VIRGINIA WOOLF
Fragmentos de uno de sus libros que más me apasiona: Orlando:
"Nuestro deber es comunicar los hechos auténticos, y dejar al juicio de lector las conclusiones."
"Pero si había dormido, ¿de qué naturaleza -no podemos dejar de preguntar- son los sueños como ése? ¿Son medidas reparadoras -letargos en que los recuerdos más dolorosos, los hechos capaces de invalidar la vida para siempre, son rozados por una ala oscura que les alisa la aspereza y los dora, por feos y mezquinos que sean, con un resplandor, una incandescencia? Es preciso que el dedo de la muerte se pose en el tumulto de la vida de vez en cuando para que no nos haga pedazos? ¿Estamos conformados de tal manera que no nos haga pedazos? ¿Estamos conformados de tal manera que diariamente necesitamos minúsculas dosos de muerte para ejercer el oficio de vivir? Y entonces, ¿qué raros poderes son ésos que penetran nuestros más secretos caminos y cambian nuestros bienes más preciosos a despecho de nuestra voluntad?"
"Con la puerta cerrada y la seguridad de estar solo, sacaba un viejo cuaderno, cosido con una seda robada del costurero de su madre, y rotulado con letra redonda de colegial: "La Encina, Poema." Escribía en él hasta mucho después de la medianoche. Pero como por cada verso que agregaba borraba otro, el total, a fin de año, solía ser menos que al principio, y era como si, a fuerza de escribirlo, el poema se fuera convirtiendo en un poema en blanco."
"Dio en cavilar si la Naturaleza era bella o cruel; y luego se preguntó qué era esa belleza; si estaba en las cosas mismas o sólo en ella, y así pasó al problema de la realidad, quela condujo al de la verdad, que a su vez la condujo al Amor, la Amistad y la Poesía (como antes en la colina del roble); y que le hicieron anhelar, como nunca, una pluma y un tintero.
'¡Quién pudiera escribir!' gritaba (pues tenía el prejuicio literario de que las palabras escritas son palabras compartidas)."
"... la poesía puede corromper más seguramente que la lujuria o la pólvora."
"Afortunadamante la diferencia de los sexos es más profunda. Los trajes no son otra cosa que símbolos de algo escondido muy adentro. Fue una transformación de la misma Orlando la que determinó su elección del traje de mujer y sexo de mujer. Quizá al obrar así, ella sólo expresó un poco más abiertamente que lo habitual - es indiscutible que su caracterísitica primordial era la franqueza- algo que les ocurre a muchas personas y que no manifiestan. Por diversos que sean los sexos, se confunden. No hay ser humano que no oscile de un sexo a otro, y a menudo sólo los trajes siguen siendo varones o mujeres, mientras que el sexo oculto es lo contrario del que está a la vista."
"Tenía amantes de sobra; pero la vida, que al fin y al cabo no carece de toda importancia, se le escapaba."
"Sólo podemos creer enteramente en lo que no podemos ver".
"... el manuscrito de su poema "La Encina". Lo había llevado consigo tantos años, y en circunstancias tan azarosas, que muchas páginas estaban manchadas, algunas rotas, y la carencia de papel entre los gitanos había forzado a aprovechar los márgenes y cruzar las líneas hasta que el manuscrito parecía un zurcido prolijo. Volvió a la primera página y leyó la fecha 1586, en la antigua letra de colegial. ¡Casi trescientos años que estaba trabajándolo! Ya era tiempo de concluirlo."
"Porque parece -su caso era una prueba- que escribimos, no con los dedos, sino con todo nuestro ser. El nervio que gobierna la pluma se enreda en cada fibra de nuestro ser, entra en el corazón, traspasa el hígado."
"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombre que para oírlos hablar han vivido años de años en la soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habindo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque, ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar enunlibro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?-, fuerza es retroceder y decir directamente al lecto que espera todo trémulo escuchar qué cosa es la vida: ¡ay!, no lo sabemos."
