12.31.2012

LIBRO DE LAS HORAS


Henry VIII, Siglo XV



La miniatura muestra dos partes de Adrian martirio. Él está sentado sobre el yunque, sus intestinos que ya han caído, como dos verdugos comienzan a cortarle las piernas. Adrian mira hacia el cielo, mientras que en el fondo Natalia reza contento, el emperador, a la izquierda, dirige la tortura. N. de la R.
El Libro de Horas de Henry VIII está ubicado en la Morgan Library & Museum , en Nueva York, bajo H.8 etiqueta (Henry 8). Recibe su nombre del posible pero no probado del siglo XVIII, tradición que mantiene el Rey Enrique de Inglaterra, que fue propiedad de este manuscrito espléndido. Este lujoso libro de Horas - He visto mucho, pero el detalle de cada iluminación en este manuscrito en particular hace que este único - recibe su nombre del rey Enrique VIII de Inglaterra, segundo monarca de la Casa de Tudor. Sobre el autor, Jean Poyer , fue un pintor francés en miniatura y iluminador de manuscritos, activo desde 1483 hasta su muerte. Él trabajó en las cortes de Luis XI de Francia , Carlos VIII de Francia y Luis XII de Francia .
El manuscrito contiene los textos estándar de calendario, lecciones del Evangelio, las horas de la Virgen, las horas de la Cruz, las horas del Espíritu Santo, Salmos Penitenciales con Letanía de la Oficina de los Muertos, y Sufragios, así como una serie de oraciones accesorio común .
Referencias: (interno) ver otros mensajes relacionados con facsimilium-The amazing "Libro de Horas de Rouen", Siglo 15 y el Libro de horas (uso de Roma), siglo 15. Referencias externas: cerca de El Libro de Horas de Henry VIII, Yo te recomiendo el editor español Manuel Moleiro página web (versión en Inglés está disponible). Para el resto de este post, me centraré en la espléndida calendario situado en primer manuscrito-capítulos:

( enero) En el interior, el señor de la casa se ​​encuentra en su comida, de espaldas a la chimenea, como su esposa, más cerca del fuego, calienta las manos. Mientras que una fuerte nevada cubre la tierra, un trabajador lleva unos pocos troncos de la pila de leña en la casa.


Trabajo en febrero no es muy diferente de enero. El señor de la casa, ricamente vestido con prendas forradas de piel y sombrero, levanta los pliegues de su ropa, lo mejor para calentar el trasero. Su atención ha sido capturado por su criado, que entra con jarras de vino.

En el mes de marzo de principios de la primavera, el trabajo comienza al aire libre con el trabajo típico de la poda de la viña. Trabajadores recortar las vides sin hojas y atarlos a la parra. Un barril de madera para la bebida está en primer plano.

En abril, el paisaje se torna verde y vivo, y la actividad del mes no es laborioso, pero uno de la clase ociosa. Un joven foppishly vestido, con las manos llenas de flores de primavera recién elegido, espera mientras su amiga teje las flores en una guirnalda.

Otros participa par tranquilamente del placer de mayo, la reunión, el primer día del mes, de la floración o foliación ramas. Mientras que un perro poco a poco lleva a la pareja a lo largo de un camino de tierra marcada por las ramas vinculadas a través de las ramas de los árboles, un segundo perro es más profundo en el bosque en un camino desconocido.

Trabajos duros verano del iniciará en junio con la siega del heno. Tres hombres rítmicamente atacar el campo con guadañas grandes. Dos mujeres rastrillo el heno suelto en pilas. Detrás de ellos, un vagón de espera para ser llenado. En primer plano, a la derecha se encuentran los paquetes de los trabajadores de la alimentación y barriles de la bebida.

La cosecha de verano continúa en julio con la siega del trigo. Cuatro hombres, mínimamente vestidas para mantenerse frescos, cuidadosamente cortar los tallos con hoces y las ponen en paquetes ordenados. Al igual que en junio, las funciones de primer plano, a la manera de una naturaleza muerta, sus envases de comida y bebida.

La cosecha de trigo continúa en agosto, cuando los tallos cortados se trajo en carretas de bueyes en el establo, donde tres hombres los golpearon con martillos articulados. Trilla con mayales afloja los granos de trigo de sus tallos para que luego pueda ser aventado y así separado de la paja.

La tarea de septiembre es la elaboración del vino, una actividad que requiere una división del trabajo entre hombres y mujeres. En los campos en el fondo, las mujeres sentadas recoger la uva, mientras que un hombre se encuentra en espera de una cesta llena de traer al lagar. Dentro de los hombres granero deshacerse de sus cestas en grandes lagares donde se pisotea la fruta.Aplastado, las uvas se transfiere entonces a una cuba grande de la que, en la parte inferior, el líquido pueda ser extraído para el almacenamiento y el envejecimiento en los barriles cercanos.

En octubre, el trigo de invierno se siembra. El hombre de la izquierda siembra el campo con el grano que tiene en su delantal. El hombre de la derecha ara su campo con un equipo de caballos blancos.

En noviembre, el trabajo es tomar los cerdos a los bosques y sacudir las ramas de los robles para que se despojan de sus bellotas, así engorde de los animales.

El retrato es sobre el Martirio de San Adrián. Adrian (o Adriano) fue un joven guardia pretoriana en Nicomedia bajo el emperador Maximiano (r. 286-305). El soldado se convirtió en testigo de la confianza inquebrantable de un grupo de cristianos bajo tortura. Impresionado por su constancia, él pidió ser contado entre sus filas. Ni que decir tiene, Adrian fue rápidamente arrestado y encarcelado. Su nueva esposa, Natalia, (un cristiano secreto) estaba feliz, corrió a la prisión, y le animó a permanecer firme en su nueva fe, besando sus cadenas.Cuando se enteró de la fecha de su martirio inminente, el santo convenció a los guardias para que le dijera a su esposa para que pudiera presenciar el evento.
En el día de su muerte (ca. 300), Adrian fue golpeado tan severamente que primero sus "entrañas se cayó." Después de que él fue devuelto a la prisión, el emperador ordenó que las piernas de todos los mártires encarcelados dividirse en un yunque y se corta. Natalia, que estaba presente, además, solicitó que los guardias de cortar las manos de su marido, por lo que iba a ser igual a los demás santos que habían sufrido más. Después de la muerte de Adrián Natalia logró escapar con una mano (sosteniéndolo contra su pecho), llevándolo con ella para Argyropolis, donde murió pacíficamente.


12.27.2012

A. MUTIS


- Lo que no hagas por amor pertenece a la muerte -


Juvenil y vigoroso, se mueve por el cuarto del hotel. Dice que es mejor hablar allí para evitar la interrupción de los intelectuales. Sonríe. Se cambia una camiseta amarilla por una camisa de marinero que compró en Saint Maló —tiene un velero bordado cerca del corazón— y, dentro de ella, Mutis se siente como en su casa. Dice a su hijo Santiago que no le deje olvidar La Nieve del Almirante que le va a regalar a María Luisa Bemberg. Se pone cómodo y habla: “Bueno muchachos”, con una voz rotunda, áspera y serena, como el primer trueno de una tempestad.

