A. SAWA

O. Battistella
Murió de hambre. Un hermano nuestro ha muerto de hambre, en Madrid, en pleno día, sobre el empedrado de la calle. Esta noticia es de ayer, pero lo mismo podría ser de la víspera, o de la antevíspera, o de hace un mes, o ciento. La fiera tiene su cubil y su ración de carne palpitante; pero hay en estas sociedades que se llaman a sí propias civilizadas hombres que carecen de un boquete bajo techado en que cobijarse y que, faltos de todo, se acuestan donde los perros vagabundos repugnarían hacerlo, y viven -o mueren, ¿no sería mejor?- de lo que sería un detritus hasta para los gusanos que surgen y se regodean en los cuerpos muertos. ¡Pobres transeúntes de la vida, consagrados reyes de la creación por decreto de la Historia Natural que enseñan en los colegios, y destituidos de cuantos derechos alcanzan a los micos!

Bueno, pues al día siguiente de celebrarse una fiesta de Caridad por la aristocracia, un hombre en Madrid murió de hambre.

Iluminaciones en la sombra (1901)


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