"El manuscrito, que yacía sobre su corazón, empezó a latir y a agitarse, como si fuera vivo, y (rasgo más raro e indicio de la fina simpatía que había entre los dos) a Orlando le bastó inclinarse para entender lo que decía. Quería que lo leyeran. Exigía que lo leyeran. Era capaz de morírsele sobre el pecho si no lo leían. Por primera vez en su vida, Orlando se rebeló contra la naturaleza. Había a su alrededor profusión de dogos y de cercos de rosas. Pero ni los dogos, ni los cercos de rosas pueden leer. Esa lamentable imprevisión de la Providencia nunca la había impresionado. Sólo los seres humanos tienen ese don. Los seres humanos eran imprescindibles."
"Al pensar esas cosas, el túnel infinitamente largo en que ella había estado viajando por centenares de años se ensanchó; penetró la luz; sus pensamientos se templaron misteriosamente como si un afinador le hubiera puesto la llave en el espinazo y hubiera estirado mucho sus nervios; al mismo tiempo se le aguzó el oído; percibía cada susurro y cada crujido en el cuarto, hasta que el tic-tac del reloj sobre la chimenea fue como un martillazo."
"¿Qué revelación más aterradora que la de comprender que este momento es el momento actual? La conmoción no nos destruye, porque el pasado nos ampara de un lado y el porvenir de otro. Pero no queda tiempo de meditar: Orlando estaba en retardo."
"Sombras y perfume la envolvieron. Eliminó el presente como si fueran gotas de agua hirviendo. Ondulaba la luz como telas livinas ahuecadas por una brisa de verano."
"Es por cierto, innegable que los que ejercen con más éxito el arte de vivir -gente muchas vecs desconocida, dicho sea de paso- se ingenian de algún modo para sincronizar los sesenta o setenta tiempos distintos que laten simultánemante en cada organismo normal, de suerte que al dar las once todos resuenan al unísono, y el presente no es una brusca interrupción ni se hunde en el pasado. De ellos es lícito decir que vivien exactamante los sesenta y ocho o setenta y dos años que les adjudica su lápida. De los demás conocemos algunso que están muertos aunque caminen entre nosotros; otros que no han nacido todavía aunque ejerzan los actos de la vida; otros que tienen cientos de años y que se creen de treinta y seis. La verdadera duración de una vida, por más cosas que diga el Diccionario Biográfico Nacional, siempre es discutible. Porque es difícil esta cuenta del tiempo: nada la desordena más fácilmente que el contacto de cualquier arte, y quizá la poesía tuvo la culpa de que Orlando perdiera su lista de compras y regresara sin las sardinas, las sales para baño o los zapatos."
"... y aprovecharemos este espacio para anotar qué descorazonador es para su biógrafo que esta culminación hacia loa que tendió todo el libro, esta peroración que iba a coronar nuestro libro, nos sea arrrebatada enuna carcajada casual; pero lo cierto es que al escribir sobre una mujer todo está fuera de lugar -peroraciones y culminaciones: el acento no cae donde suele caer con un hombre)."
"Orlando contempló todo esto- los árboles, los ciervos, el césped- con la mayor satisfacción, como si su espíritu fuera un líquido que fluyera alrededor de las cosas y las abarcara absolutamente."
"... basta rellenar de significado la piel arrugada de lo cotidiano, para que ésta satisfaga nuestros sentidos."
"Aquí me enterrarán, pensó, arrodillándose en el ventanal de la galería y saboreando el vino de España. Aunque no podía creerlo, el cuerpo de leopardo heráldico proyectaría charcos amarillos en el suelo, el día que la bajaran a descansar con sus mayores. Ella, que descreía de toda inmortalidad, no podía no sentir que su alma estaría siempre conlos rojos en los paneles y los verdes en el diván. "
"Estimulada y animada por el presente, sentía asimismo un incomprensible temor, como si cada segundo que se infiltrara por el abierto golfo del tiempo comportase un riesgo desconocido."
