MANUEL ACUÑA

Historia del pensamiento

Rodin

Cuando a su nido vuela el ave pasajera
A quien amparo disteis, abrigo y amistad
Es justo que os dirija su cántiga postrera,
Antes que triste deje, vuestra natal ciudad.

Al pájaro viajero que abandonó su nido
Le disteis un abrigo, calmando su inquietud;
¡Oh!, tantos beneficios, jamás daré al olvido
Durable cual mi vida será mi gratitud.

En prueba de ella os dejo lo que dejaros puedo,
Mis versos, siempre tristes, pero los dejo así;
Porque pienso, a veces que entre sus letras quedo,
Porque al leerlos creo que os acordáis de mí.

Voy, pues, a referiros una sencilla historia,
Que en mi alma desolada, honda impresión dejó;
Me la contaron... ¿Dónde?... es frágil mi memoria...
Acaso el héroe de ella... o bien, la soñé yo.

Era una linda rosa, brillante enredadera,
Tan pura, tan graciosa, espléndida y gentil.
Que era el mejor adorno de la feliz pradera,
La joya más valiosa del floreciente abril.

Al pie de ella crecía un pobre pensamiento,
Pequeño, solitario, sin gracia ni color;
Pero miró a la rosa y respiró su aliento
Y concibió por ella el más profundo amor.

Mirando a su querida pasaba noche y día.
Mil veces ¡ay! le quiso su pena declarar;
Pero tan lejos siempre, tan lejos la veía,
Que devoraba a solas su pena y su pesar.

A veces le mandaba sus tímidos olores,
Pensando que llegaba hasta su amada flor;
Pero la brisa, al columpiar las flores,
Llevábase muy lejos la pena de su amor.

El pobre pensamiento mil lágrimas vertía,
Desoladoras lágrimas, de acíbar y de hiel,
Mientras la joven rosa, sin ver a otras crecía,
Y mientras más crecía, más se alejaba de él.

Llega un jazmín en tanto a la pradera bella,
También él a la rosa al punto que la vio;
Pero él fue mas dichoso, pudo llegar hasta ella,
Le declaró su pena, y al fin la rosa amó...

¿Comprenderéis ahora al pobre pensamiento,
Al ver correspondido a su feliz rival?
¿No comprendéis su horrible, su bárbaro tormento
Al verse condenado a suerte tan fatal?

Después lo trasplantaron; vivió en otras praderas
Indiferencia, olvido y hasta placer fingió:
Miraba flores lindas, brillantes y hechiceras,
Pero su amor constante y fiel compareció.

Por fin una mañana, estando muy distante,
El céfiro contóle las bodas del jazmín;
Él escuchó sonriente, y ciego y delirante,
Loco placer fingiendo, creyó olvidar al fin.

Pero al siguiente día con lágrimas le vieron
Las flores, e ignorando su oculto padecer,
"Tú lloras, pensamiento, tú lloras", le dijeron:
"No es nada, contestóles, es llanto de placer".

Ved la sencilla historia que os ofrecí contaros,
Acaso os entristezca pero la dejo así;
Adiós, adiós, ya parto; me atrevo a suplicaros

Que la leáis a solas y os acordéis de mí.


Amor

Friedrich Paul Thumann


¡Amar a una mujer, sentir su aliento,
Y escuchar a su lado
Lo dulce y armonioso de su acento;
Tener su boca a nuestra boca unida
Y su cuello en el nuestro reclinado,
Es el placer más grato de la vida,
El goce más profundo
Que puede disfrutarse sobre el mundo!

Porque el amor al hombre es tan preciso,
Como el agua a las flores,
Como el querube ardiente al paraíso;
Es el prisma de mágicos colores
Que transforma y convierte
Las espinas en rosas,
Y que hace bella hasta la misma muerte
A pesar de sus formas espantosas.

