N. GUILLÉN



Este orgulloso capitán de la historia




La idea del mal, como una potencia natural que nos daña y se opone al equilibrio moral, invoca la ingenua seducción del hombre cotidiano que soy. Pero un matiz más abrumador de ésta misma idea, algo que en verdad ha fascinado mi existencia, es la del mal visto como la sobrenatural indiferencia del cosmos hacia el ser humano. Llevo años embelesado con esa idea. Bataille, Lovecraft, Jung, Machen, Hillman, Giegerich, Camus, Cioran, Borges, Pessoa y tantos otros. Todos ellos urden la trama de la ciega ruta de un “dios” que nos aplasta no porque nos odie o nos castigue, sino porque nos ha olvidado, justamente en el momento en que hemos sido creados. Como Teseo olvida Ariadna en Naxos, y se lanza a una nueva conquista, no por voluntad, sino porque el destino es un don ineludible.


Este poema de León Felipe, cuyo titulo es el titulo de esta nota, me remonta a esa idea que aun no he podido concretar en las palabras justas.

Porque tal vez seamos la obra de un Dios monstruoso e
inmisericorde,
señor Arcipreste.
Y si nosotros estamos hechos de una substancia
monstruosa e inmisericorde,
¿porqué ha de ser piadoso nuestro Dios?
¿Quién tiene piedad entre los hombres?
Además…
¿no es la vida una cadena de mandíbulas abiertas y
devoradoras?...
Y si la lombriz se traga a la simiente,
la gallina a la lombriz,
y el hombre a la gallina…
¿Porqué Dios no se ha de tragar también al hombre?
¡Gran manjar es el hombre!
¿No ha pensado usted nunca, señor Arcipreste, que bien 
podemos ser
el alimento de un Dios glotón y monstruoso
y que estamos aquí,
como en un túnel descomunal y oscuro,
como en un gran esófago,
descendiendo,
descendiendo,
descendiendo lentamente,
pasando por los sórdidos, torcidos y laberínticos
intestinos de la Historia?
Alguien nos ha tragado,
alguien nos ha tragado, borracho, en un festín…
Y nos seguirá tragando eternamente.
Aquello que ha sido, es lo que será…Ésta es la ley
¿verdad?
Y a veces yo imagino -¡qué cosas imagino, señor
Arcipreste!-,
a veces imagino…
que nos defeca un Dios glotón y monstruoso.
Siempre le andamos buscando orígenes y definiciones
a este “orgulloso capitán de la historia”:
El sueño de un Dios…
El soplo de un Dios…
La cópula amorosa de un Dios…
Pero he aquí el último hallazgo existencialista y
filosófico:
El excremento de un Dios.
¿Quién protesta?
¿Quién grita y se tapa las narices?
¡Basta!...Pero vosotros ¿qué queréis?
¿Qué es lo que usted desea, señor Arcipreste?,
¿qué sigamos aquí eternamente cantando Te Deum
detrás de las batallas?
¡Somos el excremento de un Dios!
Y todo se repite…y se repite el excremento
¡Se repite…se repite!
Pero que no se alarme nadie.
Todo es sólo imaginación.
Imaginación de un viejo poeta loco
a quien no hay que hacerle mucho caso…
-¡Eh!...¡Boticario, buen boticario,
véndeme una onza de almizcle
para perfumar mi imaginación!


- Un poema de amor -



No sé. Lo ignoro. 

Desconozco todo el tiempo que anduve

sin encontrarla nuevamente.

¿Tal vez un siglo? Acaso.

Acaso un poco menos: noventa y nueve años.

¿O un mes? Pudiera ser. En cualquier forma,

un tiempo enorme, enorme, enorme.


Al fin, como una rosa súbita,

repentina campánula temblando,

la noticia.

Saber de pronto

que iba a verla otra vez, que la tendría

cerca, tangible, real, como en los sueños.

¡Qué explosión contenida!

¡Qué trueno sordo

rodándome en las venas,

estallando allá arriba

bajo mi sangre, en una

nocturna tempestad!

¿Y el hallazgo, en seguida? ¿Y la manera

de saludarnos, de manera

que nadie comprendiera

que ésa es nuestra propia manera?

Un roce apenas, un contacto eléctrico,

un apretón conspirativo, una mirada,

un palpitar del corazón

gritando, aullando con silenciosa voz.


Después

(ya lo sabéis desde los quince años)

ese aletear de las palabras presas,

palabras de ojos bajos,

penitenciales,

entre testigos enemigos.

Todavía

un amor de «lo amo»,

de «usted», de «bien quisiera,

pero es imposible»... De «no podemos,

no, piénselo usted mejor»...

Es un amor así,

es un amor de abismo en primavera,

cortés, cordial, feliz, fatal.

La despedida, luego,

genérica,,

en el turbión de los amigos.

Verla partir y amarla como nunca;

seguirla con los ojos,

y ya sin ojos seguir viéndola lejos,

allá lejos, y aun seguirla

más lejos todavía,

hecha de noche,

de mordedura, beso, insomnio,

veneno, éxtasis, convulsión,

suspiro, sangre, muerte...

Hecha

de esa sustancia conocida

con que amasamos una estrella.




- Diana -

Rubens

La diana, de madrugada, 
va con alfileres rojos
hincando todos los ojos.
La diana, de madrugada.

Levanta en peso el cuartel
con los soldados cansados.
Van saliendo los soldados.
Levanta en peso el cuartel.

Ay, diana, ya tocarás
de madrugada, algún día,
tu toque de rebeldía.
Ay diana, ya tocarás.

Vendrás a la cama dura
donde se pudre el mendigo.
-¡Amigo! -dirás-. ¡Amigo!
Vendrás a la cama dura.

Rugirás con voz ya libre
sobre la cama de seda:
-¡En pie, porque nada os queda!
Rugirás con voz ya libre.

¡Fiera, fuerte, desatada,
diana en corneta de fuego,
diana del pobre y del ciego,
diana de la madrugada!


- Soldado, aprende a tirar - 

A. Markin

Soldado, aprende a tirar:
tú no me vayas a herir,
que hay mucho que caminar.
¡Desde abajo has de tirar,
si no me quieres herir!
Abajo estoy yo contigo,
soldado amigo.
Abajo, codo con codo,
sobre el lodo.
Para abajo, no,
que allí estoy yo.
Soldado, aprende a tirar:
tú no me vayas a herir,
que hay mucho que caminar.


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