Dolor y alegría

El momento más doloroso ha sido para mí, hasta ahora, la muerte de mi hermano, Leopoldo, que fue durante toda la vida como un cómplice secreto de mi vida y de lo que yo escribía.
El hecho más espléndido, para mí, son los años de mi niñez que viví en Bélgica y, paralelamente, durante las vacaciones, los años que viví en una finca de mi madre y de mi abuelo que se llamaba Coello, en el Tolima. Una finca de café y caña. Los días que pasé en Coello sencillamente fueron para mí los días del paraíso.
A mí no me tienen que mostrar dónde queda y cómo es el paraíso, porque yo ya lo conozco. La finca está en la carretera entre Ibagué y Armenia, a doce kilómetros de Ibagué. Por eso fuimos con Santiago, cuando murió mi hermano, a echar sus cenizas en el río Coello y espero que se haga lo mismo con las mías, para regresar, aunque sea en forma simbólica, al sitio donde he sido más feliz.
Por eso muchas veces me dicen que soy tolimense y yo nunca lo rectifico, porque en el fondo tengo tal amor por esa tierra que pienso que eso, que es un error de tipo biográfico, es una verdad profunda.
Maqroll
Cuando comencé a publicar los primeros poemas que yo creí que eran publicables (que por cierto eran poemas en prosa, como uno que se llama La corriente), yo sentí que escribía una poesía de un escepticismo, de una desesperanza, tan grande que no iba con mi edad, con la edad de un muchacho de dieciocho o diecinueve años que liquida de repente toda esperanza y todo sentido frente a lo que hacen los hombres durante su paso por la tierra.
Entonces pensé que la voz de otro que sí tuviera experiencia y, atrás, un dolor ya sufrido y un cono­cimiento del mundo ya probado, le daría ver­dad a esa poesía. Y así nació Maqroll.
Ahora, lo que pasa —y siempre lo aclaro— , es que la vida ya alcanzó a Maqroll y ya he pasado yo por pruebas, viajes, andanzas que me permiten ha­blar así. Pero yo sigo teniendo un gran cariño al gavie­ro y, además, él es ya hoy un personaje con su propia vida, con su propio pasado, con sus propios inte­re­ses, con sus propias relaciones con sus ami­gos: hechos que voy narrando y que le van dando cada vez más peso y más verdad. Ya Maqroll es un ser vivo que me hace la vida a veces imposible.
Yo muchas páginas las estoy escribiendo con la presión del personaje muy evidente y muy sentida sobre mí. Algunas veces, por ejemplo, se me ocurre de­cir: “Bueno, ahora voy a escribir un viaje de Maqroll a tal parte” y me doy cuenta de que él va para otro lugar, con otro fin y a buscar otras cosas ya por su cuenta. Entonces tengo que parar mucho la oreja , antes de escribir, porque él está ahí.
Un solo libro
Cuando yo escribí La nieve del almirante lo hice simple y sencillamente para darme una idea de si —a partir de un poema en prosa del mismo nombre—, lo que yo vi como el fragmento de una novela, en verdad podía ser una novela. Cuando terminé, dije: ‘Bueno, sí es una novela; lo voy a publicar y con esto termina el experimento’.
Eso creía yo. Pero inmediatamente empezó la presión de los personajes y empezaron a reclamar espacio y a pedir cancha, para decirlo en una forma un poco familiar. Creo que todas las novelas son en realidad un solo libro. Y sí, en verdad, yo he pen­sado que se pueden publicar las novelas como un solo volumen.
Lo inexplicable
Me doy cuenta cada vez más de que lo inexpli­cable, lo inefable, el lado oscuro en el destino de los hombres, me interesa profundamente y creo que existe, creo que hay una parte nuestra y en nuestro destino que es indescifrable.
Cuando me preguntan si creo en Dios, siempre contesto una cosa que parece una paradoja y que es lo que me sale contestar: lo que me sucede es que no entiendo cómo se puede no creer en Dios. Para mí el gran misterio que hay es ser ateo: el tipo que de veras puede vivir un minuto en la vida pensando que es el dueño y el autor de todo lo que le rodea, y que atrás y encima de él y antes de él no hay nada. Eso es una conclusión tan absurda que si yo llegara un día a esa conclusión me pegaría un tiro.
Entonces sí hay un interés muy grande en precisar y denunciar la presencia de ese otro lado nuestro que no tiene nombre. Podría decirse que, en buena parte, mis personajes vienen de ese otro lado, sobre todo los personajes femeninos. Mis personajes femeninos vienen de una zona que yo mismo no conozco. En Flor Estévez, por ejemplo, evidentemente hay un trasfondo de misterio.
El regreso de los muertos
La muerte de mis personajes es algo que me han cobrado mucho con un personaje que yo quiero mucho, y al que las lectoras le tienen gran cariño, que es Ilona. La verdad es que a mí se me murió Ilona de repente, yo no tenía proyecto de matarla.
Abdul, por ejemplo, a pesar de que murió, vuelve a salir y se prolonga. Como mis libros no tienen una secuencia cronológica, yo puedo volver a Abdul y, en efecto, enAdbul Bashur soñador de navíos está Ilona de nuevo.
Yo aquí escribiendo
A mí nunca me ha dado por escribir novela. Para mí, cada novela es la continuación de un poema y el ambiente que yo siento, la tensión interior que yo siento cuando estoy escribiendo una novela es la que siento cuando estoy escribiendo un poema.
Tal vez por eso, lo reconozco con franqueza, las novelas tengan ciertos puntos flacos —como nove­las, como estructura novelística—, pero eso a mí ni me interesa, no me importa. Lo que me interesa es que esa condición de poesía y esa esencia poética siga corriendo por esas páginas como corre por mis libros de poesía.
En Europa, eso los tiene muy intrigados. Como los franceses, gracias a Descartes, y al carácter racionalista, no resisten una situación así, es muy curioso conversar con ellos porque lo que me dicen es que eso no es posible: o se es poeta o se es novelista. Y entonces yo siempre contesto: ‘Ni soy poeta ni soy novelista’.
Yo no me siento en la máquina y digo yo poeta voy a escribir. Es más, yo he evitado siempre, me parece profundamente abusivo y además de muy mal gusto, decir el “yo poeta” que aparecía tanto en la poesía romántica, la de los simbolistas y los modernistas.
¿Yo poeta? Uno no puede darse un título que le corresponde a alguien como el Dante o Baudelaire o a alguien como Keats o como Ezra Pound. Me parece una confianza un poquito abusiva.
Yo no me atrevo y no puedo decir “yo novelista”, mucho menos. Para mí novelista es Tolstoy o Dickens.
Diría: “Yo aquí escribiendo, yo aquí luchando a brazo partido con las palabras”.
Cada vez me cuesta más trabajo escribir, mucha dificultad. Pero ahí voy, cumpliendo con un destino. Escribo todos los días.
El destino
Es una vocación evidente que no la ves al comienzo. Al comienzo la ves como el gusto por las letras y, desde luego, en mi caso, la condición de lector devorante, insaciable, te ha llevado a escribir y de repente te das cuenta de que has tomado una responsabilidad, y de que ésa es tu vida.
La responsabilidad es contigo. Con ese otro que esta allá adentro queriendo decir una serie de cosas, sintiendo que el decirlas es su destino, y yo, que he vivido en realidad dos vidas completamente distintas, lo sé muy bien, he puesto a prueba esa vocación.
Yo jamás he vivido de mis libros, jamás he vivido de la pluma, jamás he colaborado en un periódico en forma continua, para vivir. No es que me parezca mal, y no lo digo por ustedes que están sentados ahí, pero una de las cosas que admiro más en García Márquez, fuera de las muchas que admiro en la persona y en el escritor, es que jamás ha hecho ni ha vivido de otra cosa que de su escritura.
Esa es una condición muy bella, casi parecida a la del santo. Yo no, yo fui más cobarde y, para poder vivir más cómodamente y tratar de que mi familia viviera con cierta facilidad, acepté desde muy joven puestos que nunca tuvieron que ver nada con la literatura.
Un camino de salvación
La literatura sería un camino de salvación. Yo insisto mucho en lo que llamo “el poder de salvación de la poesía”. Hay una bella página de Jorge Zalamea sobre eso.
Otra cosa sobre la que insisto muchísimo es que la poesía o es visionaria o no es poesía, es otra cosa, es prosa, es un mensaje político, es un panfleto, no me importa cómo se pueda llamar. Pero la poesía tiene en su esencia la condición de visionaria, eso quiere decir que es una visión que trasciende el marco de la realidad que nos están dando nuestros sentidos, es el otro lado también de las cosas, del mundo y de los hechos, ese lado que se ha quedado sin descifrar. La poesía intenta descifrarlo. En los grandes poetas, como el Dante, como Antonio Machado, lo descifra.
Al vuelo
La poesía la he escrito en todos los instantes que me dejaba libre el trabajo. Libros enteros como Los emisarios, como Caravansarí, como el Homenaje y siete nocturnos, los he escrito en aeropuertos.
El avión es el método más lento de viajar que ha logrado inventar el hombre. La cantidad de tiempo que se pierde en demoras y, después, a cantidad de tiempo que se pierde volando en esa especie de nada que es el tiempo dentro de un avión, a mí me ha servido para escribir.
La desesperanza
Yo creo que hay que tener gran atención a lo que dicen y narran los vencidos, entre otras cosas por­que no hay vencedores. No existen los vencedores, todos terminamos vencidos.
El diálogo de Belem do Pará: “Procura que tu propia muerte la hayas esculpido y la hayas modelado tú mismo y no los demás. En eso no dejes que los demás se metan”. No es fácil, puede venir el azar y destruirte, destruir ese sueño y esa posibilidad. Si es así, mala suerte; hay cosas en las que tú no puedes intervenir. Pero procura, es lo que digo yo, procura que lo sea. Si no fue posible, pues en fin.
La política


