J. CORTÁZAR
Benjamin Lacombe
El amor no se elige, te elige.. un día te das cuenta que no soportas vivir sin él, que cuando estas con el piensas que dentro de un rato se irá y lo besas con tanta pasión, como si ese beso fuese a parar el tiempo o a darte más minutos con él. El amor ya te escogió y tú tienes que dejarte llevar. Luego se acaba y cuando pierdes el miedo vuelve a empezar…
EL LIBRO DE MANUEL
Sos una chica formidable, dijo Óscar metiendo toda la cara en el pelo de Gladis, vos misma no sabes lo formidable que sos. No tengo la menor idea, dijo Gladis sorprendida de veras, pero no me despeines por favor, hay un artículo terrible del reglamento interno. Te quiero mucho y sos formidable, insistió Oscar, y cómo le hubiera gustado ponerla del lado de la luna llena, decirle eso que no sabía cómo decirle porque Gladis se hubiera quedado mirándolo, algo como tené cuidado cuando des el salto, o ahí arriba está lleno de vidrios rotos, ¿no los ves brillar?, realmente estaba un poco neura porque la cosa se volvía obsesiva, era idiota y hasta peligroso, sobre todo la idea de dar el salto, de trepar a la tapia llena de vidrios y ganar el camino de tierra, dejar atrás el asilo, de ver nada menos que a Gladis entre las muchachitas enloquecidas huyendo de a dos o de a tres, clamando y alentándose, sosteniéndose para escalar la tapia, la negrita se había quitado el camisón para echarlo sobre los vidrios, pasen por aquí, yo me tiro primero, dale la mano a Marta, no ves que no alcanza, espera que yo me trepo primero, vaya a saber si había luna llena esa noche, en realidad fue la oscuridad lo que les dio la chance de huir, parece, ya no me acuerdo bien pero por qué, entonces, voy a tener que cuidarme, hermano.—Esta noche quiero estar con vos —dijo Oscar—, supongo que me dejarán tranquilo hasta mañana después de la emocionante ceremonia. ¿Qué pasa en París, vos ya tenés hotel allá o qué?—Nosotras las otesdelér llevamos una vida sumamente morigerada —explicó Gladis muerta de risa—, de manera que el caballero se buscará un hotel por su cuenta. Recibió ronroneando el beso en la oreja, la caricia que resbalaba bajo la blusa, sintió toda separación de aguas, hijita querida, es que sólo los ingenuos creen que se corta con cuchillo, que esto queda aquí y esto allá. Desde luego no entendes una palabra de lo que te estoy diciendo, polaquita.
—Cómo querés que te entienda —murmuró Ludmilla acercándose y metiéndome las manos en el pelo hasta que sus uñas me rascaron como a un gato, cosa que siempre me ha producido un placer extremo—, si empezás a hablar al final del túnel, pájaro espantoso. Y sin embargo mira si soy inteligente, yo creo que te sigo y que no necesitas sacar el mapa Michelin.
—En sí no es difícil, Ludlud, estaba pensando que el problema de elegir, que es cada vez más el problema de este roñoso y maravilloso siglo con o sin el maestro Sartre para ponerlo en música mental, reside en que no sabemos si nuestra elección se hace con manos limpias. Ya sé, elegir es mucho aunque uno se equivoque, hay un riesgo, un factor aleatorio o genético, pero en definitiva la elección en sí tiene un valor, define y corrobora. El problema es que a lo mejor, y estoy pensando en mí, cuando yo elijo lo que creo una conducta liberatoria, un agrandamiento de mi circunstancia, a lo mejor estoy obedeciendo a pulsiones, a coacciones, a tabúes o a prejuicios que emanan precisamente del lado que quiero abandonar.
—Blup —dijo Ludmilla que siempre decía eso para alentarme.
