11.11.2013

JAIME SABINES

 
A. Mucha

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas. 
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía
Un pedazo de luna en el bolsillo
es el mejor amuleto que la pata de conejo: 
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que nadie lo sepa 
y para alejar a los médicos y las clínicas. 
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido, 
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir

Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver. 
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna 
para cuando te ahogues, 
y dale la llave de la luna 
a los presos y a los desencantados. 
Para los condenados a muerte 
y para los condenados a vida 
no hay mejor estimulante que la luna 
en dosis precisas y controladas.

Edwin Georgi 

No me gusta los trámites, las fórmulas en el amor; no me gustan los compromisos; los juramentos. Si tú quieres escribirme -porque quieres escribirme- cada tres días, encantado. Si yo quiero hacerlo del diario, tanto mejor. Pero siempre la cosa espontánea y natural. Quiero ser libre dentro de esta esclavitud. Te quiero.


A una mujer madura

Robin Eley

“Te quiero porque tienes…”

Te quiero porque tienes
las partes de la mujer en el lugar preciso
y estás completa.
No te falta ni un pétalo,
ni un olor, ni una sombra.

Colocada en tu alma,
dispuesta a ser rocío en la yerba del mundo,
leche de luna en las oscuras hojas.
Quizás me ves,
tal vez, acaso un día,
en una lámpara apagada,
en un rincón del cuarto donde duermes,
soy la mancha, un punto en la pared,
alguna raya que tus ojos, sin ti,
se quedan viendo.

Quizás me reconoces
como una hora antigua
cuando a solas preguntas, te interrogas
con el cuerpo cerrado y sin respuesta.

Soy una cicatriz que ya no existe,
un beso ya lavado por el tiempo,
un amor y otro amor que ya enterraste.
Pero estás en mis manos y me tienes
y en tus manos estoy, brasa, ceniza,
para secar tus lágrimas que lloro.

¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras
me dirás que te amo? Esto es urgente
porque la eternidad se nos acaba.
Recoge mi cabeza. Guarda el brazo
con que amé tu cintura. No me dejes
en medio de tu sangre en esa toalla.


N. Rockwell

Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí. 

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño. 

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?



11.09.2013

JORGE LUIS BORGES I



Jacques Louis David, 1799,


Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña que pide ser admitido a la Ley. El guardián le responde que ese día no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar. 'Es posible', dice el guardián, 'pero no ahora'. Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar. El guardián se ríe, y le dice: 'Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno de los guardianes. Adentro no hay una sala que no esté custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar'. El hombre no ha previsto esas trabas. Piensa que la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale esperar. El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí, pasa los días y los años. Intenta muchas veces ser admitido y fatiga al guardián con sus peticiones. El guardián entabla con él diálogos limitados y lo interroga acerca de su hogar y de otros asuntos, pero de una manera impersonal, como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede pasar todavía. El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Éste no las rehusa, pero declara: 'Acepto para que no te figures que has omitido algún empeño.' En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al guardián. Se olvida de los otros y piensa que éste es la única traba que lo separa de la Ley. En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si éstos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo. Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas. El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha aumentado muchísimo. '¿Qué pretendes ahora?', dice el guardián; 'eres insaciable', 'Todos se esfuerzan por la Ley', dice el hombre. '¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?' El guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le oiga: 'Nadie ha querido entrar por aquí, porque a tí solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla'.