A mí me interesa la política cuando ya han pasado trescientos años por lo menos. Ahora empieza a interesarme la batalla de Lepanto, por ejemplo.

Y jamás he firmado un manifiesto. Jamás. Jamás he votado. Jamás he emitido una opinión política, porque sencillamente ni entiendo, ni me he ocupado de eso, ni hablo de lo que no sé... Ahora, del golpe de estado de Napoleón sí podemos hablar varias horas, si quieren.
La isla desierta
Yo leo muy poca literatura latinoamericana ya, muy poca.
Yo llevaría, desde luego, a la isla desierta, las memorias de Saint Simón porque, claro, son veinti­tantos tomos y son divertidísimas, y mientras tanto espero que ya me hayan rescatado.
La obra de Valery Larbaud, su obra en prosa y poesía. Todo Dickens, que me deslumbra y me encan­ta. Y, desde luego, el que yo llamo EL LIBRO, con mayúsculas, que es el Quijote, para caer en el lugar común absoluto. Pero, cómo decía en las palabras que tuve que decir en la Alcaldía, yo reco­miendo un regreso a los lugares comunes y no des­car­­tarlos tan rápidamente, porque por algo han sobre­vi­vido a muchas cosas que resultaron bastan­te más tontas que los lugares comunes.
El libro Don Quijote, para mí, en mi experiencia personal de lector, no se agota jamás, tienen una novedad permanente.
El otro día, arreglando los libros, en una edición grande, presuntuosa que no sé quién me regaló o dónde me robé (ilustrada con unos dibujos horri­bles de Dalí), abrí totalmente al azar el capítulo de la muerte de Don Quijote y se me llenaron los ojos de lágrimas y volví a sentir eso: ‘Se murió este loco, ahora qué hago yo, solo en el mundo. Se me murió este hombre, carajo’.
Ese sí que era un lúcido. No hay tal locura en Don Quijote, sino el poder maravilloso de trans­for­mar el mundo y de hacer del mundo un lugar de poesía.
Los niños
Ponle cuidado a los niños porque son absolu­tamente impresionantes. Yo tengo ahora un nieto que cada día me deja más asombrado. La certeza con que el niño va hacia el mundo, va dominando y va escogiendo su parcela de realidad es asombro­samente maravillosa. Luego la pierde con la razón, cuando empieza a pensar. Así se pierde todo.
La forma como los mayores nos comportamos con los niños es absolutamente grotesca. Los niños a veces se nos quedan mirando, como diciendo: ‘¿a usted qué le pasó?, ¿se volvió loco?’ Porque el niño ya vio cómo es la vaina.
El niño no parte de la realidad, parte precisa­mente de donde debe partir el poeta que es de la condición visionaria. Ellos van kilómetros adelante.
Yo tengo con Nicolás, mi nieto, unos cuidados y un respeto que desgraciadamente no tuve con estos hijos queridísimos. Yo tengo aquí tres hijos: María Cristina, que es fisioterapeuta; Santiago, que ése sí es poeta, y Jorge Manuel, que estudió cine en Londres. Tengo otra hija en Chile, de otro matri­monio, y sólo ahora me doy cuenta de la infinita torpeza con que uno se acerca a ese misterio extra­or­dinario.
De niño yo era muy travieso, insoportable, inaguantable. Todavía mis primas a veces me dicen: ‘Usted era invivible’. Interrumpía a los ma­yores, echaba mis cuentos. Era muy inquieto.
El miedo
Yo a lo que le tengo miedo es a lo que pudié­ramos llamar el deterioro de la mente: cuando la mente no te sirve para lo que te ha servido siempre. A eso le tengo temor, a la muerte no. No es que me guste, pero ahí está.
El amor
No hay otra cosa que el amor. Acuérdate siem­pre de un verso de Walt Whitman (lo digo siem­pre en la traducción de León Felipe, que encuen­tro muy bella aunque no se ajusta exac­tamente a las palabras): “El que camina una sola legua sin amor, camina directamente hacia su pro­pio funeral”.
Lo que no hagas por amor pertenece a la muerte.
El Universa, Cartagena, marzo de 1992

- Sharaya -


Sharaya, el Santón de Jandripur, permanecía desde tiempos muy lejanos sentado a la orilla de la carretera, a la salida de la aldea. Allí recibía las escasas limosnas y las cada vez más raras oraciones de los aldeanos. Su cuerpo se había cubierto de una costra gris y su pelo colgaba en grasientas greñas por las que caminaban los insectos. Sus huesos, forrados por la piel, formaban ángulos oscuros e imposibles que daban a la inmóvil figura un aire pétreo y estatuario que en mucho contribuyera al olvido en que lo tenían las gentes del lugar. Sólo los viejos recordaban aún, entre la niebla de sus mocedades, la llegada del esbelto Santón, entonces con cierto aire mundano y dueño de una locuacidad en materias religiosas que fue perdiendo a medida que ganaba mayores y más vastos dominios en su tarea de meditación al pie del camino.