—¿No estaremos, muchos de nosotros, queriendo romper los moldes burgueses a base de nostalgias igualmente burguesas? Cuando ves cómo una revolución no tarda en poner en marcha una máquina de represiones psicológicas o eróticas o estéticas que coincide casi simétricamente con la máquina supuestamente destruida en el plano político y práctico, te quedas pensando si no habrá que mirar de más cerca la mayoría de nuestras elecciones.
—Bueno, más que mirarse el ombligo como estás haciendo vos, lo que habría que intentares una especie de superrevolución cada vez que se dé el caso, y estoy de acuerdo en que seda todos los días.
—Claro que sí, Lud, pero habría que mostrar mejor esa infiltración de lo abolido en lo nuevo, porque la fuerza de las ideas recibidas es casi espantosa. Lonstein, que como sabes ha hecho un arte de la masturbación aunque creo que nunca te habló del asunto, me mostraba un texto científico Victoriano con la descripción de los síntomas del niño pajero, que es exactamente la que nos hacían nuestros padres y maestros en la Argentina de los años treinta. Cara ojerosa, piel amarillenta, palabra tartamudeante, manos húmedas, mirada débil y evasiva, etcétera; el cuadro persiste seguramente hoy en la imaginación de mucha gente, aunque la mutación generacional no tardará en liquidarlo. Lonstein se reía porque no solamente él no respondió jamás a ese cuadro entre los once y los quince años, sino porque se acuerda muy bien de que en ese entonces se consideraba una excepción milagrosa y estaba contentísimo de que su viejo no pudiera pescarlo por ese lado; es decir que si te fijas bien, en él había finalmente una aceptación del cuadro clínico tradicional que lo llevaba a imaginar su caso como una excepción privilegiada.
—Yo una vez a los once años me masturbé con un peine —dijo Ludmilla—. Carajo, casi acaba mal, debo haber estado loca.
—Los peines son para que los niños buenos les pongan un papel de seda y entonen alegres melodías, no se te olvide. Y ya que estamos en la sexología, el libro en cuestión alude a otra cosa que siempre me llamó la atención en las novelas libertinas de Sade para abajo, y es la historia de la supuesta eyaculación en las mujeres/¿Eyaculación en las mujeres?/Eso, querida, se diría que nunca leíste Juliette o su numerosa progenie.-
-Sí, bueno, no Juliette, no porque no la conseguí, pero sí Justine.
-Es lo- mismo en bastante menos, pero también allí las mujeres eyaculan, y las razones profundas de esta convicción compartida por todas las eminencias médicas de la época es otro problema que toca a la discriminación sexual y a la primacía de un mundo masculino que se vuelve modelo a imitar, y así la mujer acepta o acaso inventa una eyaculación propia que a su vez el hombre da por supuesta desde el momento que es él quien impone el modelo./Las cosas que sabes./Yo no, un tal Steven Markus que es un águila, pero no se trata de eso sino que un día hablando con un violinista francés amigo de confidencias libidinosas, me contó de una de sus amantes, una caucásica misteriosa llamada Basili que, y me dijo que hacía el amor con tal frenesí que al final eyaculaba de una manera que le dejaba los muslos completamente empapados./Blup./Date cuenta, ese muchacho sabía mucho más que yo de mujeres y sin embargo parecía creer que Basili que era tan sólo la manifestación suprema de algo que él daba por supuesto en todas ellas. No me animé a plantearle el problema pero ya ves cómo ciertas creencias pueden saltar la barrera y seguir actuando del lado opuesto, nada menos que en un tipo que se las sabe todas. Me pregunto si las cosas que quisiera cambiar en mí no las estoy queriendo cambiar sin que en el fondo nada cambie gran cosa, si cuando creo elegir algo nuevo mi elección no está regida secretamente por todo lo que quisiera dejar atrás.