El Proceso  de kafka en versión de J. Luis Borges


11.08.2013

THOMAS EAKINS


Uno de los pintores realistas estadounidenses más importantes del siglo XIX. Trabajó al margen de los estilos europeos contemporáneos, convirtiéndose en el primer artista importante después de la Guerra Civil estadounidense (1861-1865), al realizar una obra profunda y llena de fuerza extraída directamente de la experiencia de la vida de su país. Nació en Filadelfia el 25 de julio de 1844 y estudió dibujo en la Academia de Bellas Artes de Pennsylvania desde 1861 a 1866. Al mismo tiempo estudiaba anatomía en la Escuela de Medicina Jefferson, que le llevó a sentir un gran interés durante toda su vida por el realismo científico. Eakins vivió tres años en París, desde 1866 a 1869, donde estudió en la Escuela de Bellas Artes. Recibió gran influencia de las obras de maestros del siglo XVII, en particular de Rembrandt, José de Ribera y Diego Velázquez, que le impresionaron por su realismo y penetración psicológica. En 1870 regresó a Filadelfia donde habría de pasar el resto de su vida. Los cuadros de Eakins muestran escenas y personas cotidianas de Filadelfia, sobre todo de su vida familiar y de la de sus amigos. Puso en práctica sus inclinaciones científicas en obras con barcos de vela, remeros y temas de caza, en los que dibujaba la anatomía del cuerpo humano en movimiento. Pintó varios cuadros con escenas que transcurren en hospitales, de gran tamaño y fuerza expresiva, entre los que destaca La clínica Gross (1875, Escuela de Medicina de Jefferson, Filadelfia), en la que combina un detallado realismo (el tema es una operación quirúrgica) con una agudeza psicológica en el retrato del cirujano, el doctor Gross. Como director de la Academia de Bellas Artes de Pennsylvania introdujo la innovadora asignatura de anatomía y disección, así como la perspectiva científica, lo cual revolucionó la enseñanza artística en Estados Unidos. Sin embargo, su insistencia en hacer estudios de desnudos escandalizó a las autoridades de la Academia que le obligaron a renunciar a su cargo en 1886.
Durante la última época de su carrera artística el interés científico de Eakins quedó desplazado por el estudio de la psicología y la personalidad dedicándose al retrato de amigos, científicos, músicos, artistas y clérigos. Además de su magistral plasmación de la personalidad, estos retratos se caracterizan por un realismo absoluto y por un sentido escultórico de la forma que se evidencia en el marcado volumen de las cabezas, cuerpos y manos de los retratados. Un buen ejemplo de sus retratos de cuerpo entero es La canción patética (1881, Galería de Arte Corcoran, ciudad de Washington), que muestra la figura erguida de un cantante con una túnica de rica seda, recortada contra la tenue luz del cuarto de música. Aunque ninguna de sus obras le proporcionó popularidad y fortuna, Eakins ejerció una profunda influencia, como pintor y profesor, en el desarrollo del naturalismo en los Estados Unidos. Su acercamiento realista a la pintura fue demasiado adelantado para su época.


VAN GOGH

Van Gogh

La interpretación más cliché de los Girasoles versa sobre el hecho de que, una vez cortados, los girasoles se marchitan rápidamente. Por ello, al ver la pintura de Vincent, generalmente se piensa que la pintura simboliza “lo efímero de la vida” o algo así. Aunque ésta es una interpretación perfectamente válida, veremos que hay mucho más.
La pintura tiene una dimensión simbólica mas profunda. Cuando escuchamos la palabra “girasol”, inmediatamente la asociamos con el sol. Éste representa, en casi todas las culturas, a un dios o, por lo menos, a una manifestación de lo divino. Los paganos divinizaban al sol como aquel que da vida, haciendo crecer los cultivos. Cuando el cristianismo reemplazó a las culturas paganas, usualmente se servía de fusionar representaciones de estas culturas con las suyas, con el objetivo de hacer más accesible el cristianismo a los no creyentes. Por eso, entre las primeras pinturas cristianas, siempre se representaba a los santos y figuras sagradas de la religión con un halo alrededor de su cabeza. Este halo no era más que un símbolo del sol que, como dijimos, hacía referencia a lo absoluto. En la biblia, en el libro de Juan, capitulo 8, versículo 12, Jesús mismo dice: “Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida”. Por ello, no es de sorprender que la luz y el sol hayan tenido, para Vincent, un significado profundo: representaban al Dios al cual buscó agradar durante toda su vida, ya sea en su intento de convertirse en pastor o en llevar su Palabra a una comunidad de mineros en Bélgica. Así, su incansable búsqueda del sol y de una luz pura (motivo por el cual se mudó a Arlés) era, también, una metáfora de la búsqueda de Dios.