A pesar del poco o ningún caso que le hacían ahora los habitantes de la aldea, y tal vez gracias a ello, Sharaya era un atento observador de la vida circundante y conocía como pocos las intrincadas y mezquinas historias que se tejían y borraban en el pueblo al paso de los años.
Sus ojos adquirieron una dulce fijeza de bestia doméstica que las gentes confundían con la mansedumbre de la imbecilidad y que los prudentes reconocían como reveladora de la luminosa y total percepción de los más hondos secretos del ser.
Tal era Sharaya, el Santón de Jandripur en el Distrito de Lahore.
La noche que antecedió a su último día fue una noche de lluvia y el río bajó de las montañas crecido, bramando como una bestia enferma, pero de inagotable energía.
Gruesas gotas han resbalado toda la noche sobre la piel del parasol que instalaron las mujeres cuando la gran sequía. Golpea la lluvia como un aviso, como una señal preparada en otro mundo. Nunca había sonado así sobre el tenso pellejo de antílope. Algo me dice y algo en mí ha entendido el insistente mensaje. Se ha formado un gran charco, con el agua que escurre por la blanda cúpula que cree protegerme. Muy pronto se secará porque se acerca una jornada de calor. Comienza el vaho a subir de la tierra y las serpientes a esconderse en sus nidos anegados. En lo alto una cometa sube en torpes cabezadas. Amarilla. Un canto de mujer asciende a purificar la mañana como un lienzo de olvido. Uno sostiene el hilo, el otro me mira largamente y con sorpresa. Me descubre, entro en su infancia. Soy un hito y nazco a una nueva vida. En sus ojos miedo, miedo y compasión. No sabe si soy bestia u hombre. Con un pequeño bambú me busca el dolor y no lo encuentra. Corre hacia el otro, que lo aleja sin volver a mirarme. El Santón de Jandripur. Hace mucho tiempo. Ahora otra cosa y muchas cosas: un Santón, entre ellas. La vastedad de mis dominios se ha extendido hasta el curvo horizonte sin principio ni fin. Vuelve. Extiende su mano hasta tocarme, sin el bastoncillo que lo protegía. Lejano como una estrella o tan cerca como algo que sueño. Es igual. Lo llama su compañero. Cae la cometa, lentamente, buscando su muerte, naciendo. Los árboles la ocultan. Cae al río donde la espera un largo viaje hasta cuando se deslía el papel. Entonces, el esqueleto irá hasta el mar y allí bajará a las profundidades. A su alrededor reconstruirán los corales y las ostras la sólida sombra de su antigua forma y en ella dejarán los peces sus huevos y los cangrejos taparán a sus crías con arena. Irán a morir allí las grandes mantas y sobre sus cadáveres los peces fosforescentes cavarán sus madrigueras de blanda materia en transformación. Un pequeño desorden se hará al paso de las corrientes submarinas y muchos siglos después el breve remolino surgirá a la superficie y luego todo volverá a ser como antes. Un tiempo sin cauce como un grito sin voz en el blanco vacío de la nada. Le llaman vida, presos en sus propias fronteras ilusorias. La mañana se anuncia con este camión. Dos más. Anoche pasaron varios. Soldados de las montañas. Cabecean trasnochados, sostenidos en sus fusiles. No pasa. Se atasca en el lodo de la orilla. El motor gira locamente, ruge con furia, se detienen, vuelve a gemir. Cortan ramas. Vienen otros. Tanques; siete. Lo empujan. Pasa. Gritos. Pobres gritos de rabia contra el agua, contra el barro. Ahora cantan. Cantan el desastre, cantan su sangre, sus mujeres, sus hijos, cantan sus vacas esqueléticas. La gran madre paridora. Mueren de muerte de vida de soldado obediente a la tumba. Campesinos, tejedores, herreros, actores, acólitos del templo, estudiantes, letrados, ladrones, hijos de funcionarios, hombres de las máquinas, hombres del arroz, hombres de los caminos. Se llaman igual, sus rostros son iguales, su muerte es la misma. Desde lejos viene el silencio como una gran red de otro mundo. Los insectos comienzan a despertar. Era una serpiente entre las hojas. La misma, tal vez, que pasó anoche por entre mis piernas. Agua y sangre en frías escamas articuladas. La madre de todos recorre sus dominios, y de sus viejos colmillos mana la leche letal de los milenios. Los deudos venían a menudo para preguntarme la razón de su duelo, mientras el humo de la pira alzaba su sucia tienda en el cielo. Pero ya entonces hacía mucho tiempo que la palabra me fuera inútil y nada hubiera podido decirles. De todas maneras ya lo sabían, pero en otra forma, como sabe la sangre su camino, ciegamente, inútilmente. Temen a la muerte y después descansan en ella y se suman a su fecunda tarea y bajan en cenizas por el río, dejando la tufarada agria de nueva vida, alimento y abono de otros mundos. Huyó tras la maleza. Siente los pasos antes que todos. Hombres de la aldea con sus carretas. Todo se lo llevan. El gran lecho matrimonial regalo de los misioneros. Falso oro chillón y oxidado de sus copulaciones. Huyen entonces. El alcalde con su mujer hidrópica. Miente cuando viene a orar. Los sacerdotes del pequeño templo. Ruedas irregulares que se bambolean y patinan en la usada caja del eje. Vidas incompletas, trozos apenas de la gran verdad, como la costra gris que ensucia la piscina después de las abluciones. Nata de mugre, corazón de la miseria, escala del desperdicio. Y tan seguros en su afán mismo de huir. Otra destrucción los empuja, más honda, la única y verdadera catástrofe en la oscuridad agobiadora e inquieta de su instinto. Vuelven a mirarme. Los más viejos. No sé leer sus ojos. Tampoco puedo ya decirles cómo es inútil escapar de lo que está en todas partes. Es como los que rezan para tener fe o los que labran la tierra para dar de comer a los bueyes que tiran del arado. Y toda la impedimenta de sus astrosas pertenencias. Me dejan ofrendas. Lo que no quieren llevar, lo que les es ajeno en su huida. La viuda con sus hijos. Ojosa, flacos pechos muertos. Flores del templo. No se atreve a tirarlas ni tampoco a dejarlas frente a los ídolos que mañana serán destruidos con la misma furia que los hizo nacer. No irá muy lejos, está señalada, apartada, escogida entre todos. Andra, la que bailó desnuda toda una noche ante el Santón. Sus hijos recordarán un día: «...cuando huimos de Jandripur ella murió en el camino, la subimos a la copa de un árbol muy alto y allí descansó, visitada por los vientos y lavada por las aguas del mundo. Vigilándonos por varios días hasta cuando la perdimos de vista...». Y, sin embargo, tampoco será como ellos creen. No exactamente. Otras cosas habrá que se les ocultarán para siempre y que, sin embargo, llevan consigo. Con la muerte de su gran madre paridora de la muerte, la de los saltos de sangre, la que truena levemente los huesos, la que lima la linfa en su lomo. Miran hacia atrás al silencio de sus hogares abandonados donde gritarán por mucho tiempo todavía sus deseos y sus miedos, sus miserias y sus exaltaciones, tratando de alcanzarlos en su camino. Soldados. Escolta huyendo con banderas de señales. Lo veo. Me ve. Letras y palabras. Me mira. Ir. No sabe. El último. Solo. Tal vez. No sé de qué estoy solo. Vuelve a mirarme, se va tras los otros. Una espada que inventa la cinta azul de su hoja con la palabra de los dioses de la guerra labrada torpemente.
Al mediodía, Sharaya alargó la mano y tomó la mitad de una naranja medio seca y comenzó a masticar un pedazo de la cáscara tenazmente perfumada. El calor de la siesta expandió el aroma de la fruta entre una danza de insectos enloquecidos y que chocaban contra la vieja piel del privilegiado. El ruido de las aguas se fue debilitando y el río tornaba a su antiguo cauce. Cuando comenzó a caer el sol un leve sopor fue apoderándose de los anquilosados miembros del Santón e infundiéndole la beatitud inefable del que sueña descubriendo las pistas secretas de su destino.
