Amor con pan y cebolla
Dedicado a mi hijo a quien amo profundamente. "Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que tú seas el lector de estos ejercicios, y yo su redactor". Jorge Luis Borges, "Fervor de Buenos Aires".
2.28.2015
RAQUEL DÍAZ REGUERA
AMADO NERVO
“Llénalo de amor”
Anthony Palliser
Siempre que haya un hueco en tu vida,
llénalo de amor.
Adolescente, joven, viejo:
siempre que haya un hueco en tu vida,
llénalo de amor.
En cuanto sepas que tienes delante de ti un tiempo baldío,
ve a buscar al amor.
No pienses: “Sufriré”.
No pienses: “Me engañarán”.
No pienses: “Dudaré”.
Ve, simplemente, diáfanamente, regocijadamente,
en busca del amor.
¿Qué índole de amor?
No importa.
Todo amor está lleno de excelencia y de nobleza.
Ama como puedas, ama a quien puedas, ama todo lo que puedas…
pero ama siempre.
No te preocupes de la finalidad de tu amor.
Él lleva en sí mismo su finalidad.
No te juzgues incompleto porque no responden a tus ternuras:
el amor lleva en sí su propia plenitud.
Siempre que haya un hueco en tu vida,
llénalo de amor.
"En paz"
Jeffrey Vanhoutte
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
2.25.2015
AZORÍN
Ignacio Zuloaga
«Hay cada ocho, cada diez, cada veinte años –ha seguido pensando-, un nuevo tipo de escritor que representa las aspiraciones y los gustos comunes. No hay más que abrir una colección de periódicos para verlo claramente. La sintaxis, la adjetivación, la analogía, hasta la misma puntación, cambian en breve espacio de tiempo… Un cronista no puede ser “brillante” más allá de diez años…, y es mucho. Después queda anticuado, desorientado. Otros jóvenes vienen con otros adjetivos, con otras metáforas, con otras paradojas…, y el antiguo cronista muere definitivamente, para el presente y para la posterioridad… ¿Quién era Selgas? ¿Quiés era Castro y Serrano?... Yo veo que hay dos cosas en literatura: la novedad y la originalidad. La novedad está en la forma, en la facilidad, en el ardimiento, en la elegancia del estilo. La originalidad es cosa más honda: está en algo indefinible, en un secreto encanto de la idea, en una idealidad sugestiva y misteriosa… Los escritores nuevos son los más populares; los originales rara vez alcanzan la popularidad en vida…, pero pasan, pasan indefectiblemente a la posteridad. Y es que sólo puede ser popular lo artificioso, lo ingenioso, y los escritores originales son todos sencillos, claros, desaliñados casi…, porque sienten mucho. Cervantes, Teresa de Jesús, Bécquer…, son incorrectos, torpes, desmañados. En tiempo de Cervantes, los Argensola era los cronistas “brillantes”; en tiempo de Bécquer…, yo no sé quién sería, tal vez aquel majadero de Lorenzana…».
Sergey Tyukanov
«¡El progreso! ¡Qué nos importan las generaciones futuras! Lo importante es nuestra vida, nuestra sensación momentánea y actual, nuestro yo, que es un relampagueo fugaz. Además, el progreso es inmoral, es una colosal inmoralidad, porque consiste en el bienestar de unas generaciones a costa del trabajo y del sacrificio de las anteriores.»