Pero hay que ir más allá. Al motivo en sí: a los girasoles. Los religiosos holandeses acostumbraban a tener libros y laminas con dibujos que hacían referencia a distintos pasajes de la biblia. Por ello, todo aquel comprometido con la Iglesia conocía la simbología del girasol. Ya que éste, a medida que avanza el día, ubica su flor en dirección al sol con el objetivo de absorber mejor sus rayos; representaba simbólicamente el ideal de la vida cristiana: el hombre constantemente mirando a Dios. No olvidemos que el padre de Vincent era ministro de la iglesia y, por lo tanto, no hay duda de que el artista conocía lo que simbolizaba esta flor.
En muchas de las obras del artista, el color amarillo tiene una importancia fundamental. Si miramos sus trigales, la habitación de Arles y, obviamente, sus girasoles; además de su preferencia por “la casa amarilla”, nos daremos cuenta de que Vincent tenía una obsesión particular por este color. Pero, ¿por qué? Hay una explicación de tinte psicológico. Si miramos la significación del amarillo dentro de la Psicología de los colores de Max Lüscher, allí veremos que el color representa “…la claridad que refleja la luz y, de ese modo, irradia a todos lados una reluciente serenidad. El amarillo se corresponde con la libre distensión, con la disolución. Es un alivio de lo fatigoso, de lo agobiante y de lo inhibidor”. ¿Serenidad? ¿Distensión? ¿Alivio de lo agobiante? Habiendo leído los posts anteriores, sabemos que la personalidad de Vincent tenía características muy diferentes a éstas. Mas bien, casi contrarias. Como dijimos, el artista era un ser tímido, introvertido, turbado y sufriente. Por ello, la preferencia de Vincent por el amarillo actúa como intento de compensación a incorporar lo que le falta. Es decir, que el artista no gozaba ni de serenidad, ni de alivio ni de tranquilidad: por eso los pintaba. Otra prueba de esto es que, luego de Arlés, el artista, un poco más loco y con una oreja menos, fue admitido en el hospital psiquiátrico Saint Paul, en la localidad de Saint-Rémy-de-Provence. Allí, en los periodos de lucidez que tenía entre sus brotes, pintó muchas de sus obras más importantes. Sin embargo, durante uno de estos ataques, Vincent comenzó a comer pintura amarilla de uno de sus pomos de oleo, lo que le costó una intoxicación y una incautación de sus pinturas como castigo. Así, la incorporación del amarillo, en lugar de ser simbólica, fue real.
Por último, la firma de la obra también es interesante. Vincent no firmaba muchas de sus pinturas, sino solo aquellas que “tenían alma”. Pero generalmente, lo hacía en un extremo del lienzo. En Girasoles de 1888, el artista firma directamente en el florero, a la vista de todos, mostrando así su orgullo, y como diciéndonos una última cosa: Girasoles no es una naturaleza muerta, es un autorretrato.


11.07.2013

ROBERT BURTON


Sacrificio de Ifigenia, posible copia pompeyana del original de Timantes

Detalle de Agamenón

«Pues ¿quién sostendrá el ánimo abatido?» ¿Qué otra cosa hizo Timantes en su retrato de Ifigenia, sino representar el momento en que iba a ser sacrificada? Cuando ya había pintado el duelo de Calcas, la tristeza de Ulises y el sumo pesar de Menelao, cuando había mostrado todo su arte en la expresión de una gran variedad de afectos, «cubrió con un velo la cabeza de Agamenón, el padre de la muchacha, y dejó que cada espectador imaginase sus sentimientos»
Anatomía de la melancolía


11.03.2013

KAHLIN GIBRAN

Anne Bachelier

Mi alma y yo fuimos a bañarnos al gran mar. Y al llegar a la playa, empezamos a buscar un sitio solitario y escondido.
Pero mientras caminábamos por la playa vimos a un hombre sentado en una roca gris, que tomaba de un saco puñados de sal y los arrojaba al mar.
-Este es el pesimista -dijo mi alma-. Vámonos de aquí, pues no podemos bañarnos en presencia del pesimista. Seguimos caminando, hasta llegar a una caleta; allí vimos, de pie en una roca blanca, a un hombre que llevaba un cofre enjoyado, del que tomaba azúcar para arrojarla al mar.
-Y este es el optimista -dijo mi alma-, tampoco él debe ver nuestros cuerpos desnudos.
Seguimos caminando. Y en otro lugar de la playa vimos a un hombre que tomaba con la mano peces muertos, y los devolvía al agua.
-Tampoco podemos bañarnos enfrente de este hombre -dijo mi alma-, pues este es el filántropo.
Y seguimos nuestro camino.
Luego nos encontramos a un hombre que trazaba el contorno de su sombra en la arena. Llegaban grandes olas y borraban el trazo; sin embargo, aquel hombre seguía una y otra vez dibujando su sombra.
-Este es el místico -dijo mi alma-. Apartémonos de él.
Y seguimos caminando, hasta que en otra calmada ensenada vimos a otro hombre, que recogía espuma del mar y la vertía en un vaso de alabastro.
-Este es el idealista -dijo mi alma-. De ninguna manera debe ver nuestra desnudez.
Y seguimos caminando. De pronto, oímos una voz, que gritaba:
- ¡Este es el mar; el vasto y poderoso mar!
Y al acercarnos vimos que era un hombre que daba la espalda al mar y que aplicaba un caracol a su oído, para oír el murmullo marino.
-Pasemos de largo -dijo mi alma-. Este es el realista; el que da la espalda a todo lo que no puede abarcar de una mirada, y se contenta con un fragmento del todo.
Y pasamos de largo. Y en un lugar lleno de maleza, entre las rocas, un hombre había enterrado su cabeza en la arena. Y le dije a mi alma:
-Nos podemos bañar aquí, pues este hombre no puede vernos.
-No -dijo mi alma-. Porque éste es el más mortífero de todos los hombres; es el puritano. -Luego, una gran tristeza se reflejó en el rostro de mi alma, y también entristeció su voz. -Vámonos de aquí -dijo-. Pues no hay ningún solitario y oculto lugar donde podamos bañarnos. No dejaré que este viento juegue con mi cabellera de oro, ni dejaré que este viento acaricie mi seno desnudo, ni que esta luz descubra mi sagrada desnudez.
Y luego abandonamos aquel mar, para ir en busca del Mar Mayor.

