J. DE ZORRILLA



José Zorrilla nació en Valladolid el 21 de febrero de 1817, en la única casa que había en la calle Fray Luis de Granada, antes llamada de la Ceniza. Era hijo de un magistrado, Don José Zorrilla Caballero, hombre de fuerte personalidad, conservador, absolutista, realista acérrimo durante el reinado de Fernando VII y partidario después del pretendiente carlista al trono de España. Severo superintendente general de policía, a la muerte del rey cayó en desgracia por dichas preferencias carlistas y tuvo que retirarse a Lerma, donde vivió bastante tiempo. 

El carácter de su hijo no se parecía en nada al suyo. La figura paterna inspiró siempre a Zorrilla un profundo respeto, mezclado con temor y con un enorme cariño. Ambos estaban destinados a no entenderse jamás. 
La familia residió en Burgos y en Sevilla, pero finalmente, por la época en la que el padre era superintendente de la policía, se establecieron en Madrid. Tenía entonces el poeta nueve años. Allí estudió en el Seminario de Nobles, a cargo de los jesuitas, y luego en Toledo, una ciudad que habría de dejarle una profunda huella. En la universidad de Toledo, por acatar la decisión paterna, cursó estudios de Derecho sin ningún entusiasmo, hasta que terminó por abandonarlos para regresar a Valladolid. 


Cama en la que nació José Zorrilla

Zorrilla tenía otros intereses muy diferentes de aquellos que su progenitor hubiera deseado inculcarle. Lo que más lo atraía era la literatura y, desde luego, las mujeres. Tuvo un primer amorío juvenil con una prima, todo lo cual provocaba constantes desencuentros con su padre y lo impulsó a escaparse de su hogar para trasladarse de nuevo a Madrid. 

En la capital vivía a salto de mata, frecuentando los ambientes bohemios donde se encontraba tan a gusto. Pero todo cambió súbitamente el 14 de febrero de 1837, una semana antes de cumplir los veinte años. La víspera, y tras un desengaño amoroso, se había suicidado de un pistoletazo, en la calle de Santa Clara, el joven y famoso escritor Mariano José de Larra. A su entierro asistieron casi todos los escritores, amigos y personajes políticos. Zorrilla leyó admirablemente un poema dedicado a la muerte de Larra. La emoción fue inmensa; la extremada juventud del desconocido hizo que todos tuvieran la impresión de que junto a la tumba del autor desaparecido brotaba otro. Zorrilla fue aclamado. 
A los 21 años se casó con Florentina Matilde O’Reilly, una viuda 16 años mayor que él y que aportaba un hijo. No fue precisamente una unión por interés, porque lo cierto es que la mujer se encontraba en la más absoluta ruina. Lamentablemente su vida conyugal no iba a ser feliz durante mucho tiempo: el matrimonio atravesó por muchos problemas, debido, sobre todo, a los celos de la esposa. 

Escritorio de Zorrilla. Al fondo, su piano

Los éxitos de Zorrilla como autor teatral fueron muy grandes, y además tempranos. Después de El Zapatero y el rey alcanzó la cima en 1844 con Don Juan Tenorio. Cinco años más tarde estrenaba Traidor, inconfeso y mártir, pero entonces, inesperadamente, decidía retirarse del teatro. Como motivo alegó que su mujer era muy celosa y no le gustaba su trato con las actrices. Posiblemente no le faltaba razón a Matilde en sus reclamaciones, porque lo cierto es que Zorrilla tuvo varias amantes. 

Sin embargo no parece que su renuncia al teatro tuviera por verdadera causa a la esposa, puesto que en 1845 la había abandonado para irse él solo a París, donde llevaba una vida de soltero. Julián Marías apunta como posible desencadenante de la decisión de abandonar su carrera de dramaturgo el hecho de que el papel protagonista en su última obra era interpretado por un actor que no acababa de gustarle. Se trataba de Julián Romea, muy distinguido en la alta comedia, y poeta también, pero no era el prototipo del actor romántico. “Zorrilla tuvo que percibir que se estaba perdiendo el temple romántico; él lo era irremediablemente, no podía hacer otra cosa”. El poeta estimaba y admiraba a Romea, pero no lo veía en ese papel. Él mismo cuenta cómo el actor, después de pasear a caballo por el Prado, llegaba al teatro y salía a escena. Zorrilla le decía: 
—Julián, tú no representas; tú te presentas. 