Azorín entra en la calle de los Estudios. Pasa por la misma una mujer con dos niños. Y Azorín piensa:
«No sé qué estúpida vanidad, qué monstruoso deseo de inmortalidad, no lleva a continuar nuestra personalidad más allá de nosotros. Yo tengo por la obra más criminal esta de empeñarnos en que prosiga indefinidamente una humanidad que siempre ha de sentirse estremecida por el dolor: por el dolor del deseo incumplido, por el dolor, más angustioso todavía, del deseo satisfecho… Podrán llegar los hombres al más alto grado de bienestar, ser todos buenos, ser todos inteligentes…, pero no serán felices; porque el tiempo, que se lleva la juventud y la belleza, trae a nosotros la añoranza melancólica por las pasadas agradables sensaciones. Y el recuerdo será siempre fuente de tristeza. Yo de mí sé decir que nada hay que tanto me contriste como volver a ver un lugar –una casa, un paisaje- que frecuenté en mi adolescencia; ni nada que ponga tanta amargura en mi espíritu como observar cómo ha ido envejeciendo…, cómo ha perdido el brillo de los ojos, y la flexibilidad de sus miembros, y la gallardía de sus movimientos… la mujer que yo amé secreta y fugazmente siendo muchacho. ¡Todo pasa brutalmente, inexorablemente! Y yo veo junto a esta mujer deforme, lenta, inexpresiva…, un gesto, una mirada, un movimiento de la muchacha de antaño…, su modo peculiar de sonreír entornando los ojos titileantes, su manera de decir no, su expresión deliciosamente grave al hacer una confidencia… ¡Y todo este resurgimiento instintivo me llena de una tristeza casi anhelante! Y pienso en una inmensa Danza de la Muerte, frenética, ciega, que juega con nosotros y nos lleva a la nada… Los hombres mueren, las cosas mueren. Y las cosas me recuerdan los hombres, las sensaciones múltiples de esos hombres, los deseos, los caprichos, las angustias, las voluptuosidades de todo un mundo que ya no es.»
Igor Samsonov
«La cofradía canta más lejos; sus deprecaciones llegan a través de la distancia opacas, temblorosas, suaves.
El maestro exclama:
-¡Ah, la inteligencia es el mal!... Comprender es entristecerse; observar es sentirse vivir… Y sentirse vivir es sentir la muerte, es sentir la inexorable marcha de todo nuestro ser y de las cosas que nos rodean hacia el océano misterioso de la nada…
Ya en la lejanía, apenas se percibe, a retazos, la súplica fervorosa de los labriegos, de los hombres sencillos, de los hombres felices… Una campana toca cerca; en la madera del balcón clarean dos grandes ángulos de luz tenue.»
La voluntad
2.24.2015
MEDITACIÓN VIPASSANA
El sistema de Buda era el Vipassana. Significa "ser testigo". Es el método de observar tu respiración... simplemente, observar tu respiración... el aliento que entra, el aliento que sale. Hay cuatro cosas que se deben observar. Siéntate en silencio y empieza por la respiración, por sentir la respiración. La primera cosa es el aliento que entra. Después, cuando el aliento ha entrado, se detiene un momento... es un momento muy breve, esa es la segunda cosa que hay que observar. Después, el aliento sale; esa es la tercera cosa que hay que observar. Y una vez más, cuando el aliento ha salido del todo, se detiene durante una fracción de segundo; esa es la cuarta cosa que hay que observar. Si puedes observar estos cuatro aspectos, quedarás sorprendido, asombrado del milagro de un proceso tan simple... porque la mente no interviene.
Observar no es una cualidad de la mente., sino de la consciencia. Cuando observas, la mente se detiene, deja de existir. Sí, al principio te distraerás muchas veces y la mente entrará y empezará a jugar a sus juegos de siempre. Pero cuando te des cuenta de que te has distraído, no hay necesidad de sentirse culpable... simplemente, reanuda la observación, vuelve a observar una y otra vez tu respiración. Poco a poco, poco a poco, la mente interferirá cada vez menos. Y esos pocos momentos en los que estás vigilante son de una belleza tan exquisita, de una alegría tan tremenda, que una vez que hayas saboreado esos pocos momentos, querrás volver una y otra vez... sin más motivo que por el gozo de estar ahí, presente ante la respiración.
En el Vipassana no tienes que cambiar el ritmo de tu respiración natural. No tienes que hacer inhalaciones largas y profundas; no tienes que exhalar de manera diferente de la normal. Deja que sea absolutamente normal y natural. Toda tu consciencia tiene que estar en un punto, observando. Y si puedes observar tu respiración, también puedes empezar a observar otras cosas. Al andar puedes observar que estás andando, al comer puedes observar que estás comiendo. Y por fin llega un momento en el que puedes observar que estás dormido. El día en que puedas observar que estás dormido te verás transportado a otro mundo. El cuerpo sigue durmiendo, y dentro sigue ardiendo una luz brillante. Tu vigilancia se mantiene sin perturbaciones. Durante las veinticuatro horas del día habrá una corriente subterránea de vigilancia. Tú sigues haciendo cosas. Para el mundo exterior, nada ha cambiado, pero para ti ha cambiado todo.