El mar mayor (El loco)


RAINER MARÍA RILKE

"Canción de amor"

José Manuel Cifuentes Martínez

Francisco Javier Sanz López

Alberto Siegrist Hernández

¿Cómo he de sujetar mi alma para
que no roce la tuya?  ¿Cómo alzarla
por encima de ti, hacia otras cosas?
Ay, quisiera esconderla
junto a algo perdido entre lo oscuro,
en un lugar callado y ajeno que
no vibre cuando vibran tus honduras.
Pero cuando nos roza, a ti y a mí,
nos une como un arco de violín,
que saca de dos cuerdas una nota.
¿En qué instrumento estamos extendidos?
¿Y qué músico nos tiene en la mano?
Oh dulce canción.

Primavera sagrada y otros cuentos de Bohemia (fragmento)

Norman Rockwell

" Pero lo más extraño, en Vinzenz Viktor Karsky, es que había algo en su vida de lo que ninguno de sus amigos más íntimos sabía nada. Se lo callaba a sí mismo; porque no había hallado nombre para eso; y sin embargo, pensaba en ello, en verano, cuando iba a la puesta del sol, solitario, por un camino blanco; o en invierno, cuando el viento da vueltas en la chimenea de su salita, y densos montones de copos de nieve asaltaban sus ventanas, remendadas con papel adherido; o también en la pequeña sala crepuscular del albergue, en el círculo de amigos. Entonces su vaso permanecía intacto. Contemplaba fijamente delante de él, como deslumbrado, o como se mira un fuego lejano, y sus manos blancas se juntaban involuntariamente. Se hubiera dicho que le había llegado alguna plegaria, por azar, así como llegan la risa o el bostezo.
Cuando la primavera hace su entrada en una pequeña ciudad, ¡qué fiesta se organiza! Semejantes a los brotes en su reprimida premura, los niños de cabezas doradas se empujan fuera de las habitaciones de aire pesado, y se van remolineando por la campiña, como llevados por el alocado viento tibio que tironea sus cabellos y sus delantales y arroja sobre ellos las primeras flores de los cerezos. Gozosos como si volvieran a encontrar, después de una larga enfermedad, un viejo juguete del que hubieran estado mucho tiempo privados, reconocen todas las cosas, saludan a cada árbol, a cada breña, y se hacen contar por los arroyos jubilosos lo acaecido durante todo ese tiempo. Qué enajenamiento correr a través de la primera ladera verde, que cosquillea tímida y tiernamente los pequeños pies desnudos, brincar en persecución de las primeras mariposas que huyen dando grandes zigzags enloquecidos por encima de las magras breñas de saúco y se pierden en el infinito azul pálido.
Por todas partes la vida se agita. Bajo el sobradillo, sobre los hilos telegráficos que rojean, y hasta sobre el campanario, muy cerca de la vieja campana gruñona, las golondrinas realizan sus citas. Los niños miran con sus grandes ojos asombrados los pájaros migradores que vuelven a hallar su amado viejo nido; y el padre retira de los rosales sus mantos de paja, y la madre, de pequeñas impaciencias, sus calientes franelas. "

A. Pancorbo

Ven, tú, el último, a quien reconozco,
dolor incurable que se adentra en la carne:
igual que yo ardía en el espíritu, mira:
ardo ahora en ti; la leña ha resistido
largamente la llama que encendías,
pero ahora te alimento, y en ti ardo.
Mi calma se hace furia en tu furia, se hace infierno,
subo a la confusa cima del dolor,
sabiendo que nada del futuro valdrá
para mi corazón. Que guardaré en silencio
todo lo que ha atesorado. ¿Soy yo aún
quien arde, ya irreconocible?
No puedo adentrarme en los recuerdos.
Oh vida, vida: tendría que estar fuera.

