DÉDALO E ÍCARO

Mourning for Icarus, Herbert James Draper

Paisaje con la caída de Ícaro. Pieter Brueghel el Viejo. 1554-55 (Atribuido)
Dédalo era el arquitecto, artesano e inventor muy hábil que vivía en Atenas. Aprendió su arte de la misma diosa Atenea. Era famoso por construir el laberinto de Creta e inventar naves que navegaban bajo el mar. Se casó con una mujer de Creta, Ariadna y tuvo dos hijos llamados Ícaro y Yápige.
Su sobrino Talos era su discípulo, gozaba del don de la creación, era la clase de hijo con que Dédalo soñaba. Pero pronto resultó mas inteligente que el mismo Dédalo, porque con solo doce años de edad invento la sierra, inspirándose en la espina de los peces; sintió mucha envidia de él tras compararlo con su hijo.
Una noche subieron el tejado y desde allí; divisando Atenas,veían las aves e imaginaban distintos mecanismos para volar.Ícaro se marchó cansado, y después de engañar Dédalo a Talos,lo mató empujándole desde lo alto del tejado de la Acrópolis.Al darse cuenta del gran error que había cometido, para evitar ser castigado por los atenienses,huyeron a la isla de Creta, donde el rey Minos los recibió muy amistosamente y les encargaron muchos trabajos.
El rey Minos, que había ofendido al rey Poseidón, recibió como venganza que la reina Pasifae, su esposa, se enamorara de un toro. Fruto de este amor nació el Minotauro, un monstruo mitad hombre y mitad toro.
Durante la estancia de Dédalo e Ícaro en Creta, el rey Minos les reveló que tenía que encerrar al Minotauro.Para encerrarlo, Minos ordenó a Dédalo construir un laberinto formado por muchísimos pasadizos dispuestos de una forma tan complicada que era imposible encontrar la salida. Pero Minos, para que nadie supiera como salir de él, encerró también a Dédalo y a su hijo Ícaro.
Estuvieron allí encerrados durante mucho tiempo. Desesperados por salir,se le ocurrió a Dédalo la idea de fabricar unas alas, con plumas de pájaros y cera de abejas, con las que podrían escapar volando del laberinto de Creta.
Antes de salir,Dédalo le advirtió a su hijo Ícaro que no volara demasiado alto, porque si se acercaba al Sol, la cera de sus alas se derretiría y tampoco demasiado bajo porque las alas se les mojarían, y se harían demasiado pesadas para poder volar.
Empezaron el viaje y al principio Ícaro obedeció sus consejos, volaba al lado suyo, pero después empezó a volar cada vez más alto y olvidándose de los consejos de su padre, se acercó tanto al Sol que se derritió la cera que sujetaba  las plumas de sus alas, cayó al mar y se ahogó.Dédalo recogió a su hijo y lo enterró en una pequeña isla que mas tarde recibió el nombre de Icaria.
Después de la muerte de Ícaro,Dédalo llegó a la isla de Sicilia, donde vivió hasta su muerte en la corte del rey Cócalo.

Ícaro y la juventud

Los jóvenes que no controlan sus impulsos se estrellan de inmediato.
Como subraya Carlos García Gual, Ícaro es el símbolo de la temeridad juvenil castigada. Es el símbolo de la rebeldía de los jòvenes respecto a sus padres.
“Ícaro es un mito contemporáneo; es un auténtico mito de nuestro tiempo“ pero también es el símbolo de la curiosidad innata de la juventud, de la atracción del riesgo, del placer de la aventura, del interés por aprender, de la fiebre por ascender a lo más alto.
Al igual que su padre, Dédalo, y quizá más que él, Ícaro es un mito contemporáneo; es un auténtico mito de nuestro tiempo.

