RAINER MARÍA RILKE
"Canción de amor"
José Manuel Cifuentes Martínez
Francisco Javier Sanz López
Alberto Siegrist Hernández
¿Cómo he de sujetar mi alma para
que no roce la tuya? ¿Cómo alzarla
por encima de ti, hacia otras cosas?
Ay, quisiera esconderla
junto a algo perdido entre lo oscuro,
en un lugar callado y ajeno que
no vibre cuando vibran tus honduras.
Pero cuando nos roza, a ti y a mí,
nos une como un arco de violín,
que saca de dos cuerdas una nota.
¿En qué instrumento estamos extendidos?
¿Y qué músico nos tiene en la mano?
Oh dulce canción.
Primavera sagrada y otros cuentos de Bohemia (fragmento)
Norman Rockwell
" Pero lo más extraño, en Vinzenz Viktor Karsky, es que había algo en su vida de lo que ninguno de sus amigos más íntimos sabía nada. Se lo callaba a sí mismo; porque no había hallado nombre para eso; y sin embargo, pensaba en ello, en verano, cuando iba a la puesta del sol, solitario, por un camino blanco; o en invierno, cuando el viento da vueltas en la chimenea de su salita, y densos montones de copos de nieve asaltaban sus ventanas, remendadas con papel adherido; o también en la pequeña sala crepuscular del albergue, en el círculo de amigos. Entonces su vaso permanecía intacto. Contemplaba fijamente delante de él, como deslumbrado, o como se mira un fuego lejano, y sus manos blancas se juntaban involuntariamente. Se hubiera dicho que le había llegado alguna plegaria, por azar, así como llegan la risa o el bostezo.
Cuando la primavera hace su entrada en una pequeña ciudad, ¡qué fiesta se organiza! Semejantes a los brotes en su reprimida premura, los niños de cabezas doradas se empujan fuera de las habitaciones de aire pesado, y se van remolineando por la campiña, como llevados por el alocado viento tibio que tironea sus cabellos y sus delantales y arroja sobre ellos las primeras flores de los cerezos. Gozosos como si volvieran a encontrar, después de una larga enfermedad, un viejo juguete del que hubieran estado mucho tiempo privados, reconocen todas las cosas, saludan a cada árbol, a cada breña, y se hacen contar por los arroyos jubilosos lo acaecido durante todo ese tiempo. Qué enajenamiento correr a través de la primera ladera verde, que cosquillea tímida y tiernamente los pequeños pies desnudos, brincar en persecución de las primeras mariposas que huyen dando grandes zigzags enloquecidos por encima de las magras breñas de saúco y se pierden en el infinito azul pálido.
Por todas partes la vida se agita. Bajo el sobradillo, sobre los hilos telegráficos que rojean, y hasta sobre el campanario, muy cerca de la vieja campana gruñona, las golondrinas realizan sus citas. Los niños miran con sus grandes ojos asombrados los pájaros migradores que vuelven a hallar su amado viejo nido; y el padre retira de los rosales sus mantos de paja, y la madre, de pequeñas impaciencias, sus calientes franelas. "
A. Pancorbo
Ven, tú, el último, a quien reconozco,
dolor incurable que se adentra en la carne:
igual que yo ardía en el espíritu, mira:
ardo ahora en ti; la leña ha resistido
largamente la llama que encendías,
pero ahora te alimento, y en ti ardo.
Mi calma se hace furia en tu furia, se hace infierno,
subo a la confusa cima del dolor,
sabiendo que nada del futuro valdrá
para mi corazón. Que guardaré en silencio
todo lo que ha atesorado. ¿Soy yo aún
quien arde, ya irreconocible?
No puedo adentrarme en los recuerdos.
Oh vida, vida: tendría que estar fuera.
Pero estoy dentro, en llamas. Ya nadie me conoce.