarillas que se apoyan en una nariz inexistente. Algún oculista insensato y bromista los debió de poner ahí para aumentar su clientela en la zona de Queens, y luego se hundió en la ceguera eterna, o los olvidó y se fue a otra parte. Pero sus ojos, algo deslucidos por los muchos días expuestos a la lluvia y al sol sin recibir jamás una mano de pintura, siguen meditando tristemente sobre el solemne vertedero.
Un riachuelo sucio limita el valle de cenizas por uno de sus flancos,  y, cuando el puente levadizo se alza para que pasen las barcazas, los pasajeros de los trenes pueden quedarse media hora contemplando el lúgubre lugar mientras esperan. Es inevitable detenerse allí, aunque sea un momento, y precisamente por eso conocí a la amante de Tom Buchanan.”



4.13.2015

GÜNTER GRASS

Shlomi Nissim

"En nuestros antiguos mitos no existía el fuego: caían rayos, se incendiaban espontáneamente los pantanos, pero nunca conseguíamos conservar la lumbre; se nos moría siempre. Por eso nos comíamos el tejón, el anta o la perdiz blanca crudos o desecados sobre piedras. Y, muertos de frío, nos acurrucábamos en la oscuridad.
Entonces nos dijo la madera podrida: "Aquel cuya carne es también bolsa debe subir hasta el Lobo del Cielo. El Lobo custodia el fuego original del que proceden todos los fuegos, incluso el rayo.
Tuvo que ir una mujer, porque el cuerpo del hombre no tiene bolsillos. Así pues, una mujer trepó por el arco iris y encontró al Lobo del Cielo echado junto al fuego original. Acababa de comerse un crujiente asado. Le dio a la mujer un resto. Ella masticaba todavía cuando él dijo con tristeza: "Sé que vienes a buscar el fuego. ¿Tienes una bolsa?"
Cuando la mujer le enseñó su bolsa, él dijo: "Soy viejo y ya no veo. Échate a mi lado para que pueda probarte."
La mujer se echó junto al lobo. Y él probó su bolsa con su miembro de lobo hasta que, agotado, se quedó dormido sobre ella. Después de aguardar un rato y otro rato más, la mujer hizo que su probador resbalase fuera de su bolsa, lo echó a un lado apartándolo de sí -porque seguía sobre ella-, se levantó de un salto, se sacudió un poco, cogió tres brasas del fuego original y las escondió en su bolsa, donde inmediatamente devoraron, chirriando, el esperma del lobo.
Entonces despertó el lobo, que debía de haber oído o sentido cómo el fuego consumía su semilla en la bolsa de la mujer. Dijo: "Estoy demasiado exhausto para quitarte lo que me has robado. Pero óyeme bien: el fuego original dejará una marca donde tu bolsa se abre. Te quedará una cicatriz. Esa cicatriz te picará siempre. Y como te picará, desearás que alguien venga y haga desaparecer el picor. Y cuando no te pique, desearás que alguien venga y haga que te pique."
La mujer rió; las brasas no le hacían daño porque la bolsa estaba húmeda aún. Tanto se rió que tuvo que cruzar las piernas. Y, todavía riendo, le dijo al lobo cansado: "Viejo carcamal. No te metas con mi bolsa. Te voy a demostrar lo que puedo hacer. Te vas a asombrar".
Se situó con las piernas abiertas sobre el fuego original, poniéndose dos dedos ante la bolsa, para que no cayera nada, y orinó sobre el fuego hasta que lo apagó. Entonces el viejo Lobo del Cielo se echó a llorar, porque ya no podría volver a comer asados crujientes y tendría que engullirlo todo crudo. Al parecer, eso fue lo que hizo a los lobos de la Tierra asesinos y enemigos del hombre.
Justo a tiempo bajó la mujer a la Tierra por el arco iris, que ya palidecía. Volvió a su horda gritando, porque ahora tenía su bolsa seca y se quemaba con los carbones. "¡Aya! ¡Aya!" bramaba, y en ese sonido primitivo encontró su nombre.
La cicatriz de la entrada de su bolsa, que el viejo Lobo del Cielo había predicho le picaría, se llamó luego clítoris o pepitilla, pero es todavía hoy objeto de controversia entre los sabios que investigan el origen del orgasmo.
Ahora teníamos fuego. Nunca se nos apagaba la lumbre. Siempre había un penacho de humo. Sin embargo, como fue una mujer la que nos trajo el fuego, nosostros, hombres sin bolsas, pasamos a depender de las mujeres. Ya no podíamos sacrificar al Lobo del Cielo, sino sólo al Anta Hembra del Cielo. Durante mucho tiempo nada supimos de la función ni del origen de la picante cicatriz. Porque Aya, cuando volvió y se hubo desfogado, sólo nos contó, como de pasada, que el viejo Lobo había sido amable con ella; que él le había preparado un asado de liebre sobre el fuego; que el asado sabía a gloria celestial; que ahora conocía la cocina; que se había quejado al lobo de lo frío y oscuro que era todo aquí abajo; que, entre todos los sacrificios en su honor, el lobo prefería las terneras de anta; que ella le había limpiado la zarpa trasera izquierda -que supuraba- y se la había curado con hierbas medicinales que siempre llevaba consigo; que, por ello, agradecido, le había regalado tres brasas del fuego original; y que el Lobo del Cielo -a pesar de las supersticiones masculinas- era una Loba. 
No nos contó nada más. Y yo tampoco nada si no hubiera meditado mucho sobre la íntima cicatriz y estudiado la pepitilla de Ilsebill a la luz de otros mitos. No obstante, el rodaballo no quiso creérselo. Él sólo cree en su Razón." 