—En todo caso elegís, y cómo —dijo Ludmilla, y se la sentía como un trapito que se va plegando en dos, en cuatro en ocho. La besé y le hice cosquillas, la apreté hasta que protestó, siempre pensando, siempre hablando, siempre Andrés duplicado, salido de él mismo, besándome, haciéndome cosquillas, apretándome hasta que protesto, siempre pensando, siempre hablando, escúchame, Ludlud, ya sé que todo esto es Francine, escúchame, Ludlud, yo salgo a buscar, necesito salir a buscar, entonces Francine o aquel viaje a Londres en que te dejé plantada porque tenía que estar solo, pero todo estaría en saber si realmente busco, si salgo a buscar de veras o si no hago más que preferir mi herencia cultural, mi occidente burgués, mi pequeño individuo despreciable y maravilloso.
—Ah —dijo Ludmilla—, ahora que lo decís yo no creo que vos hayas cambiado gran cosa desde que empezaste a salir, como decís. Más bien al revés, entonces quod eramdemostran-dum, toma.
—Hm —dijo Andrés buscando la pipa, lo que en él era siempre una técnica dilatoria—.¿Por qué entonces has cambiado vos?
—Porque me decepcionas, porque sos inautèntico, porque en el fondo sabes muy bien que no querés cambiar nada, que esa pipa será siempre tu pipa y guay del que se meta con ella,y al mismo tiempo estás dispuesto a hacer pedazos esta casa de la misma manera que estarás haciendo pedazos la de Francine, porque cada golpe allí o aquí repercute viceversa sin que necesitemos telefonearnos para saber las novedades.
—Sí —dijo Andrés—, sí, Ludlud, pero son dos casas, y siguiendo tu metáfora trata de comprenderme, dos casas son dieciséis ventanas y no ocho, son un gusto diferente de las salsas, una luz que mira al norte y otra al oeste, esas cosas.
—A vos en todo caso no te está sirviendo de mucho tu ubicuidad y tus dieciséis ventanas, vos mismo lo estás sospechando, pero entre tanto hay cosas que ya no serán nunca lo que fueron.
—Quise que comprendieras, esperé una especie de mutación en la forma de quererse y entenderse, me pareció que podíamos romper la pareja y que a la vez la enriqueceríamos, que nada tenía que cambiar en los sentimientos.
—Nada tenía que cambiar —repitió Ludmilla—. Ya ves que tu elección no quería cambiar nada profundo, era y es un juego, lujoso, una exploración alrededor de una palangana, una figura dedanza y otra vez de pie en el mismo sitio. Pero en cada salto has roto algún espejo, y ahora salís con que ni siquiera estás seguro de que los rompes por cambiar algo. No hay mucha diferencia entre Manuel v vos.
—Una cosa es útil en esta conversación, polaquita, y es que vos la desacralizás rápidamente, la traes del lado de Manuel, por ejemplo. Tenés tanta razón, yo problematizo al cuete, y para peor dudo del problema mismo. No me tengas lástima, sabes. Ludmilla no dijo nada pero me pasó una vez más la mano por la cara, casi sin tocarme la piel, y era algo que precisamente se parecía tanto a la lástima. En fin, cómo saber cuál de las dos me tenía más lástima porque también Francine se quedaba mirándome de a ratos como alguien que quiere consolar y se dice que es inútil porque no hay ni siquiera desconsuelo, hay esa otra cosa sin nombre que yo no puedo dejar de buscar o de ser, y así da capo al fine.