Observar no es una cualidad de la mente., sino de la consciencia. Cuando observas, la mente se detiene, deja de existir. Sí, al principio te distraerás muchas veces y la mente entrará y empezará a jugar a sus juegos de siempre. Pero cuando te des cuenta de que te has distraído, no hay necesidad de sentirse culpable... simplemente, reanuda la observación, vuelve a observar una y otra vez tu respiración. Poco a poco, poco a poco, la mente interferirá cada vez menos. Y esos pocos momentos en los que estás vigilante son de una belleza tan exquisita, de una alegría tan tremenda, que una vez que hayas saboreado esos pocos momentos, querrás volver una y otra vez... sin más motivo que por el gozo de estar ahí, presente ante la respiración.
En el Vipassana no tienes que cambiar el ritmo de tu respiración natural. No tienes que hacer inhalaciones largas y profundas; no tienes que exhalar de manera diferente de la normal. Deja que sea absolutamente normal y natural. Toda tu consciencia tiene que estar en un punto, observando. Y si puedes observar tu respiración, también puedes empezar a observar otras cosas. Al andar puedes observar que estás andando, al comer puedes observar que estás comiendo. Y por fin llega un momento en el que puedes observar que estás dormido. El día en que puedas observar que estás dormido te verás transportado a otro mundo. El cuerpo sigue durmiendo, y dentro sigue ardiendo una luz brillante. Tu vigilancia se mantiene sin perturbaciones. Durante las veinticuatro horas del día habrá una corriente subterránea de vigilancia. Tú sigues haciendo cosas. Para el mundo exterior, nada ha cambiado, pero para ti ha cambiado todo.
PEPITAS DE ORO
"Cuando naces no lo haces ya como un árbol, naces sólo como una semilla. Tienes que crecer hasta el punto en que florezcas y ese florecimiento será tu contentamiento, tu plenitud. Ese florecimiento nada tiene que ver con el poder, con el dinero, con la política. Tiene que ver sólo contigo, absolutamente; es un proceso individual. Tienes que ser la celebración de ti mismo."
Osho
MARC CHAGALL
El pintor Marc Chagall fue, sobre todo, un artista de la memoria, la de su infancia en la ciudad de Vitebsk, a la sombra de la sinagoga y de las cúpulas doradas de las iglesias ortodoxas, o la de sus años de juventud y de madurez en el París de una edad de oro artística. Chagall, nacido Moshe Segal, es además un pintor judío muy influenciado por los relatos de la Biblia, con su nutrida galería de patriarcas, reyes y profetas, esperanza de un pueblo singular que fue elevada a la categoría de esperanza universal.
El artista se decepcionó pronto con las promesas emancipadoras de la revolución soviética y de su “hombre nuevo” negador de todos los pasados, entre ellos el de un Israel milenario. Se exiliaría en París y publicaría Mi vida, con apenas treinta y cinco años. Había vivido una vida rusa campesina y una vida parisina muy de la Belle Époque, pero el editor Ambroise Vollard, que le había encargado ilustrar Las Almas Muertas de su admirado Gogol, brindó a Chagall una oportunidad en 1931 que daría un giro significativo a su trayectoria: un viaje a Palestina para empaparse de la luminosidad mediterránea del antiguo Israel, preámbulo del ambicioso proyecto de ilustrar una nueva edición de la Biblia. La publicación no se llevó a cabo, aunque Chagall realizó, a lo largo de dos décadas, más de un centenar de grabados de escenas del Antiguo Testamento que, junto con otras obras posteriores, forman parte de los fondos del Museo Bíblico de Niza.