Primera página manuscrita del Tenorio

Durante su estancia en París, José Zorrilla trabó amistad con sus admirados Alejandro Dumas y Victor Hugo, entre otros famosos escritores de la época. La estancia, sin embargo, no podría ser larga: al año siguiente moría su madre, y él regresaba a Madrid. Cuando años después falleciera también su padre, sin haberse reconciliado con él, el poeta escribió un amargo y desgarrado lamento: 

"Mis padres mueren sin llamarme en su última hora ¡Dios me deja en la tierra sin el último abrazo y sin la bendición de mis padres! ¿Qué le he hecho yo a Dios? ¿Están malditos mis pobres versos?" 

En 1851 volvía a París y conocía a Leila, una mujer con la que inició una apasionada relación que proclamó repetidamente en verso y en prosa. “Te quiero, Leila mía, con tal exceso que te diera mi vida…” 

Viajó a Londres y en 1854 a México, donde habría de permanecer hasta 1866. Su vida sufrió numerosos altibajos durante esos años, en los que también visitó Cuba. Contó con la amistad y la estima del emperador Maximiliano. De él recibió Zorrilla el encargo de fundar un Teatro Nacional. Para prepararlo volvió a España, pero mientras tanto el emperador, combatido por gran parte de la opinión mexicana y sobre todo por Benito Juárez, fue derrotado y fusilado en Querétaro, con sus generales Miramón y Mejía, en 1867. Zorrilla lamentó el desenlace y ya no regresó a México. 

Cocina de la casa de Zorrilla en Valladolid

Era enormemente famoso y reconocido por los españoles, pero siempre anduvo apurado de dinero. Sus obras, vendidas por muy poco, enriquecían a empresarios o editores. Él tenía que dar recitales para salir adelante, y se vio obligado a aceptar una comisión gubernamental en Roma. Es cierto que recibió una pensión, pero llegó demasiado tarde. 

Los grandes honores, en cambio, nunca se le escatimaron. Entre los muchos que obtuvo, cabe destacar su nombramiento como cronista de Valladolid y su coronación como poeta nacional en Granada. 
En 1869 se casó por segunda vez, con la actriz Juana Pacheco, una hermosa joven de veinte años que lo apoyó infatigablemente y se mantuvo fiel hasta el fin de sus días. 
La vida de Zorrilla se prolongó mucho más de lo que era frecuente durante su época; fue “excepcionalmente larga para un romántico”. Murió en Madrid, en la última casa de la calle de Hortaleza, esquina a Santa Teresa, el 23 de enero de 1893, a consecuencia de un tumor cerebral que habían intentado extirparle. Tres años más tarde, en cumplimiento de su última voluntad, sus restos fueron trasladados a Valladolid. El cuerpo del poeta se veló en la Real Academia Española, en la que ocupaba el sillón L desde 1882. 



Pero yo, que he pasado entre ilusiones, 
Sueños de oro y de luz, mi dulce vida, 
No os dejaré dormir en los salones 
Donde al placer la soledad convida; 
Ni esperar revolviendo los tizones 
El yerto amigo o la falaz querida, 
Sin que más esperanza os alimente 
Que ir contando las horas tristemente. 

Los que vivís de alcázares señores, 
Venid, yo halagaré vuestra pereza; 
Niñas hermosas que morís de amores, 
Venid, yo encantaré vuestra belleza; 
Viejos, que idolatráis vuestros mayores, 
Venid, yo os contaré vuestra grandeza; 
Venid a oír en dulces armonías 
Las sabrosas historias de otros días. 

Yo soy el Trovador que vaga errante:
Si son de vuestro parque estos linderos,
No me dejéis pasar, mandad que cante;
Que yo sé de los bravos caballeros
La dama ingrata y la cautiva amante,
La cita oculta y los combates fieros
Con que a cabo llevaron sus empresas
Por hermosas esclavas y princesas. 

Cantos del Trovador



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