El jazz según Julio Cortázar
[...] y desde un chirriar terrible llegaba el tema que encantaba a Oliveira, una trompeta anónima y después el piano, todo entre un humo de fonógrafo viejo y pésima grabación, de orquesta barata y como anterior al jazz, al fin y al cabo de esos viejos discos, de los show boats y de las noches de Storyville había nacido la única música universal del siglo, algo que acercaba a los hombres más y mejor que el esperanto, la Unesco o las aerolíneas, una música bastante primitiva para alcanzar universalidad y bastante buena para hacer su propia historia, con cismas, renuncias y herejías, su charleston, su black bottom, su shimmy, su foxtrot, su stom, sus blues, para admitir las clasificaciones y las etiquetas, el estilo esto y aquello, el swing, el bebop, el cool, ir y volver del romanticismo y el clasicismo, hot y jazz cerebral, una música-hombre, una música con historia a diferencia de la estúpida música animal de baile, la polca, el vals, la zamba, una música que permitía reconocerse y estimarse en Copenhague como en Mendoza o en Ciudad del Cabo, que acercaba a los adolescentes con sus discos bajo el brazo, que les daba nombres y melodías como cifras para reconocerse y adentrarse y sentirse menos solos rodeados de jefes de oficina, familias y amores infinitamente amargos [...] todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de la ubicuidad que le ha prestado el Señor [...] algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folclore: una nube sin fronteras...
Rayuela, capítulo 17
Papeles Inesperados
En la antevíspera de la Navidad de 2006, Aurora Bernárdez, viuda de Julio Cortázar, charlaba en su casa de París con el escritor y crítico Carles Álvarez Garriga. En un momento de la conversación, ella extrajo de una vieja cómoda un puñado de manuscritos y textos mecanografiados. “¿Has leído alguna vez esto?”, le preguntó. Aquellas páginas resultaron ser inéditas. Los textos encontrados, junto con otros muchos que habían visto la luz de forma muy dispersa, integran ahora el libro ‘Papeles inesperados’ que la editorial Alfaguara difundirá en España la próxima semana. Reproducimos uno de los relatos incluidos en ese volumen, así como tres historias recuperadas de cronopio
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Llegaré a Estambul a las ocho y media de la noche. El concierto de Nathan Milstein comienza a las nueve, pero no será necesario que asista a la primera parte; entraré al final del intervalo, después de darme un baño y comer un bocado en el Hilton. Para ir matando el tiempo me divierte recordar todo lo que hay detrás de este viaje, detrás de todos los viajes de los dos últimos años. No es la primera vez que pongo por escrito estos recuerdos, pero siempre tengo buen cuidado de romper los papeles al llegar a destino. Me complace releer una y otra vez mi maravillosa historia, aunque luego prefiera borrar sus huellas. Hoy el viaje me parece interminable, las revistas son aburridas, la hostess tiene cara de tonta, no se puede siquiera invitar a otro pasajero a jugar a las cartas. Escribamos, entonces, para aislarnos del rugido de las turbinas. Ahora que lo pienso, también me aburría mucho la noche en que se me ocurrió entrar al concierto de Ruggiero Ricci. Yo, que no puedo aguantar a Paganini. Pero me aburría tanto que entré y me senté en una localidad barata que sobraba por milagro, ya que la gente adora a Paganini y además hay que escuchar a Ricci cuando toca los Caprichos. Era un concierto excelente y me asombró la técnica de Ricci, su manera inconcebible de transformar el violín en una especie de pájaro de fuego, de cohete sideral, de kermesse enloquecida. Me acuerdo muy bien del momento: la gente se había quedado como paralizada con el remate esplendoroso de uno de los caprichos, y Ricci, casi sin solución de continuidad, atacaba el siguiente. Entonces yo pensé en mi tía, por una de esas absurdas distracciones que nos atacan en lo más hondo de la atención, y en ese mismo instante saltó la segunda cuerda del violín. Cosa muy desagradable, porque Ricci tuvo que saludar, salir del escenario y regresar con cara de pocos amigos, mientras en el público se perdía esa tensión que todo intérprete conjura y aprovecha. El pianista atacó su parte, y Ricci volvió a tocar el capricho. Pero a mí me había quedado una sensación confusa y obstinada a la vez, una especie de problema no resuelto, de elementos disociados que buscaban concatenarse. Distraído, incapaz de volver a entrar en la música, analicé lo sucedido hasta el momento en que había empezado a desasosegarme, y concluí que la culpa parecía ser de mi tía, de que yo hubiera pensado en mi tía en mitad de un capricho de Paganini. En ese mismo instante se cayó la tapa del piano, con un estruendo que provocó el horror de la sala y la total dislocación del concierto. Salí a la calle muy perturbado y me fui a tomar un café, pensando que no tenía suerte cuando se me ocurría divertirme un poco.