Ícaro y el conocimiento

Existen dos maneras de escapar del Laberinto, como nos explica Carlos Goñi en su libro 'Cuéntame un mito': la primera, siguiendo poco a poco el hilo del ovillo, como hizo Ariadna y Teseo, rastreando el terreno poco a poco; la segunda es utilizando todo el ingenio para alzar el vuelo.
Estas dos maneras de salir del Laberinto representan el esfuerzo por alcanzar el conocimiento de las ciencias, por una parte, y el de la reflexión filosófica, por otra.
Ambas intentan conocer la realidad mediante dos caminos diferentes. La ciencia utiliza el método, la razón para adentrarse en los misterios del mundo. La filosofía adopta un punto de vista alto, más general, una visión global.
Claro que es más arriesgado, pero tiene la ventaja de la perspectiva: puedes ver el laberinto en su totalidad.

Las metamorfosis
Libro VIII
Ovidio

Dédalo entre tanto, por Creta y su largo exilio
lleno de odio, y tocado por el amor de su lugar natal, 
encerrado estaba en el piélago. «Aunque tierras», dice, 
«y ondas me oponga, mas el cielo ciertamente se abre; iremos por allá. Todo que posea, no posee el aire Minos». 
Dijo y su ánimo remite a unas ignotas artes 
y la naturaleza innova. Pues pone en orden unas plumas, 
por la menor empezadas, a una larga una más breve siguiendo, de modo que en pendiente que habían crecido pienses: así la rústica fístula un día paulatinamente surge, con sus dispares avenas. 
Luego con lino las de en medio, con ceras aliga las de más abajo, y así, compuestas en una pequeña curvatura, las dobla para que a verdaderas aves imite. El niño Ícaro a una 
estaba, e ignorando que trataban sus propios peligros, ora con cara brillante, las que la vagarosa aura había movido, 
intentaba apoderarse de esas plumas, ora la flava cera con el pulgar mullía, y con el juego suyo la admirable obra de su padre impedía. Después que la mano última a su empresa 
impuesto se hubo, su artesano balanceó en sus gemelas alas su propio cuerpo, y en el aura por él movida quedó suspendido. 
Instruye también a su nacido y: «Por la mitad de la senda que corras, Ícaro», dice, «te advierto, para que no, si más abatido irás, la onda grave tus plumas, si más elevado, el fuego las abrase. 
Entre lo uno y lo otro vuela, y que no mires el Boyero o la Ursa te mando, y la empuñada de Orión espada. 
Conmigo de guía coge el camino». Al par los preceptos del volar 
le entrega y desconocidas para sus hombros le acomoda las alas. 
Entre esta obra y los consejos, su mejillas se mojaron de anciano, y sus manos paternas le temblaron. Dio unos besos al nacido suyo que de nuevo no había de repetir, y con sus alas elevado delante vuela y por su acompañante teme, como la pájara que desde el alto, a su tierna prole ha empujado a los aires, del nido, y les exhorta a seguirla e instruye en las dañinas artes. 
También mueve él las suyas, y las alas de su nacido se vuelve para mirar. 
A ellos alguno, mientras intenta capturar con su trémula caña unos peces, o un pastor con su cayado, o en su esteva apoyado un arador, los vio y quedó suspendido, y los que el éter coger podían creyó que eran dioses. Y ya la junonia Samos por la izquierda parte -habían sido Delos y Paros abandonadas-, diestra Lebinto estaba, y fecunda en miel Calimna, cuando el niño empezó a gozar de una audaz voladura y abandonó a su guía y por el deseo de cielo arrastrado más alto hizo su camino: del robador sol la vecindad mulló-de las plumas sujeción- las perfumadas ceras. 
Se habían deshecho esas ceras. Desnudos agita el los brazos, y de remeros carente, no percibe auras algunas 
y su boca, el paterno nombre gritando, azul la recoge un agua que el nombre saca de él. 
Mas el padre infeliz, y no ya padre: «¡Ícaro!», dijo, «¡Ícaro!», dijo, «¿Dónde estás? ¿Por qué región a ti he de buscarte? 
¡Ícaro!», decía. Las plumas divisó en las ondas, y maldijo sus propias artes, y su cuerpo en un sepulcro 
encerró, también tierra por el nombre dicha del sepultado. 


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