Chagall solía decir que la Biblia es la fuente más grande de la poesía. ¿Y quién es el mayor poeta del Antiguo Testamento? El rey David, el que entonaba salmos cada día, trajo instrumentos para el servicio del altar y compuso música de acompañamiento (Ecl 47, 9).Aquel monarca surge con frecuencia en las obras del pintor, a veces en un tono ingenuo como en una litografía de 1956, que representa al joven rey David bailando con un león, referencia inequívoca al símbolo de la tribu de Judá, aquel hijo de Jacob al que su padre comparó a un cachorro de león (Gen 49,9). El león de Chagall no debe ser el mismo al que David mató para salvar a los corderos de su rebaño, según contara él mismo a Saúl (I Sam 17, 34). Este león acompaña alegremente a un rey, a la vez guerrero y pacífico, que ha hecho de Jerusalén, la ciudad de la paz, la capital de su reino. Es un soberano que aún conserva la desenfadada sencillez del pastor de su Belén natal, y en su rostro no parecen notarse los sufrimientos por la injusta persecución a que le sometiera Saúl. La alegría de David no es un júbilo que nace en un corazón henchido de orgullo y que está convencido que todo se lo debe a sí mismo. Es una alegría que hunde sus raíces en una continua acción de gracias a Dios, fiel a su pueblo desde la promesa hecha a Abrahán.
Sin embargo, el lienzo El Rey David, pintado por Chagall en 1951, nos ofrece una imagen diferente del personaje bíblico. Su traje de color púrpura, su corona y su aureola nos indican la dignidad de rey ungido del Señor. Es un hombre maduro, aunque sigue tocando la cítara como en sus años mozos. A sus pies, vemos a un pueblo que baila por las calles de Jerusalén, bajo los destellos rojos y amarillos del Sol, aunque también contemplamos con expresivos tonos verdosos la imagen de un anciano, el profeta Natán, que se oprime la rodilla con una mano mientras se apoya la otra en el tórax, a la altura del corazón. Parece decirnos que allí se fraguan todas las acciones humanas. Me brota del corazón un poema bello, leemos al inicio del Salmo 44, aunque del corazón también puede salir el mal, como le sucedió a David con Betsabé, la mujer de Urías. Un afecto desordenado culminó en adulterio y homicidio, y Natán tendría que recriminar al rey su grave pecado. Sin embargo, David pide perdón a Dios y reconoce su culpa, como reconocerá otras en un reinado en el que se entremezclan virtudes y acciones deleznables. Pero el principal mérito de David ante Dios no son sus hazañas guerreras ni sus sacrificios de animales. Es el corazón sincero, quebrantado y humillado del que nos habla el Salmo 50.
En la obra de Chagall hay, junto al profeta, un libro abierto del que sale un espíritu que adopta forma de mujer. Es Betsabé, cuyo rostro aparece de nuevo en la parte inferior del lienzo dando el pecho a su hijo Salomón, el amado por Dios (2 Sam 12, 24). Tampoco éste será fiel a su Señor, hecho repetido tantas veces en la historia de la salvación, pero el ángel que vemos en el cuadro, arrojando flores desde el cielo, acaso nos esté recordando una vez más que “el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Sal 144, 1).
El artista se decepcionó pronto con las promesas emancipadoras de la revolución soviética y de su “hombre nuevo” negador de todos los pasados, entre ellos el de un Israel milenario. Se exiliaría en París y publicaría Mi vida, con apenas treinta y cinco años. Había vivido una vida rusa campesina y una vida parisina muy de la Belle Époque, pero el editor Ambroise Vollard, que le había encargado ilustrar Las Almas Muertas de su admirado Gogol, brindó a Chagall una oportunidad en 1931 que daría un giro significativo a su trayectoria: un viaje a Palestina para empaparse de la luminosidad mediterránea del antiguo Israel, preámbulo del ambicioso proyecto de ilustrar una nueva edición de la Biblia. La publicación no se llevó a cabo, aunque Chagall realizó, a lo largo de dos décadas, más de un centenar de grabados de escenas del Antiguo Testamento que, junto con otras obras posteriores, forman parte de los fondos del Museo Bíblico de Niza.