Pero estoy dentro, en llamas. Ya nadie me conoce.


MANUEL RIVAS


«¿Qué hay , Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas».

El maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes.
«La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la boca como si la yema fuera la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa». Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Que maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de jarabe… 
El lenguaje de las mariposas

11.01.2013

CÉFALO Y PROCRIS


A_Turchi

Céfalo, hijo de Deyoneo, se casó con Procris, una hija de Erecteo, y ambos se juraron eterna fidelidad.
Eos, la diosa de la aurora, estaba condenada a enamorarse consecutivamente de mortales por decisión de Afrodita. Y un día se encaprichó de Céfalo. Le secuestró e intentó hacerlo su amante, pero Céfalo la rechazó recordando los votos de fidelidad hacia su esposa. Entonces Eos trató de convencerle de que Procris faltaría a su promesa a cambio de riquezas, lo que Céfalo negó indignado.
A Céfalo le gustaba retirarse cerca de una fuente sagrada sobre el fresco césped. Así pasaba las horas Céfalo, apartándose de sus criados y de sus perros. En aquella arboleda el joven se sentaba a menudo sobre el suelo, y solía cantar:  “Ven, mudable brisa, para que refresques mis ardores, tú, a quien he de recibir en mi regazo”.
Alguien, servicial en mala hora, transmitió con memoriosa boca a los tímidos oídos de la esposa las palabras que había escuchado. Procris, cuando oyó el nombre de Brisa, como si se tratara de una rival, desmayóse y quedó enmudecida por el súbito dolor.
Enloquecida de celos, Procris salió al bosque en busca de su marido, con paso sigiloso y ocultándose, para encontrarle con su amante.
"¿Cuál era, Procris, tu pensamiento, cuando así te ocultabas, delirante? ¿Qué ardor había en tu desconcertado corazón? Pensabas sin duda que estaba a punto de llegar aquella Brisa, quienquiera que fuese, y que tus ojos habrían de contemplar el delito. Unas veces te arrepientes de haber venido (pues no querrías sorprenderlos), otras veces te alegras de ello: el amor dudoso turba tu corazón. Lo que le mueve a dar crédito es el lugar y el nombre y el delator, y el que la mente siempre piensa que existe aquello que teme."
Ya el día en su mitad, ha reducido las sombras; Céfalo se dispone a marchar y la infeliz esposa comprueba la confusión sobre el nombre de la Brisa soñada. Volvió la cordura y el color natural a su rostro.
Se levanta la esposa para ir a abrazar a su marido y con el movimiento de su cuerpo menea las ramas que encuentra al paso; él, creyendo que ha visto una fiera, con juvenil impulso coge el arco; en su mano derecha toma la jabalina y la lanza sobre Procris .
"¿Qué haces, desventurado?, ¡no es una fiera, detén la jabalina! ¡Desdichado creyéndola un jabali tu venablo ha traspasado a la joven. !"
“¡Ay de mí!” grita ella “has traspasado un pecho amigo. Este lugar siempre tiene heridas hechas, por Céfalo Muero antes de mi día, pero sin que me haya deshonrado rival ninguna. Esto hará, tierra, que seas leve para mí cuando me entierren. Ya mi espíritu sale a las brisas de cuyo nombre sospeché. Desfallezco, “¡ay!; cierra mis ojos con tu mano querida”.
Él abraza contra su pecho entristecido el cuerpo moribundo de su amada y lava con sus lágrimas las crueles heridas. Sale el espíritu y al escaparse paulatinamente del pecho temerario, lo va recogiendo la boca del infeliz marido.
"Seas quien seas,que la ofuscación no te lleve muy lejos, ni llegues a perder el seso oyendo el nombre de una rival. No creas con ligereza." (Ovidio: Ars amandi)


                                  MODELO DE COMENTARIO DE TEXTO FILOLÓGICO El objetivo del comentario filológico es datar el texto a través ...