"El espectáculo era tan atroz que sintió como un vahído, pero en esa fugaz oscuridad, cuando parpadearon sus ojos, dejó de oprimirla el presente. Había algo insólito enla sombra que proyectaba el parpadear de sus ojos, algo que (como cualquiera puede comprobarlo mirando, ahora, el cielo) siempre esta lejos del presente -de ahí, su terror, su indeterminado carácter-, algo que uno rehúsa fijar con un nombre y llamar belleza, porque no tiene cuerpo, esc omo una sombra sin sustancia, ni calidad propia, pero con el poder de transformar todo a lo que se agrega. (...) Sí, pensó, exhalando un hondo suspiro de alivio al salir de la carpintería para ascender la colina, otra vez empiezo a vivir. Estoy en la ribera del Sepertine, pensó, el barquito está remontando el arco blanco de mil muertes. Estoy a punto de comprender."
"¿Escribir versos, no era acaso un acto secreto, una voz tratando de contestar a otra voz? De modo que toda esta charla y censura y elogio y ver personas que la admiran a una y ver personas que no la admiran a una, nada tiene que ver con la cosa misma: una voz tratando de contestar a otra voz."
"El presente se le vino encima otra vez, más suave que antes, ahora que se desvanecía la luz. (...) Ya no necesitaba desmayarse para mirar bien hondo en la oscuridad donde las cosas toman forma y para distinguir en el negro estanque a una muchacha de bombachas rusas, o a Shakespeare, o un buque de juguete en el Serpentine, y después el Océano Atlántico, embraveciéndose en las altas olas contra el Cabo de Hornos. Miró en la oscuridad."
"Todo, ahora, estaba tranquilo."
Algunos escritos atesoran las palabras necesarias para que el lector pueda detenerse en el "amarillo de una manzana", o en la "sombra de un zorzal atravesando el tinte plateado entre los árboles". Son los que tienen la fuerza de recordar el poder del viento para "remover mil instintos y soltar un millón de recuerdos". Esos que aceptan el desafío de experimentar un tiempo distinto al cronológico, que permita por ejemplo, que los dedos sientan la experiencia del viento pasando entre ellos.
En los textos de Virginia Woolf no hay mensaje, ni clímax, ni golpes bajos. El hilo conductor de la narración no es la linealidad del acontecimiento, sino la complejidad del proceso mental del ser humano: sus pensamientos, su consciencia, sus visiones y sus olores. Todo eso que ocurre en cada instante de la existencia, pero que a la vez parece extraño.
En su famoso diario íntimo, confesó su intención de hallar una mirada, que la ayudara a engendrar una nueva literatura, capaz de remplazar a la generación anterior, embriagada de realismo y mecanicismos. De allí, su deseo de experimentar e investigar, ya sea con las técnicas narrativas, con el tiempo o con el monólogo interior.
Sus palabras buscaban el atajo ante "la regla universal", como lo esperaba de sí misma Lily Briscoe el personaje principal de "Al faro", una de sus grandes novelas.
Había nacido en Londres en 1882 y su nombre verdadero fue Adeline Virginia Stephen. Hija del biógrafo y filósofo Leslie Stephen, nunca fue a la escuela, pero tuvo el privilegio de estudiar en su casa. En 1912 se casó con el escritor Leonard Woolf, con quien cinco años despúes fundó la Editorial Hogarth.
Creció en una clase acomodada y rica, llena de casas de campo, telas de bellas tramas, pinturas y discusiones educadas. Con un grupo de artistas, escritores y poetas solía reunirse en su casa del barrio londinense de Bloomsbury -más tarde se los conocería con el nombre de "Grupo de Bloomsbury"- para husmear sin prejuicios en la política, en lo social o en el arte.
Sin embargo, un entorno tan ventajoso suele atentar contra los instintos y favorecer el conservadurismo; así como le sucede al perro "Flush", el principal protagonista de otra de sus novelas, cuando expresa: "La primera lección que aprendía en la escuela dormitorio consistía en controlar los instintos más violentos".
