ADICCIONES
1. La Asociación Psiquiátrica de EE.UU. edita una especie de guía Michelin de la locura que incorpora las nuevas adicciones, sea a las compras, al sexo o a… ¡Internet! La dolencia ha cruzado el Atlántico y ya es tratada en la unidad de juego patológico del hospital de Bellvitge, como nos ha contado Ana Macpherson en la sección de Tendencias. Sus primeros síntomas son tan cotidianos (necesidad de mirar la pantalla apenas te levantas para revisar el correo, los mensajes, la cuenta de Facebook y los tuits) que debemos estar ante una pandemia. En casa, en la calle, en el trabajo nos cruzamos cada día con centenares de personas en ese estado de alelamiento cibernético. De hecho, en ocasiones tenemos la duda de si alguna no será, en realidad, una app humana que ha sido activada y poseída por las aplicaciones informáticas que en su día se descargó. ¿Y todo eso, para qué? De entrada, hemos renunciado a nuestra capacidad de memorizar números de teléfono. Para eso tenemos el móvil. Al paso que vamos olvidaremos cómo se coge un bolígrafo y veremos mermada nuestra escritura gracias a herramientas diabólicas como el corrector ortográfico o el corta y pega. Eso sí, creeremos vivir en una idílica y cómoda democracia en red, en la que todos nos desnudamos inocentemente, mostramos imágenes íntimas y escribimos la última estupidez que se nos haya ocurrido. Pareceremos controladores aéreos encerrados en una torre, cuyo único contacto virtual con la realidad es la señal del radar. Y dejaremos una huella indeleble con todas las bobadas que se nos hayan ocurrido, con o sin piña colada, como lanzar una tuitería sobre la fealdad de Franck Ribéry cuando el problema del futbolista francés es que, a los dos años, sufrió un accidente de tráfico que le destrozó la cara.
2. Fátima fue a la boda de una amiga. Se lo pasó genial y tomó unas copas de más. Nada fuera de lo normal. Bailó mientras los flashes de las cámaras de fotos alumbraban la pista tras el banquete. Al lunes siguiente, ya en el trabajo, el comentario le cayó como un ladrillazo en toda la frente: “¡Qué vestido más guapo llevabas en la boda!”. “Me habían etiquetado sin darme cuenta y todos los compañeros de mi trabajo que tenía en Facebook me vieron en fotos con un pedo como un piano”, comenta esta madrileña en la mitad de la treintena. Fátima lo tuvo claro y abandonó la red social: “Decidí que mi vida no interesaba a nadie y que tampoco quería recuperar viejas amistades. Si quiero quedar con alguien, le llamo por teléfono y nos vemos para un café”.Facebook tiene más de 845 millones de usuarios, con lo que cada vez está más cerca de alcanzar al país más poblado del mundo, China, con 1.300 millones de habitantes. Cada día, 483 millones de personas -una población comparable a la de toda la UE- entran para actualizar sus estados, compartir enlaces o ver fotografías colgadas por sus amigos.
“Nuestra misión es hacer del mundo un lugar más abierto y más conectado”, afirma la compañía, creada por Mark Zuckerberg en 2004, en su esperado folleto de salida a Bolsa, presentado hace pocas semanas y en el que la red social alcanza una valoración de entre 75.000 y 100.000 millones de dólares.
Pese al indudable éxito de la ‘marea azul’ de Facebook, algunas personas optan por un mundo ‘menos conectad’. “Yo lo dejé porque era increíblemente adictivo y perdía muchísimo tiempo”, explica Sonia, una médico madrileña de 35 años. En cada visita los usuarios de la red suelen pasar 20 minutos de media.
Las personas que deciden abandonar el lugar suelen argumentar parecidas razones: pérdida de tiempo, relaciones superficiales o falta de privacidad. La última parte es en la que la red social ha avanzado más, en gran parte obligada por las autoridades de diferentes países. Desde hace un tiempo, el usuario tiene más opciones sobre qué quiere compartir y con quién.