VIRGO
Germánico versiona en latín, como hemos dicho, la obra de Arato y dice esto de Virgo:
Virginis inde subest facies, cui plena sinistra
Fulget spica manu maturisque ardet aristis.
Quam te, diua, uocem? Tangunt mortalia si te
Carmina nec surdam praebes uenerantibus aurem,
Exosa heu mortale genus, medio mihi cursu
Stabunt quadrupedes et flexis laetus habenis
Teque tuumque canam terris uenerabile numen.
Aurea pacati regeret cum saecula mundi,
Iustitia inuiolata malis, placidissima Virgo,
Siue illa Astraei genus est, quem fama parentem 105
Tradidit astrorum, seu uera intercidit aeuo
Ortus fama tui, mediis te laeta ferebas
Sublimis populis nec dedignata subire
Tecta hominum et puros sine crimine, diua, penatis,
Iura dabas cultuque nouo rude uulgus in omnis 110
Formabas uitae sinceris artibus usus.
Nondum uesanos rabies nudauerat ensis
Nec consanguineis fuerat discordia nota,
Ignotique maris cursus priuataque tellus
Grata satis, neque per dubios avidissima uentos 115
Spes procul amotas fabricata naue petebat
Diuitias, fructusque dabat placata colono
Sponte sua tellus nec parui terminus agri
Praestabat dominis signo tutissima rura.
At postquam argenti creuit deformior aetas, 120
Rarius inuisit maculatas fraudibus urbis
Seraque ab excelsis descendens montibus ore
Velato tristisque genas abscondita uitta,
Nulliusque larem, nullos adit illa penatis.
Tantum, cum trepidum uulgus coetusque notauit, 125
Increpat: « o patrum suboles oblita priorum,
Degeneres semper semperque habitura minoris,
Quid me, cuius abit usus, per uota uocatis?
Quaerenda est sedes nobis noua, saecula uestra
Artibus indomitis tradam secelerique cruento.” 130
Haec effata super montis abit alite cursu,
Attonitos linquens populos grauiora pauentis.
Aerea sed postquam proles terris data, nec iam
Semina uirtutis uitiis demersa resistunt
Ferrique inuento mens est laetata metallo, 135
Polluit et taurus mensas adsuetus aratro,
Deseruit propere terras iustissima Virgo
Et caeli sortita locum, qua proximus illi
Tardus in occasu sequitur sua plaustra Bootes.
Virginis at placidae praestanti lumina signat 140
Stella umeros. Helicen ignis non clarior ambit,
Quique micat cauda quique armum fulget ad ipsum
Quique priora tenet uestigia quique secunda,
Clunibus hirsutis et qui sua sidera reddit.
Debajo del Boyero aparece el rostro de la Virgen, en cuya mano izquierda brilla una Espiga en sazón y reluce a través de sus granos maduros. ¿Con qué nombre te llamaré, diosa? Si te conmueven los poemas de los mortales y no prestas oídos sordos a los que te veneran –(100) tú que detestas, ¡ay!, al género humano-, se detendrán para mí, en mitad de su carrera, tus caballos, y yo, alegre entre sus riendas aflojadas, te cantaré por la tierra a ti y a tu venerable divinidad.
Cuando, Virgen muy apacible, la Justicia, inaccesible a los malvados – (105) sea ella la de la estirpe de Astreo, a quien la fama convirtió en padre de los astros, bien el verdadero recuerdo de tu nacimiento se haya perdido-, regía los siglos dorados de un mundo en paz, te mostrabas alegre, en lo alto, en medio de los pueblos y no despreciaste, diosa, entrar en las casas de los hombres ni en los puros hogares sin delito, (110) promulgabas leyes y modelabas con un nuevo aliño al vulgo mediante habilidades sin doblez.
Todavía la rabia no había desenvainado las locas espadas ni se había conocido la discordia entre parientes, y las rutas del mar eran desconocidas, y la tierra, dividida entre particulares, (115) proporcionaba satisfacción suficiente, y la muy ávida esperanza no buscaba lejos, a través de vientos dudosos, en su fabricada nave, las distantes riquezas, y la tierra, propicia, daba de buena gana sus frutos al colono, y el mojón de un terreno pequeño no hacía falta que garantizase sus campos –muy seguros sin él- a sus dueños.
(120) Pero una vez que surgió la Edad de Plata, más grosera que la anterior, muy raramente visitó las ciudades manchadas por los fraudes y descendió de las elevadas montañas, al atardecer, con su rostro cubierto y escondiendo, entristecida, sus mejillas bajo el velo, sin entrar la casa de nadie, en ningún hogar. (125) Únicamente, al censurar los conciliábulos y la agitación del vulgo44, lo increpa: “¡Oh prole olvidada de sus primeros padres!, ¿te corromperás una y otra vez para apoderarte de los más débiles? ¿Por qué me invocáis, ofreciéndome votos, a mí, de cuyo trato os alejáis? Debo buscarme una nueva morada: (130) entregaré vuestra época a las inclinaciones indómitas y al crimen sangriento”. Dicho esto, se alejó por encima de los montes en alada carrera dejando atónitos a los pueblos, temerosos de cosas más duras.
Pero una vez que a la tierra le fue dada una raza de bronce (135) y, hundidas en los vicios, ya no subsistieron las semillas de la virtud, y se les alegró el pensamiento con el hallazgo de las minas de hierro, y el toro, acostumbrado al arado, aderezó las mesas, profanándolas, la justísima Virgen abandonó la tierra apresuradamente y obtuvo en suerte su lugar en el cielo: allí donde el Boyero, cercano a ella, sigue, en su ocaso, parsimoniosamente su carro.