Chagall solía decir que la Biblia es la fuente más grande de la poesía. ¿Y quién es el mayor poeta del Antiguo Testamento? El rey David, el que entonaba salmos cada día, trajo instrumentos para el servicio del altar y compuso música de acompañamiento (Ecl 47, 9).Aquel monarca surge con frecuencia en las obras del pintor, a veces en un tono ingenuo como en una litografía de 1956, que representa al joven rey David bailando con un león, referencia inequívoca al símbolo de la tribu de Judá, aquel hijo de Jacob al que su padre comparó a un cachorro de león (Gen 49,9). El león de Chagall no debe ser el mismo al que David mató para salvar a los corderos de su rebaño, según contara él mismo a Saúl (I Sam 17, 34). Este león acompaña alegremente a un rey, a la vez guerrero y pacífico, que ha hecho de Jerusalén, la ciudad de la paz, la capital de su reino. Es un soberano que aún conserva la desenfadada sencillez del pastor de su Belén natal, y en su rostro no parecen notarse los sufrimientos por la injusta persecución a que le sometiera Saúl. La alegría de David no es un júbilo que nace en un corazón henchido de orgullo y que está convencido que todo se lo debe a sí mismo. Es una alegría que hunde sus raíces en una continua acción de gracias a Dios, fiel a su pueblo desde la promesa hecha a Abrahán.
Sin embargo, el lienzo El Rey David, pintado por Chagall en 1951, nos ofrece una imagen diferente del personaje bíblico. Su traje de color púrpura, su corona y su aureola nos indican la dignidad de rey ungido del Señor. Es un hombre maduro, aunque sigue tocando la cítara como en sus años mozos. A sus pies, vemos a un pueblo que baila por las calles de Jerusalén, bajo los destellos rojos y amarillos del Sol, aunque también contemplamos con expresivos tonos verdosos la imagen de un anciano, el profeta Natán, que se oprime la rodilla con una mano mientras se apoya la otra en el tórax, a la altura del corazón. Parece decirnos que allí se fraguan todas las acciones humanas. Me brota del corazón un poema bello, leemos al inicio del Salmo 44, aunque del corazón también puede salir el mal, como le sucedió a David con Betsabé, la mujer de Urías. Un afecto desordenado culminó en adulterio y homicidio, y Natán tendría que recriminar al rey su grave pecado. Sin embargo, David pide perdón a Dios y reconoce su culpa, como reconocerá otras en un reinado en el que se entremezclan virtudes y acciones deleznables. Pero el principal mérito de David ante Dios no son sus hazañas guerreras ni sus sacrificios de animales. Es el corazón sincero, quebrantado y humillado del que nos habla el Salmo 50.
En la obra de Chagall hay, junto al profeta, un libro abierto del que sale un espíritu que adopta forma de mujer. Es Betsabé, cuyo rostro aparece de nuevo en la parte inferior del lienzo dando el pecho a su hijo Salomón, el amado por Dios (2 Sam 12, 24). Tampoco éste será fiel a su Señor, hecho repetido tantas veces en la historia de la salvación, pero el ángel que vemos en el cuadro, arrojando flores desde el cielo, acaso nos esté recordando una vez más que “el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Sal 144, 1).
CUENTO SUFI
David Ho
Una vez un rey citó a todos los sabios de la corte, y les informó:
- “He mandado hacer un precioso anillo con un diamante, con uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar, oculto dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño, de tal forma que quepa debajo del diamante de mi anillo”.
Todos aquellos que escucharon los deseos del rey, eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados… pero ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía por muchas horas, sin encontrar nada en que ajustara a los deseos del poderoso rey.
El rey tenía muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, que había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como la familia y gozaba del respeto de todos.
El rey, por esos motivos, también lo consultó. Y éste le dijo:
- “No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje”
- “¿Como lo sabes preguntó el rey”?
- “Durante mi larga vida en Palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad me encontré con un maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje”.
En ese momento el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.
- “Pero no lo leas”, dijo. “Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida en una situación”.
Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y su reino se vio amenazado.
Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle.
Caer por el, sería fatal. No podía volver atrás, porque el enemigo le cerraba el camino. Podía escuchar el trote de los caballos, las voces, la proximidad del enemigo.
Fue entonces cuando recordó lo del anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso para el momento…
Simplemente decía “ESTO TAMBIEN PASARÁ”.
En ese momento fue consciente que se cernía sobre él, un gran silencio.
Los enemigos que lo perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino. Pero lo cierto es que lo rodeó un inmenso silencio. Ya no se sentía el trotar de los caballos.
El rey se sintió profundamente agradecido al sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió nuevamente su ejército y reconquistó su reinado.
Ese día en que estaba victorioso, en la ciudad hubo una gran celebración con música y baile…y el rey se sentía muy orgulloso de sí mismo.