Pero cuando se liberaba de los convencionalismos, su naturaleza descendía desde la piel hasta el papel. Entonces, su femineidad asomaba en su forma más original, lejos de lugares comunes y estereotipos desgastados.
Por eso para muchos es la madre del feminismo. En efecto, ser mujer no tenía que ver con el cuerpo o la sexualidad. Tampoco con perseguir patrones culturales fabricados por una sociedad patriarcal, e incluso fascista como lo era la de Italia o Alemania en los treinta.
Su camino requería una mente andrógina, más allá de las divisiones tradicionales entre hombre y mujer. No resulta extraño entonces, que sus personajes no sean reconocibles por sus características físicas o por sus personalidades, sino por las imágenes, sensaciones, metáforas y pensamientos que soportan.
En "Al faro" uno de los protagonistas se interroga al mirar al espejo: "¿Qué es eso de uno mismo? ¿Lo que ve la gente? ¿Lo que uno es?". Preguntas de un hombre o de una mujer, tan propias como impersonales.
- Este yo -
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Ansell Turn |
I'm sick to death of this particular self.
I want another.
Este yo me harta
necesito otro.
- No hay barrera -
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Kornachiuk |
There is no barrier,
lock or latch
you can impose
on the freedom of my mind.
*No hay barrera,
cerradura, ni cerrojo
que puedas imponer
a la libertad de mi mente.
Peter Mitchev
Bueno, aquí estamos, y si lanzas una ojeada a la estancia, advertirás que el ferrocarril subterráneo y los tranvías y los autobuses, y no pocos automóviles privados, e, incluso me atrevería a decir, landos con caballos bayos, han estado trabajando para esta reunión, trazando líneas de un extremo de Londres al otro. Sin embargo, comienzo a albergar dudas...
Sobre si es verdad, tal como dicen, que la Calle Regent está floreciente, y que el Tratado se ha firmado, y que el tiempo no es frío si tenemos en cuenta la estación, e incluso que a este precio ya no se consiguen departamentos, y que el peor momento de la gripe ha pasado; si pienso en que he olvidado escribir con referencia a la gotera de la despensa, y que me dejé un guante en el tren; si los vínculos de sangre me obligan, inclinándome al frente, a aceptar cordialmente la mano que quizá me ofrecen dubitativamente...
-¡Siete años sin vernos!
-La última vez fue en Venecia.
-¿Y dónde vives ahora?
-Bueno, es verdad que prefiero que sea a última hora de la tarde, si no es pedir demasiado...
-¡Pero yo te he reconocido al instante!
-La guerra representó una interrupción...
Si la mente está siendo atravesada por semejantes dardos, y debido a que la sociedad humana así lo impone, tan pronto uno de ellos ha sido lanzado, ya hay otro en camino; si esto engendra calor, y además han encendido la luz eléctrica; si decir una cosa deja detrás, en tantos casos, la necesidad de mejorar y revisar, provocando además arrepentimientos, placeres, vanidades y deseos; si todos los hechos a que me he referido, y los sombreros, y las pieles sobre los hombros, y los fracs de los caballeros, y las agujas de corbata con perla, es lo que surge a la superficie, ¿qué posibilidades tenemos?
¿De qué? Cada minuto se hace más difícil decir por qué, a pesar de todo, estoy sentada aquí creyendo que no puedo decir qué, y ni siquiera recordar la última vez que ocurrió.
-¿Viste la procesión?
-El rey me pareció frío.
-No, no, no. Pero, ¿qué decías?
-Que ha comprado una casa en Malmesbury.
-¡Vaya suerte encontrarla!