Aguas en desorden, saltando y salpicando la fría espuma de la corriente. Agua de las montañas que baja danzando en remolinos y se remansa en el vientre que gira lento, liso y tibio, protegido por el rotundo cáliz de las caderas. Olor de especies quemadas en la pequeña plaza y el agudo sonar de los instrumentos que narran los incidentes de la danza. Risa en la boca sin dientes de la vieja mendiga, risa de la carne recordando, comparando. Lazo implacable y una gran dulzura en el pecho pesando y doliendo y largas tardes del ir y venir de la sangre en sorpresivas mareas y la vecindad de la dicha, la pequeña dicha del hombre, hermana del terror, la breve dicha de dientes de rata comiendo y mascando. Un vasto palio de ceniza sobre la memoria de la carne. Viaje a la sede de los amos de entonces. Los tímidos pastores dueños de una porción del mundo, convertidos en puntillosos comerciantes, pacientes, tercos, soñadores, desamparados fuera de su isla. Hélices mordiendo las turbias aguas de la desembocadura. Una mancha interminable y amarillenta anticipa la gran ciudad bulliciosa de los funcionarios, donde la sabiduría asciende por escaleras simétricas maculadas por el húmedo hollín de las máquinas. Tierras de la razón. Por la plaza hombres y mujeres se apresuran entre la grasosa niebla del ocaso. Colores saltando, un vaso se llena de luces que desaparecen para dar lugar al trazo azul y verde, tome, tome, tome, tome. Salta la espuma del bautismo, salta en el tránsito sombrío de los inconformes y laboriosos amos. Aguas que chorrean sobre las espaldas bautizadas en la raída sombra de la selva, entre gritos de aves y chirrido de insectos. La piel del más sabio, del más viejo, arrugada bajo las tetillas colgantes, mojándose con el agua de la verdad, la que lava antiguas y nuevas concupiscencias, la que borra los títulos ganados en vastas construcciones de piedra, madres de sutiles argumentos. Mi padrino y mi maestro, segundo padre midiendo la superficie de la tierra, chacal virgen de verdad, un sapo amargo, padre de la verdad. Y, por fin, la última lucha al lado de ellos, mis hermanos. Las manifestaciones, las prisiones en las montañas, el partido y sus ramificaciones clandestinas trabajando como venas de un cuerpo que despierta. Aquí mismo, cuando todo parecía haber entrado pacíficamente en orden, hubiera podido aún ser el amo, dictar la ley bajo mi parasol, moverlos hacia lo bueno o hacia lo malo, según conviniera a su destino, predicar una doctrina y hacerlos un poco mejores. El comisionado de bigote rojizo y nuca sudorosa, argumentando a la luz de la sucia lámpara del cuartel. Su antiguo y probado camino de razonamiento por el cual transitan tan seguros pero tan lejos de sí mismos, ahogando sus mejores y más ciertos poderes: «Ninguno sabe por qué les hablas. No les interesa, como tampoco saben por qué estoy aquí, como tampoco lo sé yo. El único que tiene ya todas las respuestas eres tú, pero de nada han de servirte. Siempre se llega al mismo sitio. Tú eres el Santón. No todos pueden serlo. Ellos ponen la ira destructora y el fecundo deseo. Tú miras, indiferente hacia el negro sol de tus conquistas interiores y eres tan miserable y tan pobre como ellos, porque el camino que has recorrido es tan pequeño que no cuenta ante la larga jornada que te propones hacer movido por el engañoso orgullo que te amarra. Ponte a su lado y guíalos y ayúdame a imponer autoridad y a entregar las cosas en orden. Después, ya se las arreglarán como puedan; pero tú que has vivido y te has formado entre nosotros, sabes que nuestra razón es la única a la medida de los hombres. Lo demás es locura. Tú lo sabes». Una pálida cobra, piel de la verdad. Sueño mi vuelta al único sueño que está unido por un extremo a la divinidad que no dice su nombre, al padre y a la madre de los dioses, fugaces fantasmas esclavos del hombre. Sueño mi sueño soñando el sueño del que levanta el pie en la posición del elefante, del que te dice “no temas” con el arco de sus dedos, del portador del fuego, del que viaja en el lomo de la tortuga. La hora viene, vino hace muchas horas y no termina de llegar.
Sharaya se quedó dormido, y en la pesada siesta de la abandonada Jandripur comenzaron a entrar las primeras unidades del ejército invasor. Instalaron sus tiendas y ordenaron sus vehículos. Cuando el Santón despertó, la aldea comenzaba a arder y las húmedas maderas de las casas estallaban en el aire tierno del ocaso nublando el cielo con las altas columnas de humo. Eran muchos, y el roncar de los camiones y de los tanques que seguían llegando indicaba que no se trataba ya de una pequeña avanzada sino del grueso del ejército. Un altoparlante comenzó a dar instrucciones en el agudo y destemplado idioma de las montañas, sobre cómo debían conducirse los soldados en la comarca y sobre las precauciones que debían tomar para cuidarse de los que quedaban escondidos para organizar la resistencia. El ajetreo duró hasta muy entrada la noche, cuando un gran silencio se hizo en la aldea y sus alrededores.
Duermen agotados después de la carrera. Piensan seriamente en la redención de los pueblos, en la igualdad, en el fin de la injusticia, en la fraternidad entre los hombres. Ellos mismos traen un nuevo caos que también mata y una nueva injusticia que también convoca la miseria. Es como el que se lava las manos en un arroyo de aguas emponzoñadas. Ahí vienen dos. Alumbran el camino con una linterna de mano. Campesinos también, jóvenes, casi niños. Una mujer con ellos. Prisionera tal vez o ramera que los sigue para comer y guardar algún dinero. La están desnudando. El viejo rito repetido sin fe y sin amor. Les tiemblan las manos y las rodillas. Vieja vergüenza sobre el mundo. Ella ríe y su piel responde y sus miembros responden a la ola que crece en el cuerpo que la oprime contra la tierra. Madre necesaria. Renacen unidos en la sede de todos los orígenes. Gimen y ríen al mismo tiempo. Un solo cuerpo de dos cabezas ebrias y acosadas en el vértigo de su propio renacer, de su larga agonía. El otro sonríe con timidez. Sonríe de su propia vergüenza y espera. Sembrar hijos en la tierra liberada. Terminaron. Ella se viste. El otro me alumbra con la linterna.
Los soldados y la mujer se quedaron absortos ante el extraño amasijo de trapos mugrientos, alimentos descompuestos y las carnes momificadas del Santón. Evitaron la mirada ardiente y fija de Sharaya, testigo del breve placer que le robaran a sus oscuras vidas perecederas. Bien poco quedaba al Santón de forma humana. La mujer fue la primera en apartar su vista de la hierática figura y comenzó de nuevo a envolverse en sus ropas. Los dos soldados seguían intrigados y se acercaron un poco más. Por fin, el que había esperado, reaccionó bruscamente. «Parece un Santón -dijo-, pero no podemos dejarlo observando el paso de nuestras fuerzas. Ya nos ha visto y ha contado sin duda nuestros camiones y nuestros tanques. Además, nadie vendrá ya a consultarle y a venerarlo. Ha terminado su dominio». El otro se alzó de hombros y, sin volver a mirar, tomó a la mujer por el brazo y se alejó por la blanquecina huella del camino. Antes de alcanzarlos, el que había hablado alzó su ametralladora y apuntó indiferente hacia la ausente figura apergaminada, hacia los ausentes ojos fijos en el perpetuo desastre del tiempo y soltó el seguro del arma.
En cada hoja que se mueve estaba previsto mi tránsito. La escena misma, de tan familiar, me es ajena por entero. Cuando el mochuelo termine su círculo en el alto cielo nocturno, ya se habrá cumplido el deseo de las pobres potencias que nos unen, a él que me mata y a mí que nazco de nuevo en el dintel del mundo que perece brevemente como la flor que se desprende o la marea salina que se escapa incontenible dejando el sabor ferruginoso de la vida en la boca que muere y corre por el piso indiferente del pobre astro muerto viajero en la nada circular del vacío que arde impasible para siempre, para siempre, para siempre.