En ese momento, nuevamente el anciano estaba a su lado y le dijo:
- “Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo”
- “¿Qué quieres decir?”, preguntó el rey. “Ahora estoy viviendo una situación de euforia, las personas celebran mi retorno, hemos vencido al enemigo”.
- “Escucha”, dijo el anciano. “Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando te sientes derrotado, también lo es para cuando te sientas victorioso. No es sólo para cuando eres el último, sino también para cuando eres el primero”.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje… “ESTO TAMBIEN PASARÁ”
Y, nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba. Pero el orgullo, el ego había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno.
Entonces el anciano le dijo:
- “Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche; hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.”
2.22.2015
NORMA BAZÚA
(1928-2011), su obra poética es sin duda una piedra de toque en las letras mexicanas.
"Antes del coito y de la siembra
la palabra exacta fue DESEO DE SER
Antes del fuego de la consumición
del agua sin parar
de la tempestad del rayo
de la obsidiana
la palabra exacta fue MUERTE
De ser amor y muerte tocó la piedra al hombre
y la defensa vino a detener la fiera
Desataron su látigo las lenguas
Voló la cerbatana para cortar el otro vuelo
Saltó horadado en la madera el fuego
Después acarició el barro y lo vació en sus manos
Encontró lo cóncavo
Fui el ayudante del amor
del odio
del reposo"
¡MAMÁ! ¡NO ENTIENDO LAS MATEMÁTICAS!
Uno de los problemas que presentan con más frecuencia los estudiantes es la falta de estrategias para resolver problemas matemáticos.
La complejidad de esta materia de estudio, junto a la monotonía que suele darse en la mayoría de las clases, es la responsable de que les resulte más difícil, pero, ¿podemos hacer algo en casa para ayudarlos a resolver problemas matemáticos de forma exitosa?
La respuesta es que sí. Sigue leyendo y aprenderás cómo.
Los niños aprenden matemáticas de forma antinatural.
La mayoría de las personas que tienen problemas con las matemáticas tienen dificultades para pensar en abstracto. Esto significa que les cuesta representar el problema en su mente. Pero, ¿por qué?
El problema está en el hecho de que en casi ningún centro educativo del mundo se adapta la metodología matemática al nivel de desarrollo evolutivo del niño y esto provoca que el niño se vea obligado a dar un salto evolutivo, con las lagunas implícitas que este hecho supone para responder a los requerimientos de la tarea. Para que te resulte más fácil comprender todo esto utilizaré un ejemplo.
Desde la perspectiva de la psicología evolutiva, los niños menores de doce años necesitan manipular los objetos que mencionan los problemas para poderlos entender porque no disponen de habilidades para pensar en abstracto de forma efectiva, sin embargo, en los colegios se les plantean problemas con litros y ninguno lleva el tetrabrik de casa ni le dejan jugar con agua en el aula ¿no?
Después de haber leído todo esto te habrás dado cuenta de dónde está la clave: en presentar los problemas a los niños de forma concreta. A continuación te explico cómo se hace.
Haciendo concreto lo abstracto
Todos los que hemos tenido problemas con las matemáticas, nos hemos sorprendido al observarnos a nosotros mismos perdidos ante la incapacidad de resolver un ejercicio matemático con nuestros hijos. Sin embargo, siempre se presenta alguien que hace que las matemáticas parezcan fáciles porque utiliza muchos ejemplos y los aplica a la vida diaria.
¿Has visto Donald en el país de las matemáticas? Se trata de una película bastante antigua en la que el pato Donald nos explica de forma muy creativa la relación entre el mundo físico en el que vivimos y las matemáticas. Pues bien, si quieres ayudar a tu hijo a resolver problemas matemáticos debes ser un poco como el pato Donald y esto implica pasar mucho tiempo en la cocina.
Sí, no me equivoqué al escribir, el lugar ideal para que los niños aprendan a resolver problemas matemáticos es la cocina, porque es donde disponemos de muchísimos objetos concretos que pueden servir para crear puentes entre lo que tu hijo sabe y lo que tú quieres que aprenda.