Contrariamente, tengo la fuerte impresión de que esa mujer, sea quien fuere, ha tenido muy mala suerte, ya que todo es cuestión de departamentos y de sombreros y de gaviotas, o así parece ser, para este centenar de personas aquí sentadas, bien vestidas, encerradas entre paredes, con pieles, repletas, y conste que de nada puedo alardear por cuanto también yo estoy pasivamente sentada en una dorada silla, limitándome a dar vueltas y revueltas a un recuerdo enterrado, tal como todos hacemos, por cuanto hay indicios, si no me equivoco, de que todos estamos recordando algo, buscando algo furtivamente. ¿Por qué inquietarse? ¿Por qué tanta ansiedad acerca de la parte de los mantos correspondiente al asiento; y de los guantes, si abrochar o desabrochar? Y mira ahora esa anciana cara, sobre el fondo del oscuro lienzo, hace un momento cortés y sonrosada; ahora taciturna y triste, cual ensombrecida. ¿Ha sido el sonido del segundo violín, siendo afinado en la antesala? Ahí vienen. Cuatro negras figuras, con sus instrumentos, y se sientan de cara a los blancos rectángulos bajo el chorro de luz; sitúan los extremos de sus arcos sobre el atril; con un simultáneo movimiento los levantan; los colocan suavemente en posición, y, mirando al intérprete situado ante él, el primer violín cuenta uno, dos, tres... ¡Floreo, fuente, florecer, estallido! El peral en lo alto de la montaña. Chorros de fuente; gotas descienden. Pero las aguas del Ródano se deslizan rápidas y hondas, corren bajo los arcos, y arrastran las hojas caídas al agua, llevándose las sombras sobre el pez de plata, el pez moteado es arrastrado hacia abajo por las veloces aguas, y ahora impulsado en este remanso donde -es difícil esto- se aglomeran los peces, todos en un remanso; saltando, salpicando, arañando con sus agudas aletas; y tal es el hervor de la corriente que los amarillos guijarros se revuelven y dan vueltas, vueltas, vueltas, vueltas -ahora liberados-, y van veloces corriente abajo e incluso, sin que se sepa cómo, ascienden formando exquisitas espirales en el aire; se curvan como delgadas cortezas bajo la copa de un plátano; y suben, suben... ¡Cuán bella es la bondad de aquellos que, con paso leve, pasan sonriendo por el mundo! ¡Y también en las viejas pescaderas alegres, en cuclillas bajo arcos, viejas obscenas, que ríen tan profundamente y se estremecen y balancean, al andar, de un lado para otro, ju, ja!
-Mozart de los primeros tiempos, claro está...
-Pero la melodía, como todas estas melodías, produce desesperación, quiero decir esperanza. ¿Qué quiero decir? ¡Esto es lo peor de la música! Quiero bailar, reír, comer pasteles de color de rosa, beber vino leve y con mordiente. O, ahora, un cuento indecente... me gustaría. A medida que una entra en años, le gusta más la indecencia. ¡Ja, ja! Me río. ¿De qué? No has dicho nada, ni tampoco el anciano caballero de enfrente. Pero supongamos, supongamos... ¡Silencio!
El melancólico río nos arrastra. Cuando la luna sale por entre las lánguidas ramas del sauce, veo tu cara, oigo tu voz, y el canto del pájaro cuando pasamos junto al mimbral. ¿Qué murmuras? Pena, pena. Alegría, alegría. Entretejidos, como juncos a la luz de la luna. Entretejidos, sin que se puedan destejer, entremezclados, atados con el dolor, liados con la pena, ¡choque!
La barca se hunde. Alzándose, las figuras ascienden, pero ahora, delgadas como hojas, afilándose hasta convertirse en un tenebroso espectro que, coronado de fuego, extrae de mi corazón sus mellizas pasiones. Para mí canta, abre mi pena, ablanda la compasión, inunda de amor el mundo sin sol, y tampoco, al cesar, cede en ternura, sino que hábil y sutilmente va tejiendo y destejiendo, hasta que en esta estructura, esta consumación, las grietas se unen; ascienden, sollozan, se hunden para descansar, la pena y la alegría.
¿Por qué apenarse? ¿Qué quieres? ¿Sigues insatisfecha? Diría que todo ha quedado en reposo. Sí, ha sido dejado en descanso bajo un cobertor de pétalos de rosa que caen. Caen. Pero, ah, se detienen. Un pétalo de rosa que cae desde una enorme altura, como un diminuto paracaídas arrojado desde un globo invisible, da la vuelta sobre sí mismo, se estremece, vacila. No llegará hasta nosotros.