EL HOMBRE FALSO Y EL TORPE


Dijo Calila: "Dicen que un homne artero hubo compañía con un nescio. Et yendo amos por un camino fallaron una bolsa en que había mil maravedís, e tomáronla e tovieron por bien de tornarse a la cibdat. Et cuando fueron cerca de la cibdat dijo el torpe al falso: "Toma, la meitad de los maravedís, e dame la otra meitad". Dijo el falso, pensando en los levar todos: "Non lo fagas así, ca los amigos que meten sus faciendas uno en mano de otro, face más durar el puro amor; mas tome cada uno de nosotros cuanto despienda, e soterremos los que y fincaren en algunt lugar apartado, et cuando hobiéremos menester algunos dellos tomarlos hemos". Et acordóse con él el torpe, e soterraron los so un árbol muy grande, desí fuéronse; et vino el falso para el lugar, e tomó los maravedís. Et cuando fue a días dijo el falso al torpe: "Vayamos al nuestro condesijo, et tomaremos los maravedís, ca yo he menester que despienda". Et fuéronse al lugar do los pusieran, e cavaron e non los fallaron. E comenzóse el falso a mesar, e a ferir a sus pechos, e decir: "Non se fíe homne en ninguno".

Desí dijo al torpe: "Tú tornaste acá e los tomaste". E comenzó el torpe a jurar e confonderse que lo non feciera, e el falso deciendo: "Non supo ninguno de los maravadís salvo yo e tú, e tú los tomaste". E sobre esto fuéronse para la cibdat e para el alcalde, e el falso querellóse al alcalde cómo el torpe le había tomado los maravedís, e dijo el alcalde: "¿Aquí tú has testigos?" Dijo el falso: "Sí, que fío por Dios que el árbol me será testigo, e me afirmará en lo que yo digo". Et sobre esto mandó el alcalde que se diesen fiadores, et díjoles: "Venid vos para mí e iremos al árbol que decides". E fuese el falso a su padre e fizo gelo saber, e contóle toda su facienda, et díjole: "Yo non dije al alcalld esto que te he contado, salvo por una cosa que pensé; si tú acordares comigo, haberemos ganado el haber". Dijo el padre: "¿Qué es?" Dijo el falso: "Yo busqué el más hueco árbol que pude fallar, e quiero que te vayas esta noche allá e que te metas dentro, que lugar hay donde puedas caber, et cuando el alcalld fuere ende, e preguntare quién tomó los maravedís, responde tú dentro e di que el torpe los tomó". Dijo el padre: "Fijo, algunas cosas hay que echan al hombre con su artería e con su engaño en muy gran peligro e en tribulación, así como acaeció a la garza". Dijo el fijo: "Cómo fue eso?"


12.25.2012

ÉGLOGA



La égloga es uno de los principales subgéneros poéticos, de tema amoroso y protagonizado por pastores. Etimológicamante, égloga proviene del latín eclŏga, y éste del griego ἐκλογή, que significa ‘extracto, selección, pieza escogida’.

La mayoría de las églogas clásicas se desarrollan según alguna de estas dos estructuras:
El poema que constituye una estructura monódica, un monólogo pastoril o canto a una sola voz.
La égloga con estructura dual en la que se dialoga a veces como una pequeña pieza teatral en un acto, cuando intervienen varias voces poéticas. Los pastores cantan sus lamentos, ya sea en forma de duelo como cantos simétricos o separados.
De modo que una o varias voces desarrollan el tema amoroso contándolo en un ambiente rural donde la naturaleza es paradisíaca, idealizada (el locus amoenus) y tiene un gran protagonismo la música. El género posee motivos campestres y los tópicos de la poesía bucólica.
Si aparecen varios pastores cantando sus amores, el género adquiere tintes teatrales. De hecho, algunas églogas fueron representadas en época romana (como las ‘Bucólicas’ de Virgilio) y en el Renacimiento (como las églogas de Juan del Enzina). Fernando de Herrera señala en sus Anotaciones a la ‘Égloga II’ de Garcilaso:
Esta égloga es poema dramático, que también se dice activo, en que no habla el poeta, sino las personas introducidas (...). Tiene mucha parte de principios medianos, de comedia, de tragedia, fábula, coro y elegía; también hay de todos los estilos…
Desde los orígenes helénicos del género estuvo impregnado de elementos que hoy se consideran parte del discurso dramático, por lo que hay estudiosos contemporáneos que reivindican el carácter teatral de algunas églogas.

Orígenes y evolución de la égloga

La égloga, como casi toda la cultura occidental, fue creada y perfeccionada en la Grecia Antigua a partir del siglo IV a. C. Las primeras églogas fueron los ‘Idilios’ (en griego, “poemitas” o “pequeños cantos”) de Teócrito. Bajo su influencia los escribieron después autores como Mosco, Bión de Esmirna y otros autores.

Siguiendo el curso habitual de las formas literarias, este modo de escritura pasó a Roma. El escritor latino Virgilio (siglo I a. C.), también fascinado por Teócrito, escribió sus ‘Bucólicas’, también conocidas como ‘Églogas’, en las que añadió elementos autobiográficos, haciendo de cada pastor un personaje imaginario que encubría a un personaje real.
Las Bucólicas virgiianas suponen la consolidación del género, y la innovación de contar historias más o menos reales pasó a la bucólica posterior. Otros autores latinos escribieron también églogas, como Nemesiano, Calpurnio Sículo o Ausonio.
A través de Giovanni Boccaccio y la ‘Arcadia’ de Jacopo Sannazaro en el Renacimiento el género se volvió a recuperar mezclándose las composiciones en verso en un marco narrativo en prosa, y se difundió por todo el mundo occidental, bien en verso, bien como églogas intercaladas en una novela pastoril.
Y es que el espíritu europeo humanista y el Renacimiento supusieron la revitalización de este género clásico que pasó por la época medieval discretamente. Durante esa época de rescate y difusión de autores y obras clásicos, la égloga revive.
La égloga en la literatura castellana

En la literatura castellana, escribieron églogas Juan del Enzina, Lucas Fernández, Garcilaso de la Vega, Juan Boscán, Hernando de Acuña, Francisco de la Torre, Lope de Vega, Pedro Soto de Rojas, Bernardo de Balbuena, Juan Meléndez Valdés…

Pero fue Garcilaso de la Vega el que con su églogas nos dejó las mejores muestras del género en versos inolvidables.
Por ello, para finalizar, dejamos estos versos de lamento en boca de Salicio, de la ‘Égloga I’ de Garcilaso considerada frecuentemente, por su belleza y musicalidad, como una de las líricas más perfectas de la poesía castellana de todos los tiempos:


Salicio:


¡Oh más dura que mármol a mis quejas,

y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio,
y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina,
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mondo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


INCUNABLES



Son llamados incunables los libros impresos con tipos móviles desde la aparición de la imprenta hasta el año 1500 inclusive. Fue posiblemente Cornelius Beughem quien empleó la palabra por primera vez, en su ‘Incunabula typographiae’ (1688).

El término “incunable” proviene del latín incunabŭla, ‘pañales’, una palabra derivada con el significado también de ‘en la cuna’. Hace referencia, pues, a la época en que los libros se hallaban en la cuna o en pañales, haciendo referencia a la “infancia” de la técnica moderna de hacer libros a través de la imprenta.
Si acotamos las fechas, serían reconocidos como incunables los libros impresos entre 1445-50 (las dificultades de datación exacta son importantes) y 1500, procedentes de unas 1.200 imprentas, distribuidas entre 260 ciudades, con un lanzamiento aproximado de 35.000 obras distintas.
El impacto de la invención de la imprenta fue tal, que la producción de libros durante estos primeros cincuenta años fue, casi con toda seguridad, mayor que en los mil años precedentes.
Enseguida el trabajo de impresor se especializó, y algunas imprentas dejaban su marca de agua en las ediciones; otras no dejaban firma alguna, aunque estudios actuales intentan identificarlas y catalogarlas.



Incunables famosos

Entre las ediciones más importantes de incunables, se encuentran las de Gutemberg, Nicolas Jensen, William Caxton, y Aldo Manuzio.