Amando a una mujer, olvida el hombre
Hasta su misma esencia,
Sus deberes más santos y su nombre;
No cambia por el cielo su existencia;
Y con su afán y su delirio, loco,
Acaricia sonriendo su creencia,
Y el mundo entero le parece poco...
Quitadle al zenzontle la armonía,
Y al águila su vuelo,
Y al iluminar espléndido del día
El azul pabellón del ancho cielo,
Y el mundo seguirá... Mas la criatura,
Del amor separada
Morirá como muere marchitada
La rosa blanca y pura
Que el huracán feroz deja tronchada;
Como muere la nube y se deshace
En perlas cristalinas
Cuando le hace falta un sol que la sostenga
En la etérea región de las ondinas.

¡Amor es Dios!, a su divino fíat
Brotó la tierra con sus gayas flores
Y sus selvas pobladas
De abejas y de pájaros cantores,
Y con sus blancas y espumosas fuentes
Y sus limpias cascadas
Cayendo entre las rocas a torrentes;
Brotó sin canto ni armonía...

Hasta que el beso puro de Adán y Eva,
Resonando en el viento,
Enseñó a las criaturas ese idioma,
Ese acento magnífico y sublime
Con que suspira el cisne cuando canta
Y la tórtola dulce cuando gime,
¡Amor es Dios!, y la mujer la forma
En que encarna su espíritu fecundo;
Él es el astro y ella su reflejo,
Él es el paraíso y ella el mundo...

Y vivir es amar. A quien no ha sentido
Latir el corazón dentro del pecho
Del amor al impulso,
No comprende las quejas de la brisa
Que vaga entre los lirios de la loma,
Ni de la virgen casta la sonrisa
Ni el suspiro fugaz de la paloma.

¡Existir es amar! Quien no comprende
Esa emoción dulcísima y suave,
Esa tierna fusión de dos criaturas
Gimiendo en un gemido,
En un goce gozando
Y latiendo en unísono latido...
Quien no comprende ese placer supremo,
Purísimo y sonriente,
Ese miente si dice que ha vivido;
Si dice que ha gozado, miente.

Y el amor no es el goce de un instante
Que en su lecho de seda
Nos brinda la ramera palpitante;
No es el deleite impuro
Que hallamos al brillar una moneda
Del cieno y de la infamia entre lo oscuro;
No es la miel que provoca
Y que deja, después que la apuramos,
Amargura en el alma y en la boca...

Pureza y armonía,
Ángeles bellos y hadas primorosas
En un Edén de luz y de poesía,
En un pénsil de nardos y de rosas,
Todo es el amor.
Mundo en que nadie
Llora o suspira sin hallar un eco;
Fanal de bienandanza
Que hace que siempre ante los ojos radie
La viva claridad de una esperanza.

El amor es la gloria,
La corona esplendente
Con que sueña el genio de alma grande
Que pulsa el arpa o el acero blande,
La virgen sonriente.
El Petrarca sin Laura,
No fuera el vate del sentido canto
Que hace brotar suspiros en el pecho
Y en la pupila llanto.
Y el Dante sin Beatriz no fuera el poeta
A veces dulce y tierno,
Y a veces grande, aterrador y ronco
Como el cantor salido del infierno...

Y es que el amor encierra
En su forma infinita
Cuanto de bello el universo habita,
Cuanto existe de ideal sobre la tierra.
Amor es Dios, el lazo que mantiene
En constante armonía
Los seres mil de la creación inmensa;
Y la mujer, la diosa,
La encarnación sublime y sacrosanta
Que la pradera con su olor inciensa
Y que la orquesta del Supremo canta,
¡Y salve, amor!, emanación divina...

¡Tú, más blanca y más pura
Que la luz de la estrella matutina!
¡Salve, soplo de Dios!...
Y cuando mi alma
Deje de ser un templo a la hermosura,
Ven a arrancarme el corazón del pecho
Ven a abrir a mis pies la sepultura.


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