LUIS CERNUDA


“Ocnos”

F. Somov

Los dedos y la cuerda se tocan y se declaran:
La estrategia hipnótica de la tarea; fatal descompo-
sición de la memoria

La aspereza vegetal, la crudeza de la tierra indife-
rente, el paisaje sin asideros de nómada.

El estoico desamparo de la reiteración estéril, fra-
caso de la perseverancia, la valoración de las poten-
cias contrapuestas que emanan y destruyen sin
desfallecer.

Entre la realidad y el deseo el olvido pugna por le-
vantar su casa. Entre idiomas extraños, lo recordado
y lo cancelado tuercen su efímera cuerda; palabras
como un sucio e inutil vendaje para el inasible limbo
del exilio.


“Noche de luna”


Gerard de Lairesse.
Vida tras vida, fueron
Olvidando los hombres
Aquella diosa virgen
Que misteriosamente, desde el cielo,
Con amor apacible
Asiste a sus vigilias
En el silencio dulce de las noches.

Ella ha sido quien viera a los abuelos
Remotos, cuando abordan
En sus pintados barcos,
y ágiles y desnudos se apoderan
Con un trémulo imperio de esta tierra,
Así como el amante
Arrebata y penetra el cuerpo amado.

Sus trabajos vio luego, sus cohabitaciones,
y otros seres menudos,
Inhábiles, gritando entre los brazos
De los dominadores, y sus mujeres lánguidas
Sonreír débilmente a la raza naciente.

Miró sus largas guerras
Con pueblos enemigos
y el azote sagrado
De luchas fratricidas;
Contempló esclavitudes y triunfos,
Prostituciones, crímenes,
Prosperidad, traiciones,
El sordo griterío,
Todo el horror humano que salva la hermosura,
y con ella la calma,
La paz donde brota la historia.

También miró al arado
Con el siervo pasando
Sobre el antiguo campo de batalla,
Fertilizado por tanto cuerpo joven;
y en ese mismo suelo ha visto correr luego
Al orgulloso dueño sobre caballos recios,
Mientras la hierba, ortiga y cardo
Brotaban por las vastas propiedades.

Cuánta sangre ha corrido
Ante el destino intacto de la diosa
Cuánto semen viril
Vio surgir entre espasmos
De cuerpos hoy deshechos
En el viento y el polvo,
Cuyos átomos yerran en leves nubes grises,
Velando el embeleso de vasta descendencia
Su tranquilo semblante compasivo.

Cuántas claras ruinas,
Con jaramago apenas adornadas,
Como fuertes castillos un día las has visto;
Piedras más elocuentes que los siglos,
Antes holladas por el paso leve
De esbeltas cazadoras, un neblí sobre el puño,
Oblicua la mirada soñolienta
Entre un aburrimiento y un amor clandestino.

Sombras, sombras efímeras,
En tanto ella, adolescente
Como en los prados de la edad de oro,
Vierte, azulada urna,
Su embeleso letal
Sobre nuevos cuerpos oscuros
Que la primavera enfebrece
Con agudos perfumes vegetales.

Allá tras de las torres, su reflejo
Delata la presencia del mar,
Mientras los hombres solitarios duermen
Inermes en su lecho y confiados.
Los enemigos yacen confundidos.
Algo inmenso reposa, aunque la muerte aceche.
y el mágico reflejo entre los árboles
Permite al soñador abandonarse al canto,
Al placer y al reposo,
A lo que siendo efímero se sueña como eterno.

Mas una noche, al contemplar la antigua
Morada de los hombres, sólo ha de ver allá
Ese reflejo de su dulce fulgor,
Mudo y vacío entonces,
Estéril tal su hermosura virginal;
Sin que ningunos ojos humanos
Hasta ella se alcen a través de las lágrimas,
Definitivamente frente a frente
El silencio de un mundo que ha sido
y la pura belleza tranquila de la nada.

De: “Las nubes” – 1937-1940

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

De: “Los placeres prohibidos” – 1931



- A Larra, con unas violetas -


Aún se queja su alma vagamente, 
El oscuro vacío de su vida. 
Más no pueden pesar sobre esa sombra 
Algunas violetas, 
Y es grato así dejarlas, 
Frescas entre la niebla, 
Con la alegría de una menuda cosa pura 
Que rescatara aquel dolor antiguo. 

Quien habla ya a los muertos, 
Mudo le hallan los que viven. 
Y en este otro silencio, donde el miedo impera, 
Recoger esas flores una a una 
Breve consuelo ha sido entre los días 
Cuya huella sangrienta llevan las espaldas 
Por el odio cargadas con una piedra inútil. 

Si la muerte apacigua 
Tu boca amarga de Dios insatisfecha, 
Acepta un don tan leve, sombra sentimental, 
En esa paz que bajo tierra te esperaba, 
Brotando en hierba, viento y luz silvestres, 
El fiel y último encanto de estar solo. 

Curado de la vida, por una vez sonríe, 
Pálido rostro de pasión y de hastío. 
Mira las calles viejas por donde fuiste errante, 
El farol azulado que te guiara, carne yerta, 
Al regresar del baile o del sucio periódico, 
Y las fuentes de mármol entre palmas: 
Aguas y hojas, bálsamo del triste. 

La tierra ha sido medida por los hombres, 
Con sus casas estrechas y matrimonios sórdidos, 
Su venenosa opinión pública y sus revoluciones 
Más crueles e injustas que las leyes, 
Como inmenso bostezo demoníaco; 
No hay sitio en ella para el hombre solo, 
Hijo desnuda y deslumbrante del divino pensamiento. 

Y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha, 
Miserable y aún bella entre las tumbas grises 
De los que como tú, nacidos en su estepa, 
Vieron mientras vivían morirse la esperanza, 
Y gritaron entonces, sumidos por tinieblas, 
A hermanos irrisorios que jamás escucharon. 

Escribir en España no es llorar, es morir, 
Porque muere la inspiración envuelta en humo, 
Cuando no va su llama libre en pos del aire. 
Así, cuando el amor, el tierno monstruo rubio, 
Volvió contra ti mismo tantas ternuras vanas, 
Tu mano abrió de un tiro, roja y vasta, la muerte. 

Libre y tranquilo quedaste en fin un día, 
Aunque tu voz sin ti abrió un dejo indeleble. 
Es breve la palabra como el canto de un pájaro, 
Mas un claro jirón puede prenderse en ella 
De embriaguez, pasión, belleza fugitivas, 
Y subir, ángel vigía que atestigua del hombre, 
Allá hasta la región celeste e impasible. 

Las nubes




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