-No, no, no he notado nada. Esto es lo peor de la música, esos tontos ensueños. ¿Decías que el segundo violín se ha retrasado?
Ahí va la vieja señora Munro, saliendo a tientas. Cada día está más ciega, la pobre. Y con este suelo resbaladizo.
Ciega ancianidad, esfinge de gris cabeza... Ahí está, en la acera, haciendo señas, tan severamente, al autobús rojo.
-¡Delicioso! ¡Pero qué bien tocan! ¡Qué - qué - qué!
La lengua no es más que un badajo. La mismísima simplicidad. Las plumas del sombrero contiguo son luminosas y agradables, como una matraca infantil. La hoja del plátano destella en verde por la rendija de la cortina. Muy extraño, muy excitante.
-¡Qué - qué - qué! ¡Silencio!
Estos son los enamorados sobre el césped.
-Señora, si me permite que coja su mano...
-Señor, hasta mi corazón le confiaría. Además hemos dejado los cuerpos en la sala del banquete. Y eso que está sobre el césped son las sombras de nuestras almas.
-Entonces, esto son abrazos de nuestras almas.
Los limoneros se mueven dando su asentimiento. El cisne se aparta de la orilla y flota ensoñado hasta el centro de la corriente.
-Pero, volviendo a lo que hablábamos. El hombre me siguió por el pasillo y, al llegar al recodo, me pisó los encajes del viso. ¿Y qué otra cosa podía hacer sino gritar ¡Ah!, pararme y señalar con el dedo? Y entonces desenvainó la espada, la esgrimió como si con ella diera muerte a alguien, y gritó: ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco! Ante lo cual yo grité, y el príncipe, que estaba escribiendo en el gran libro de pergamino, junto a la ventana del mirador, salió con su capelo de terciopelo y sus zapatillas de piel, arrancó un estoque de la pared -regalo del rey de España, ¿sabe?-, ante lo cual yo escapé, echándome encima esta capa para ocultar los destrozos de mi falda, para ocultar... ¡Escuche! ¡Las trompas!
El caballero contesta tan aprisa a la dama, y la dama sube la escalinata con tal ingenioso intercambio de cumplidos que ahora culminan con un sollozo de pasión, que no cabe comprender las palabras a pesar de que su significado es muy claro -amor, risa, huida, persecución, celestial dicha-, todo ello surgido, como flotando, de las más alegres ondulaciones de tierno cariño, hasta que el sonido de las trompas de plata, al principio muy a lo lejos, se hace gradualmente más y más claro, como si senescales saludaran al alba o anunciaran temiblemente la huida de los enamorados... El verde jardín, el lago iluminado por la luna, los limoneros, los enamorados y los peces se disuelven en el cielo opalino, a través del cual, mientras a las trompas se unen las trompetas, y los clarines les dan apoyo, se alzan blancos arcos firmemente asentados en columnas de mármol... Marcha y trompeteo. Metálico clamor y clamoreo. Firme asentamiento. Rápidos cimientos. Desfile de miríadas. La confusión y el caos bajan a la tierra. Pero esta ciudad hacia la que viajamos carece de piedra y carece de mármol, pende eternamente, se alza inconmovible, y tampoco hay rostro, y tampoco hay bandera, que reciba o dé la bienvenida. Deja pues que tu esperanza perezca; abandono en el desierto mi alegría; avancemos desnudos. Desnudas están las columnatas, a todos ajenas, sin proyectar sombras, resplandecientes, severas. Y entonces me vuelvo atrás, perdido el interés, deseando tan sólo irme, encontrar la calle, fijarme en los edificios, saludar a la vendedora de manzanas, decir a la doncella que me abre la puerta: Noche estrellada.
-Buenas noches, buenas noches. ¿Va en esta dirección?
-Lo siento, voy en la otra.