4.10.2015

LA RESPUESTA PUEDE SER DE LO MÁS NATURAL

Corfú

Hoy, mi hijo me ha preguntado por qué nuestro perro prefiere descansar en un lugar determinado y no en otro. Mi respuesta ha sido la siguiente: 
Si dejamos un perro en un lugar al que no esté habituado, tras darse una vueltecita por allí, se acomodará en el espacio más sano energéticamente, comprobaríamos que a buen seguro el perro ha elegido el sitio más adecuado para descansar y reponer su energía. Es sabido que los muchos pueblos nómadas antes de colocar sus tiendas dejaban que sus animales, especialmente los perros, se tumbaran a descansar para ponerlas en ese lugar, ya que sabían que estos animales escogen sitios para dormir que para los humanos son favorables.

CARTA DEL JEFES SEATTLE AL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS, F. PIERCE

Nico

Fue escrita como respuesta al presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, cuando este envió en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Washington. A cambio, promete crear una "reserva" para el pueblo indígena. El jefe Seattle respondió en 1855 este texto:.
El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.
Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.
La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.
Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.
No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.
¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.
El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire el animal, el árbol, el hombre todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.
Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.
La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.
Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.
Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.

4.09.2015

HÁBITOS O COSTUMBRES CUYO ORIGEN ES SIEMPRE UN PENSAMIENTO





















Los viejos hábitos persisten hasta en tus gestos. Los hábitos son fáciles de mantener porque no necesitas ser consciente de ellos; se mantienen por sí solos.Veamos un simpático ejemplo: 

Mullá Nasrudin estaba enfermo y fue hospitalizado. Al cabo de un rato alguien llamó a la puerta y entró una mujer de aspecto enérgico. 
Ella dijo: «Soy su médico. Desnúdese, he venido a examinarle».
Mullá preguntó: «¿Del todo?».
La doctora contestó: «Sí, del todo».
Así que se desnudó.
La mujer lo examinó y luego le dijo: «Ya puede usted acostarse. ¿Tiene alguna pregunta que hacer?».
Mullá Nasrudin dijo: «Sólo una: ¿por qué se ha molestado en llamar a la puerta?».
La mujer respondió: «La fuerza de la costumbre».



4.05.2015

PEREZA

El Bosco

Era un hombre muy devoto que todos los días pedía a su dios que le diera una buena cosecha. Día tras día iba al seminario de la aldea y rezaba para poder tenerla ese año. Pasó el tiempo y la cosecha no se producía y no podía entender por qué su dios no le escuchaba. Transcurrieron los días y, aunque mantenía su firme e inquebrantable devoción, nada había cambiado. Un día decidió dirigirse a su dios diciéndole:  
- Mi Señor, he venido aquí sin interrupción en días soleados y de tormenta, con frío y calor, he cumplido con mis rituales correctamente, ¿Por qué no me escuchas? ¿Por qué te has olvidado de mi cosecha? 
Y entonces ese día su dios le respondió:
- No te he olvidado, y estoy presente cada día en tus plegarias, pero al menos, ¡planta tus semillas!


4.02.2015

PALACIO DE CNOSOS

Plano

Dice la leyenda que entre los laberínticos muros del Palacio de Cnosos se escondía el mítico Minotauro, un monstruo mitad hombre y mitad toro producto de los prohibidos amores de la reina Pasifae, esposa del rey Minos, con un so- berbio ejemplar de astado.
Esta identificación no resulta extraña, puesto que se trata de un complejo formado por más de 1.500 habitaciones en 17.000 metros de construcción. Las estancias fueron añadiéndose progresivamente, lo que dio lugar a un tortuoso dédalo de corredores y salas que, por su forma intrincada, recordaban al mítico laberinto que albergaba al monstruo. El toro era el animal más representativo de esta civilización: además de varios frescos de estuco en relieve con distintas escenas taurinas -entre los que destaca la enorme cabeza de un toro rojo- y otras representaciones de este animal, el patio central del palacio estaba destinado a la tauromaquia y al pugilismo. La magnífica civilización minoica se desarrolló en la isla de Creta y vivió su momento de mayor esplendor en torno al 1600 a.C., pero el primer palacio se construyó aproximadamente en el 2000 a.C. y se reconstruyó de nuevo tras un terremoto que asoló la Isla alrededor del año 1700 a.C.
El palacio no está fortificado, aunque un muro lo delimita al oeste y al sur, ya que carece de muralla defensiva. Sus paredes se sostienen sobre alzados de madera, material del que también están construidos los fustes de las columnas. Esto indica que sus constructores eran conscientes de que la madera soporta mejor los terremotos, tan frecuentes en la isla. Sorprende, también, la perfección de su red de saneamiento, compuesta por tuberías de terracota que conducen el agua a las habitaciones y recogen la que sobra en todo el circuito.
El británico Arthur Evans descubrió este gran complejo de edificaciones en 1900, cuando exploraba la capital del reino minoico durante varios siglos. Los atisbos de la riquísima decoración del enorme conjunto palaciego permitieron a su descubridor ejercitar su imaginación. De modo que algunas de sus actuaciones en el palacio han provocado polémica. 


                                  MODELO DE COMENTARIO DE TEXTO FILOLÓGICO El objetivo del comentario filológico es datar el texto a través ...