G. MIRÓ

Antonio Zoido, fino prosista que gustaba de beber, antes de escribir, en el hontanar miroíno, y quien dedicó en los años setenta una sencilla y emotiva monografía al texto a inaugura la relación canónica de los libros de Miró, en su titulado Gabriel Miró y su primer libro decía “Del vivir no es, en estricto sentido, una encapsulada muestra de los valores absolutos mironianos, pero sí es como un parcelado anticipo de mucho de estos valores. Y esta novela, que se abre al lector por todas sus páginas, en accesibilidad y humana llaneza, porta además sus propios quilates sustantivos”.


Y, ciertamente, este texto con el que Miró quiso poner comienzo al total de su obra cuando la contempla en su conjunto para la edición en sucesivas entregas bajo el sello editorial de Biblioteca Nueva, dejando en la orilla del olvido otros textos próximos y coetáneos a este libro, que a la altura de 1926 considera fallidos, simples ejercicios de aprendizaje que deben quedar para el archivo personal, y nada más, el autor alicantino parece decirnos que enDel vivir está lo más meritorio de su prehistoria literaria. Y desde luego, es cierto que la minuciosa y lujuriosa disposición contemplativa ante el paisaje, hasta sacarle afuera el alma, la íntima interpenetración entre figura humana y marco natural que la contiene, el buceo en las contradicciones de las intimidades y en la ética de sus comportamientos son ya objeto de consideración en Del vivir, además de formularse en este libro tres constituyentes básicos de toda la literatura miroína: el nacimiento de personaje Sigüenza, personaje con el que podrá fin la lista de obras de Miró; el diseño de la novela como un doble viaje y el símbolo de la lepra.
Del vivir es considerada antes que ninguna otra (por el autor del escrito) calificación y clasificación, una de las mejores, si no la mejor, novela corta de Gabriel Miró y el primer texto que obedece perfectamente al rótulo “novela lírica”. En él se reescriben y trenzazn elementos ya depurados de las dos novelas largas desechadas y encuentra Miró aceptable y aprovechable punto de partida el resultado que obtiene. El recién creado personaje Sigüenza es una conciencia en plena ebullición, como ya lo habia sido el controvertido personaje de La mujer de Ojeda.




Al parecer, Del vivir no tuvo apenas una inicial recepción más allá de las fronteras locales, como habia ocurrido con los dos libros anteriores. Se publicó en Alicante en 1904 y se redactó en 1902. Parece que en primera instancia, Miró aspiró a hacer un libro-reportaje que suscitara conciencia social entre sus paisanos ante el problema de los gafosos marginados y hacinados, en ínfimas condiciones, en las afueras de los municipios afectados por el problema sanitario, y carentes, sobre todo, de la afectividad, que es probablemente la faceta más dolorosa de su mal. Y por otra parte, y con el símbolo de resonancias bíblicas de la lepra volvemos a constatar la coincidencia en el punto alfa y en el punto omega de la trayectoria literaria del autor alicantino, ya que es un hecho a lo mejor no casual que la lepra como enfermedad y la lepra como símbolo de la dimensión moral de los individuos y de las comunidades, símbolo que enmarca la obra del escritor a casi un cuarto de siglo de distancia.
El título del libro nos remite directamente al ámbito de los tratados doctrinales de la literatura clásica latina porque realmente se trata de un tratado de la falta de vita beata sustituida por su oponente, de vita infelice, ya que dura e inhóspita, es la vida que se percibe en esas comunidades en las que entran en colisión enfermos y sanos, en diversas direcciones.




La historia en cuestión se desenvuelve en dos tiempos, un presente que bascula del negro desesperanzando de la noche a las migajas de ventura del amanecer, y del que sí es testigo Sigüenza, y un pasado que se le oculta, porque sólo anida en la memoria como la pústula que más le duele. Se inicia el episodio en el tramo final del capítulo segundo, nada más llegamos a la posada de Parcent, y abarca todo el tercero. Ya en el arranque notamos el interés que tiene Miró en agrupar en este episodio todo un conjunto de antítesis bastante subrayadas, al enmarcar la aparición de la leprosa en un contexto de personas sanas que ponen en evidencia las desarmonías, las carencias que amenazan la debilidad humana, al margen de su clasificación médica en sanos o enfermos.


Del vivir no siempre fue bien entendido, fuera de algunos lectores amigos del escritor, e incluso se le regateó la consideración que debió merecer en su tiempo, como una excelente muestra, que es, de la unción del ya pereclitado naturalismo con la exégesis moral, regeneracionista, que buscaba la literatura del nuevo siglo. Aunque llegado a las librerias el año cuatro, Del vivir es un hermano menor de ese grupo de libros canónicos que enriquecieron el escaparate de 1902. Con el barroco de su prosa de retratos, como no queriéndolo, Ramón Gómez de la Serna le daba al libro lo que en justicia se merecía: “Miró es una gran experiencia literaria, pero no es una experiencia escolar, aunque estoy viendo que le harán su predilecto los que lanzan cualquier cosa – con tal de que sea un poco austera – al programa, y los niños lucharán con ese hueso comido por el sol, con ese zarzal coronario, con ese gran estilista del cardo y el pedregal, magnífico para los avezados cuando nos salía su libro Del vivir como ganga entre las insulseces de las librerías de viejo en el tablero de a real el tomo”. En algo se equivocaba la profecía de Ramón y en algo acertaba: en que Miró sigue sienod autor de reducidas minorías y en que su “primer libro” Del vivir sigue siendo mercancía cotizada en librerías de viejo: ¿para cuándo su reedición con las anotaciones que se merece?