Si echamos un vistazo al programa educativo para las matemáticas de Primaria y gran parte de Secundaria, veremos que se reduce básicamente a los siguientes aspectos:
– dominar el cálculo mental
– manipular medidas de distinto tipo
– conocer el lenguaje algebraico
– estar familiarizado con la geometría.
Pues bien, todos tenemos en nuestras cocinas material suficiente para lograr que adquieran esos conocimientos, porque:
– Tenemos fruta, verdura y legumbres para ayudarles a agilizar el cálculo mental;
– Disponemos de jarras, vasos, balanzas y montones de tarros para practicar con las medidas;
– Utilizamos recetas que aplicamos a un número mayor o menor de comensales empleando pequeñas ecuaciones para ello; y
– Guardamos cajas, tuppers y recipientes que tienen formas geométricas.
Sólo tenemos que sentarnos con el libro de matemáticas y empezar a adaptar los problemas que plantea a lo que nosotros tenemos en nuestras cocinas. Después entrenaremos al niño en la forma de solucionar cada uno de ellos utilizando el material del que disponemos en la cocina; y por último le pediremos que trate de resolver los ejercicios propuestos por su profesor. ¡No decaigáis en la siembra, no nos queda otra!
¡ESCRIBIENDO QUÉ NO ES POCO!
Delphin Enjolras
La lectura de los grandes es, pues, toda una clase gratuita a la que hay que acudir para sentarse en la última fila de Azorín o de Proust, de Chejov o de Valle Inclán, tomando apuntes, por ejemplo, de cómo Don Ramón escogía las piezas de las palabras para incrustarlas eficaz y brillantemente en las articulaciones de sus acotaciones teatrales. Hay escritores inimitables y otros que no lo son, hay escritores que confiesan en cartas y en Diarios sus batallas creadoras (pienso en Virginia Woolf) entre la enfermedad, los editores, la familia, el público y las críticas. Ahí se les ve luchar, y eso indudablemente aviva la serenidad de nuestras luchas.
Es indudable que se aprende a escribir leyendo a los grandes escritores. Ellos se han adelantado antes que nosotros a ver la vida y a contarla y, cada uno desde su siglo – es decir, con sus maneras y enfoques propios, con su estilo – ha procurado entregar su visión de la vida a los demás.
Hay que desconfiar un poco de aquel escritor que no lea a los antiguos y a los maestros, aun cuando el tiempo haya desbrozado modos y modas de aquellos autores y ya no se escriba como ellos hicieron sino, por ejemplo, como a veces hoy ocurre, con el pulso sintético y cinematográfico inyectado bajo la piel de una prosa vibrante.
Pero los grandes temas y los grandes tratamientos – desde los griegos a Shakespeare o a Tolstoi – están ahí y uno debe de beber en las fuentes igual que se sumerge en las aguas de las más hermosas películas de todos los tiempos para aprender cómo hacer cine. En la Universidad de Columbia, por ejemplo, hay todo un curso para creadores que abarca desde Homero y Sófocles hasta Virginia Woolf y cualquier lectura reposada de un aspirante a escritor le mostrará hasta dónde llegó la sensibilidad y qué formas exteriores se aplicaron para narrar la esencia de la vida.
Se ha dicho que muchas vocaciones literarias han nacido en la cuna silenciosa de las bibliotecas paternas o en esos espacios de soledad elegida u obligada que un hombre o una mujer joven han abrazado de modo consciente. Quizá más que el asombro ante las maravillas de la naturaleza uno se asombre de cómo han sabido contar otros esas maravillas, y qué adjetivos escogió Quevedo o Góngora para describir una pasión o una joya. Todo el remanso de los clásicos, en vez de repeler, lo que debe hacer es animar a un joven escritor hacia el estímulo de la apertura de su propia voz, voz única, no antes pronunciada ni por Góngora ni por Quevedo ni por Cervantes, porque tampoco las voces de aquellos grandes autores habían sido formuladas en siglos anteriores. Cada uno se atrevió, en el siglo de Oro o en el XXl a una personal formulación, cuajada de adjetivos propios, tallada a golpes de corrección, en amistad entrañable con la paciencia – amiga íntima que siempre debe acompañar al escritor – , encadenada al eslabón de una constancia que lleve a buen puerto la tarea iniciada.
