Antoine de Saint-Exupéry

"Tal vez el amor sea el proceso por el cual yo te conduzca delicadamente de regreso a ti mismo." 

El Beso de l’Hôtel de Ville. París, 1950.  ©Atelier Robert Doisneau





"El séptimo planeta fue, pues, la Tierra"




La Tierra no es un planeta cualquiera. Se cuentan allí ciento once reyes (sin olvidar, sin duda, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de ebrios, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas mayores. Para darnos una idea de las dimensiones de la Tierra os diré que antes de la invención de la electricidad se debía mantener, en el conjunto de los seis continentes, un verdadero ejército de cutrocientos sesenta y dos mil quinientos once faroleros. Vistos desde lejos hacían un efecto espléndido. Los movimientos de este ejército estaban organizados como los de un balllet de ópera. Primero era el turno de los faroleros de Nueva Zelanda y de Australia. Una vez alumbradas sus lamparillas, se iban a dormir. Entonces entraban en el turno de la danza los faroleros de China y de Siberia. Luego, también se escabullian entre los vastidores. Entonces era el turno de los faroleros de Rusia y de las Indias. Luego los de Africa y Europa. Luego los de América del Sur. Luego los de América del Norte. Y nunca se equivocaban en el orden de entrada en escena. Era grandioso. Solamente el farolero del único farol del polo Norte y su colega de único farol del polo Sur llevaban una vida ociosa e indiferente: trabajaban dos veces por año". 


El Principito
Ya-Ong Nero

En efecto, en el planeta del principito había, como en todos los planetas, hierbas buenas y hierbas malas. Por consiguiente, de buenas semillas salían buenas hierbas y de las semillas malas, hierbas malas. Pero las semillas son invisibles; duermen en el secreto de la tierra, hasta que un buen día una de ellas tiene la fantasía de despertarse. Entonces se alarga extendiendo hacia el sol, primero tímidamente, una encantadora ramita inofensiva. Si se trata de una ramita de rábano o de rosal, se la puede dejar que crezca como quiera. Pero si se trata de una mala hierba, es preciso arrancarla inmediatamente en cuanto uno ha sabido reconocerla. En el planeta del principito había semillas terribles… como las semillas del baobab. El suelo del planeta está infestado de ellas. Si un baobab no se arranca a tiempo, no hay manera de desembarazarse de él más tarde; cubre todo el planeta y lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño y los baobabs son numerosos, lo hacen estallar.
“Es una cuestión de disciplina, me decía más tarde el principito. Cuando por la mañana uno termina de arreglarse, hay que hacer cuidadosamente la limpieza del planeta. Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs, cuando se les distingue de los rosales, a los cuales se parecen mucho cuando son pequeñitos. Es un trabajo muy fastidioso pero muy fácil”.


-Sé de un planeta en donde habita un Señor carmesí. Nunca ha sentido el perfume de una flor, nunca ha mirado una estrella. Tampoco ha querido a nadie. Sólo una cosa ha hecho en su vida; sumas y restas. Repite todo el día, como tú, hasta el cansancio: “¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!” Hinchándose de orgullo. ¿Sabes lo que creo? ¡Que no es un hombre, es un hongo!
-¿Un qué?
-¡Un hongo!
El principito empalidecía de cólera.
-Millones de años hace que las flores fabrican espinas, y otro tanto que los corderos se comen de todas formas las flores. ¿Acaso no es serio intentar entender por qué las flores insisten en fabricar sus espinas que no sirven nunca para nada? No crees que tenga importancia la guerra entre los corderos y las flores? ¿No tiene esto más importancia que las sumas y restas de un Señor gordo y rojo? ¿Y no es también importante que la flor que yo conozco sea única en el mundo, que sólo exista en mi planeta y que un corderito pueda hacerla desaparecer de golpe, en un instante una mañana y sin darse cuenta de lo que hace? ¿Esto, no es acaso importante?
Ya enrojecido agregó:
-Si se ama a una flor de la que no existe más que un ejemplar entre millones de estrellas, es motivo suficiente para que al mirar las estrellas sea feliz. Se dice para sí: “Mi flor está allí, en alguna parte…” Pero si el corderito comiera la flor, para él es como si de pronto y al mismo tiempo, todas las estrellas se apagaran. ¿Y esto, no es importante?
Bruscamente rompió en sollozos y nada más pudo decir.

Entradas populares de este blog

VERA AMICITIA

LOCUS AMOENUS

ASTRACÁN O ASTRACANADA