Los inicios literarios mironianos ofrecen al lector un material noticioso de gran valor para la identificación de personajes, lugares y temas enraizados con la realidad social vivida o conocida por el propio Miró. Apreciación que no sólo se ajusta a este inicio o preludio literario, sino también a obras maestras cuyo soporte histórico o real nos remite a unos espacios muy concretos. El mundo de ficción mironiano difícilmente se sustrae de esta realidad. La prosa poética mironiana nos induce y nos persuade por su riqueza de matices, desde un cromatismo inusual hasta una percepción sutil de todo lo que concierne a los sentidos. El lector de la obra de Miró percibe con nitidez no sólo estas perfecciones imbricadas en un contexto geográfico preciso, sino también, tal como ocurre en Hilván de escenas, su implicación en los acontecimientos históricos de la época. Miró teje una ficción novelesca cuyo armazón está sujeto al hecho real. La ficción y la realidad se engarzan o se unen en perfecta armonía desde un primer momento, como si Miró hubiera ideado el plan de su novela atendiendo a estas dos coordenadas.


La reconstrucción histórica de los hechos narrados hace posible que el lector se encuentre una novela de clave, cuyo armazón histórico está fuertemente imbricado en los acontecimientos que tienen lugar en Badaleste durante los años en los que Trinidad Bermúdez ejerce un omnímodo poder en todos los confines del lugar. La novela de clave permite en el momento de su publicación una identificación entre el personaje de ficción y el real.


La lectura atenta de Hilván de escenas permite, llegar a unas conclusiones evidentes: su identificación con la oligarquía y la completa percepción que Miró tiene de los personajes históricos que dominan el acontecer de los hechos. Desde la perspectiva del lector actual prima más la calidad del texto y se obvia la implicación del mismo con el hecho real. Sin embargo, el historiador de la literatura tiene la obligación de desvelar los complejos entresijos de la ficción novelesca, sus claves, recursos literarios, fuentes, etc. La presencia en Hilván de escenas de una oligarquía constituída por políticos pertenecientes a los dos partidos de la época y estrechamente fusionada o conectada tanto por su extracción social como por sus relaciones familiares y sociales con los núcleos rectores del lugar serán aspectos conocidos y vividos por Miró en esta inicial etapa literaria.
El mundo de ficción creado por Miró se adecua perfectamente a una realidad existente. Los personajes novelescos se engarzan en un contexto geográfico plagado de topónimos literarios que corresponde a específicos y lugares concretos. Guadalest, Sierra Aitana, Confrides, Benimantell, Beniardá, Benifato, Abdet son contextos geográficos en los que se enmarca la acción. 


Guadalest emerge con perfección propia desde las páginas iniciales deHilván de escenas, enriqueciéndose con sutiles matizaciones en posteriores relatos, como en el Libro de Sigüenza, Años y Leguas o en Glosas de Sigüenza.



Lo reflejado por Miró ha llegado prácticamente intacto hasta el momento presente, pues su decoración se corresponde con los criterios estéticos imperantes en la burguesía que vivió los avatares del reinado de Isabel II, La Gloriosa, La Restauración y la Regencia. La identificación de los personajes con el mundo real no es menos obvia. Sólo ligeras licencias se permite Miró a la hora de trazar la historia de doña Trinidad Bermúdez, como las referidas a su actitud ante los sentimientos amorosos de los personajes de ficción. Lo evidente, lo ajustado a la realidad, nos conduce siempre a doña Josefa de Orduña y Feliu, nacida en Guadalest el 9 de marzo de 1828. Murió el 23 de octubre de 1903.
En Hilván de escenas subyace siempre el concepto que del cacique tuvo el conde de Romanones. Caciquismo que ha sido analizado por la crítica desde la perspectiva de la creación literia, de la ficción. La novela mironiana Hilván de escenas aborda el tema del caciquismo que ya estaba presente en la novela goldosiana Doña Perfecta, prototipo de mujer autoritaria que incide de forma directa en la vida de los orbajosenses. Las concomitancias entre Doña Perfectae Hilván de escenas son múltiples. El realismo crítico ofrece numerosas obras cuyo denominador común es el tema de la honradez íntima. Las costumbres y la realidad cotidiana se analizan a través de una doble óptica, desde la intolerancia u opresión y desde la denuncia y la crítica. Tanto en un caso como en el otro el denominador común es un contexto geográfico cuyas costumbres y realidades cotidianas forman parte del arte escénico del teatro de la segunda mitad del siglo XIX.

La ficción y la realidad se engarzan en perfecta armonía en el novelar de Miró pues funde con acierto todos los materiales históricos y reales referidos al personaje novelado como los tenidos en cuenta desde la ficción novelesca. Es evidente que Miró percibió con nitidez las posibilidades novelescas del personaje de Trinidad Bermúdez. El resultado final no es otro que un relato que, pese a ser repudiado por Miró, preludia lo mejor de su mundo de ficción.




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