La lectura de los grandes es, pues, toda una clase gratuita a la que hay que acudir para sentarse en la última fila de Azorín o de Proust, de Chejov o de Valle Inclán, tomando apuntes, por ejemplo, de cómo Don Ramón escogía las piezas de las palabras para incrustarlas eficaz y brillantemente en las articulaciones de sus acotaciones teatrales. Hay escritores inimitables y otros que no lo son, hay escritores que confiesan en cartas y en Diarios sus batallas creadoras (pienso en Virginia Woolf) entre la enfermedad, los editores, la familia, el público y las críticas. Ahí se les ve luchar, y eso indudablemente aviva la serenidad de nuestras luchas.
Y además de leer a los grandes como si uno se adentrase pausadamente en el mar, pienso que se aprende a escribir tomando la libertad entre los dedos y esbozando una y otra vez aquello que llevamos dentro y que queremos expresar. En ocasiones la rigidez y la prisa estropean radicalmente el cuadro, se cree que ya en el primer intento debe surgir el acierto y no es así: el esbozo es eso, un perfil a carboncillo, el apunte sobre el cartón mientras acaso copiamos las maneras de un cuento que nos sobrecogió y de las que nos iremos despegando para ser poco a poco nosotros mismos. Habría ejemplos innumerables: Stravinski (tomado como un creador más, aunque no fuera escritor), pedía en los aviones a la azafata una servilleta e iba escribiendo esos esbozos de música, invenciones de composición en el aire, cuando la imaginación le provocaba, y luego, ya en su hotel, iba pegando y ajustando esos recortes sobre el mosaico de un papel para componer poco a poco lo que se le había ido ocurriendo a trazos. Igual hacía en lo profundo de la noche y en su estancia a cubierto de todos los ruidos Marcel Proust con sus célebres cuadernos.
La constancia en la contemplación del mundo – la contemplación es inacabable – lleva de la mano, o debe llevar, a la perseverancia en la ejecución, como esos admirables artesanos manuales que bordean una y otra vez con sus dedos la arcilla haciendo rodar una creación que va dando las vueltas a la paciencia y la paciencia a su vez va dando las vueltas a la vida.
Aprender a escribir es un arte impregnado de humildad. Todas las profundas virtudes del hombre – la laboriosidad, la tenacidad, el ánimo estable, la superación de dificultades – marchan junto a la humildad que se coloca junto a nosotros en la mesa y se adelanta a escribir antes de que nosotros lo hagamos, mostrándonos su sabiduría Humildad para no creernos Cervantes pero tampoco para temer o desdeñar al autor de El Quijote. Él nos enseña que desde la cárcel observó la vida y que después prosiguió página a página, soslayando penurias y contratiempos entre el humor y el sentido común del escudero y del caballero. Aprender a escribir es recomenzar lo andado, dar rodeos de estilo y de formas para decir de otro modo lo que muchos han dicho ya. Aprender a escribir es conocer que cada libro arranca desde cero y la experiencia anterior no nos quita ese pánico de la página en blanco ni ese temor al qué dirán los ojos lectores. Aprender a escribir, como todos los aprendizajes de aquellos palotes mostrados por los maestros primeros o como en las dulzuras empeñadas de las madres, supone siempre esfuerzo y sacrificio. Hay que sacrificar los ocios, olvidarse del paso de las horas, creer en sí mismo. Trabajar. Trabajar el lenguaje, trabajar la composición, trabajar los retoques últimos.
Aprender a escribir es saber que uno está aprendiendo siempre, como un viejo niño escritor que no acaba de crecer por completo, y eso en sí, cada día, humildemente, ya es una maravilla.
Hay que aprender a escribir conociéndose. Asomándose al espejo de la personalidad y sabiendo enseguida si uno es un hombre o una mujer de mañanas o de tardes, si a las noches se les puede arrancar algo de trabajo.
2.21.2015
OTAR IMERLISHVILI
Nacido en la ciudad de Tblisi, Georgia, en el año 1970, ha desarrollado su vida y su aprendizaje en esa ciudad, obteniendo el título de Restaurador de Arte en la Universidad de Arte de esa ciudad, en 1995.-
Me ha atrapado de la pintura de Otar, el color de las cotidianidad de las escenas e historias mínimas con un toque encandoramente naif.
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