El Misal de Constanza es probablemente el primer incunable impreso con tipos móviles, en 1449 o 1450 por Johannes Gutenberg.
La Biblia de Gutenberg, también conocida como la ‘Biblia de 42 líneas’ o ‘Biblia de Mazarino’, es una versión impresa de la ‘Vulgata’. La preparación para esta edición comenzó después de 1450, y las primeras copias estaban disponibles hacia 1454-55.
El primer impreso español que se conserva en la actualidad es el ‘Sinodal’ de Aguilafuente, impreso por Juan Párix de Heidelberg (Johannes Parix) en 1472. Contiene las actas y otros documentos de un sínodo realizado en ese pueblo de Segovia.
Otros incunables españoles de gran valor son la‘Biblia’ (impresa en Valencia en 1478), ‘Los doce trabajos de Hércules’ (originalmente escrita en catalán con el título ‘Los dotze treballs de Hèrcules’) de Enrique de Villena (Zamora, 1483), ‘Tirant lo Blanch’ de Joanot Martorell (Valencia, 1490).
La ‘Gramática de la lengua castellana’ de Antonio de Nebrija (Salamanca, 1492), que constituye la primera gramática de una lengua vulgar y la primera edición de ‘La Celestina’ de Fernando de Rojas (sin fecha ni lugar de impresión) son obras importantes.
Tipos de incunables
Antes de los tipos metálicos móviles, se usaban planchas de madera fija, que dieron lugar a los incunables xilográficos, entre los que destaca la ‘Biblia Pauperum’ y la ‘Biblia de los pobres’.
Los protoincunables son los libros impresos en los primeros talleres, entre 1472 y 1480.
Se denominan post-incunables o epigonoincunables aquellos libros impresos a principios del siglo XVI que por error o debido a una insuficiente información han sido clasificados como incunables.
Los incunables americanos son los libros impresos desde la instalación de la primera imprenta en México, ya entrado el siglo XVI. No son, pues propiamente incunables, en el sentido preciso del término.
El uso de la palabra “incunable” se ha extendido, y frecuentemente se asigna a cualquier libro antiguo.
Los incunables, esas obras impresas con tipos móviles en el siglo XV, son obras extraordinarias por su confección, su diseño y antigüedad, pero sobre todo porque por primera vez pusieron la cultura al alcance de todos.




FACSÍMIL


Un facsímil o facsímile es una copia o reproducción precisa de un documento original, principalmente antiguo. Existen muchas ediciones facsímiles de manuscritos y otras obras antiguas, también de mapas, sellos y dibujos que se quieren rescatar y poner al alcance del público.
El término proviene del latín ‘fac’, imperativo de ‘facĕre’ (hacer), y ‘simĭle’ (semejante): haz semejante, parecido.
Para lograr este tipo de reproducciones de alta calidad lo más habitual es utilizar técnicas fotográficas y de serigrafía que permiten imitar fielmente el documento original, con todos sus matices. Es un tipo de edición que, junto a las técnicas modernas, emplea prácticas de los copistas y encuadernadores de la época con el fin de lograr la mayor similitud posible.
Como los libros originales generalmente son piezas delicadas que se preservan en bibliotecas, museos y otras instituciones, los facsímiles suelen ser utilizados como medida de seguridad para permitir que los usuarios tengan acceso a una copia exacta. De este modo se evita el riesgo de robo o deterioro.
Una de las empresas más prestigiosas dedicadas a este tipo la edición artística y facsímiles es Moleiro.
La perfección de las copias en ocasiones es tal, que constituyen en sí mismas obras de arte, resultado de un laborioso proceso que las convierte en ediciones de lujo. Éstos son los pasos que siguen para elaborar un facsímil:
Fotografía: Con una cámara de alta precisión se obtienen las imágenes del manuscrito. Las instantáneas se imprimen sobre unas placas fotográficas con una sensibilidad extrema, que permiten reconocer todos los matices de color presentes en las hojas del original. La captura de imágenes se puede realizar, también, con cámaras digitales para evitar el proceso posterior.
Pre-impresión: Las placas se superponen sobre un escáner cilíndrico que identifica los colores de la imagen y los sintetiza en los cuatro colores básicos (magenta, cian, amarillo y negro). En este proceso se realizan los primeros ajustes cromáticos mediante un ordenador que adecua los matices de color a unos parámetros preestablecidos. La primera impresión, al igual que durante todo el proceso de elaboración, se realiza sobre un papel fabricado artesanalmente que reproduce la textura del pergamino.
Corrección de las pruebas: Se contrasta el resultado de la impresión con el códice original sobre una mesa de luz a 5.500 grados Kelvin. En ocasiones se desechan toneladas de páginas de prueba.
Impresión: Se seleccionan los fotolitos definitivos que se asemejan en mayor medida a los pigmentos originales. Las páginas se disponen en cuadernillos de ocho, 16 o más páginas.
Aplicación de metales: Las miniaturas de los manuscritos antiguos se solían decorar con oro líquido, pigmentos de oro, pan de oro y oro bruñido. Para reproducir estos ornamentos en los facsímiles, se emplea una lámina de cobre en la que se reproducen en relieve las zonas donde se han incrustado los metales. Entre la plancha y la página se aplica una fina lámina de oro o plata que, al recibir presión y calor, queda adherida al papel.
Encuadernación: Este proceso es totalmente artesanal, como se realizaba en la Edad Media. Se ordenan los cuadernillos plegados a mano, se afianzan en la prensa de impresión y se tienden en un telar donde se cosen manualmente.
Al final, el facsímil es una reproducción casi exacta de una obra antigua que adquiere un valor similar, no por su antigüedad sino por la riqueza del proceso de elaboración y los materiales empleados..


APÓSTROFE



El apóstrofe es una figura literaria de diálogo que consiste en dirigir la palabra con vehemencia a algo o alguien, en segunda persona. Los destinatarios pueden estar presentes o ausentes, vivos o muertos, pueden ser seres abstractos o cosas inanimadas. Incluso, hay apóstrofes dirigidos a uno mismo.
Se caracteriza por la interrupción repentina del discurso o narración. Su etimología proviene del griegoἀποστροφή que pasó al latín apostrŏphe. Se puede usar la forma masculina o en femenino, “la apóstrofe”, ya que se trata de un sustantivo ambiguo.
Como decimos, en retórica se incluye dentro de las figuras de diálogo o pathos (figuras patéticas). El empleo de este recurso es muy común en las plegarias u oraciones, en los soliloquios y en las invocaciones, así como en el lenguaje publicitario, político y en general como parte de la funciones apelativa y expresiva del lenguaje.
Por ello generalmente va acompañado en su forma escrita de signos de exclamación o interrogación y entre pausas.
Juan Ramón Jiménez usa el apóstrofe en la última estrofa del poema ‘Vino, primero, pura’:


Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda…
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!

Es una figura muy querida por el Romanticismo debido al gusto de este movimiento por la exaltación.Gustavo Adolfo Bécquer utiliza al final de las tres primeras estrofas de la ‘Rima LII ‘el mismo apóstrofe para simular, con un gran efecto de pathos retórico, el romperse de una ola:

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas
envuelto entre sábanas de espuma,
¡llevadme con vosotras!

En su ‘Himno al sol’ Espronceda usa continuamente el apóstrofe:
Para y óyeme ¡oh Sol! yo te saludo
Y estático ante ti me atrevo a hablarte;
Ardiente como tú mi fantasía,
Arrebatada en ansia de admirarte,
Intrépidas a ti sus alas guía.
¡Ojalá que mi acento poderoso,
Sublime resonando,
Del trueno pavoroso
La temerosa voz sobrepujando,
¡Oh sol!, a ti llegara
Y en medio de tu curso te parara!

El apóstrofe está muy relacionado con la optación, que es otra de las figuras de diálogo y consiste en la manifestación, de forma muy explícita, de un deseo, dirigido siempre a un tú que está claramente presente en el discurso.

ASUNTOS DIVINOS


En todas las mitologías y muchas religiones la pareja divina (el dios y la diosa sexualmente unidos) existe como conjugación de los principios masculino y femenino necesarios para procrear, fertilizar y mantener el equilibrio de la tierra y las especies. Por consiguiente, el matrimonio sagrado se convirtió en el modelo de la pareja humana en las sociedades de todo el mundo. Este concepto del matrimonio influyó en las escrituras sagradas hebreas, alentando al pueblo para que se multiplicara sexualmente, al tiempo que otras fuentes judías, sobre todo la Cabala, afirmaban que el individuo que no se casa rebajaba la categoría de dios. Ver La Matronit y la Cabala.


La pareja sagrada representa la totalidad, el perfecto andrógino o hermafrodita que todo lo abarca. El hombre y la mujer se unen sexualmente para recrear esta forma original. Durante la representación del matrimonio sagrado, el sacerdote (o el rey) debía permanecer estático y era la mujer –personificando a la diosa– la que despertaba y rescataba al hombre-dios, llevándole al éxtasis sexual, como forma de volver a vivificar la semilla que contenía su falo.

“El Mito del Andrógino” aparece en el Banquete de Platón, concretamente en el Discurso de Aristófanes, quien expone que en la antigüedad, la humanidad se dividía en tres géneros, el masculino, el femenino, y el andrógino (del griego Andros-Hombre y Gino-Mujer). Los seres que pertenecían a esta última clase eran redondos, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras en la cabeza y, por supuesto dos órganos sexuales. Estaban unidos por el vientre.





Ser andrógino según el Banquete de Platón

Eran seres poderosos por su vigor y por su fuera. Los dioses griegos vieron que una criatura que tenía cuatro brazos trabajaba más, además, estaba siempre vigilantes porque tenía dos caras opuestas que todo lo observaban, impidiendo que fuesen atacadas a traición, cuatro piernas que les permitían permanecer de pie o andar argos tiempos sin cansarse.

O bien porque los dioses se sintieron celosos de sus poderes, o bien sea que tales criaturas se sintieron capaces de atentar contra los dioses, lo cierto es que Zeus las castigó partiéndolas por la mitad. Apolo los curó dándoles la forma actual que tienen ambos sexos, es decir, con los órganos sexuales al frente en vez de tenerlos en el dorso.
El Amor desde tiempos inmemoriales trata de unirlos, de manera que, cuando se encuentran se unen de tal forma que es para toda la vida, tratando cada uno de reunirse y fundirse con el amado y convertirse de dos seres en uno solo, de manera que tan solo podría alcanzar la felicidad nuestra especie cuando se dé el tiempo en que la mitad de la Humanidad se encuentre con su otra mitad. Cada mitad de un hombre y mujer primitivos se entregan a la homosexualidad en busca de su otra mitad, en tanto que, la mitad del andrógino se entrega a la heterosexualidad en busca de su otra mitad.

La diosa y el orden natural

La mitología griega personificó los poderes destructivos del universo como hijos de Gea: los Titanes,Gigantes, Hecatónquiros… etc. La destrucción es necesaria para dar lugar a la nueva vida y forma parte del proceso que garantiza la vitalidad del mundo. Ver Los Mitos Griegos, La Tifonomaquia y los Alóadas y La Titano y la Gigantomaquia.

Las luchas entre los elementos constructivos y destructivos forman parte del ciclo natural y el concepto de que unos son buenos y los otros malos es una innovación de la Edad del Bronce, cuando el hombre toma consciencia de sí mismo y se siente como diferente a la naturaleza.

El proceso alquímico

Viene reflejado en el Rosarium Philosophorum (1550), un texto que contiene veinte imágenes que describen simbólicamente el "verdadero Arte", la verdadera alquimia, que consiste en iluminar la mente del iniciado, suministrándole la experiencia de niveles de la realidad que normalmente son inaccesibles para el ser humano.

El proceso es imaginado como una "unión sagrada" (hieros gamos) cuyo fruto es el lapis philosophorum, una sustancia que se cree que tienen el poder de transmutar el plomo en oro. También se llama elixir o piedra filosofal.


La fuente alquímica o fuente de vida, es una fuente con tres surtidores, dos de los cuales (los extremos) simbolizan los principios opuestos y, el central, la energía mediadora. Cuatro estrellas de seis puntas situadas en los extremos de dos columnas de humo que surgen de ambos lados de la fuente. Otra estrella sobre la fuente flanqueada por el Sol y la Luna, sobre la cual un dragón de dos cabezas intenta devorar las estrellas.


El Rey y la Reina simbolizan los principios opuestos. Se inicia la unión química. La Paloma como elemento mediador: el mercurio o Mercurio. El rey, a la izquierda, situado sobre el Sol, agarra la mano izquierda de la reina en pie sobre la Luna. Sostienen en su mano derecha ramas con hojas que se entrecruzan con la que sostiene el pájaro que desciende desde una estrella de seis puntas. 


El rey y la reina desnudos entrecruzan las manos, los tallos y las hojas.

El rey y la reina sentados en un baño hexagonal sostienen los tallos en la misma configuración que en la figura anterior.



La Conjunción, la Coniunctio o coito se produce en un estanque, en el agua. Junto a ellos el Sol y la Luna. VI. (Las imágenes 6-9 muestran niveles de unificación progresivos. Como la serie 13-16) La Concepción o Putrefacción. Un hermafrodita, mitad rey mitad reina, está tumbado como un cadáver en un sepulcro lleno de agua.

La Extracción o Impregnación del alma. El andrógino rey-reina continúa en su sepulcro mientras un pequeño espíritu macho aparece entre las nubes.

El Lavado o Mundificación. Sigue el hermafrodita en su sitio mientras caen gotas de lluvia desde las nubes.


El Regocijo, Nacimiento o Sublimación del alma. Un pájaro se aproxima a otro enterrado hasta la cabeza en el suelo. Un pequeño espíritu hembra desciende desde las nubes.

El hermafrodita, ahora con alas, está de pie sobre la Luna. Sostiene en su mano derecha un cáliz con tres serpientes y en su izquierda otra serpiente enrollada (cáliz y serpiente son símbolos sexuales). A la izquierda de la imagen hay un árbol de la Luna con trece flores lunares. A la derecha, un cuervo. 

La Fermentación: otra cópula del rey y la reina en un estanque con agua.

La Iluminación. Un Sol con alas permanece inmóvil en el aire sobre un sepulcro lleno de agua.


La Nutrición: el hermafrodita alado yace en al sepulcro lleno de agua.

La Fijación: el hermafrodita ha perdido las alas y yace en el sepulcro. Un pequeño espíritu hembra amanece entre las nubes.

 La Multiplicación. El hermafrodita en el sepulcro. Gotas de lluvia desde las nubes.
La Resurrección. Un pequeño espíritu hembra desciende sobre el sepulcro del andrógino.



La Evidencia de la Perfección: El andrógino con alas de murciélago, con las serpientes en sus manos está de pie sobre una colina bajo la cual tres serpientes se devoran unas a otras. Detrás, un león. A la izquierda un árbol solar con trece flores solares. A la derecha, un pelícano nutre a sus pollos con su propia sangre.

Lo otro de sí se convierte en sí mismo: el alquimista ha conseguido la Iluminación. El león devora el Sol. La sangre cae sobre la tierra.


El sincretismo alquímico-cristiano desvirtúa el mensaje ancestral de la Diosa, al mezclarse tradiciones patriarcales judías. El Hijo con el cetro y el Padre con el orbe, sostienen la corona sobre una joven (María) mientras revolotea la paloma. Reconocen a la Gran Diosa Madre y a su símbolo prehistórico: la paloma.
La Palingenesia, la regeneración. La transmutación, no una mera transformación. En términos cristianos: la resurrección del cuerpo significa su glorificación y perfección.


                                  MODELO DE COMENTARIO DE TEXTO FILOLÓGICO El objetivo del comentario filológico es datar el texto a través ...