Debo ser muy ingenuo, pero ahora sé que hasta la ingenuidad puede tener su recompensa. Consultando las carteleras averigüé que Ruggiero Ricci continuaba su tournée en Lyon. Haciendo un sacrificio me instalé en la segunda clase de un tren que olía a moho, no sin dar parte de enfermo en el instituto médico-legal donde trabajaba. En Lyon compré la localidad más barata del teatro, después de comer un mal bocado en la estación, y por las dudas, por Ricci sobre todo, no entré hasta último momento, es decir hasta Paganini. Mis intenciones eran puramente científicas (¿pero es la verdad, no estaba ya trazado el plan en alguna parte?) y como no quería perjudicar al artista, esperé una breve pausa entre dos caprichos pera pensar en mi tía. Casi sin creerlo vi que Ricci examinaba atentamente el arco del violín, se inclinaba con un ademán de excusa, y salía del escenario. Abandoné inmediatamente la sala, temeroso de que me resultara imposible dejar de acordarme otra vez de mi tía. Desde el hotel, esa misma noche, escribí el primero de los mensajes anónimos que algunos concertistas famosos dieron en llamar las cartas negras. Por supuesto Ricci no me contestó, pero mi carta preveía no sólo la carcajada burlona del destinatario sino su propio final en el cesto de los papeles. En el concierto siguiente -era en Grenoble- calculé exactamente el momento de entrar en la sala, y a mitad del segundo movimiento de una sonata de Schumann pensé en mi tía. Las luces de la sala se apagaron, hubo una confusión considerable y Ricci, un poco pálido, debió acordarse de cierto pasaje de mi carta antes de volver a tocar; no sé si la sonata valía la pena, porque yo iba ya camino del hotel.
Su secretario me recibió dos días después, y como no desprecio a nadie acepté una pequeña demostración en privado, no sin dejar en claro que las condiciones especiales de la prueba podían influir en el resultado. Como Ricci se negaba a verme, cosa que no dejé de agradecerle, se convino en que permanecería en su habitación del hotel, y que yo me instalaría en la antecámara, junto al secretario. Disimulando la ansiedad de todo novicio, me senté en un sofá y escuché un rato. Después toqué el hombro del secretario y pensé en mi tía. En la estancia contigua se oyó una maldición en excelente norteamericano, y tuve el tiempo preciso de salir por una puerta antes de que una tromba humana entrara por la otra armada de un Stradivarius del que colgaba una cuerda.
Quedamos en que serían mil dólares mensuales, que se depositarían en una discreta cuenta de banco que tenía la intención de abrir con el producto de la primera entrega. El secretario, que me llevó el dinero al hotel, no disimuló que haría todo lo posible por contrarrestar lo que calificó de odiosa maquinación. Opté por el silencio y por guardarme el dinero, y esperé la segunda entrega. Cuando pasaron dos meses sin que el banco me notificara del depósito, tomé el avión para Casablanca a pesar de que el viaje me costaba gran parte de la primera entrega. Creo que esa noche mi triunfo quedó definitivamente certificado, porque mi carta al secretario contenía las precisiones suficientes y nadie es tan tonto en este mundo. Pude volver a París y dedicarme concienzudamente a Isaac Stern, que iniciaba su tournée francesa. Al mes siguiente fui a Londres y tuve una entrevista con el empresario de Nathan Milstein y otra con el secretario de Arthur Grumiaux. El dinero me permitía perfeccionar mi técnica, y los aviones, esos violines del espacio, me hacían ahorrar mucho tiempo; en menos de seis meses se sumaron a mi lista Zino Francescatti, Yehudi Menuhin, Ricardo Odnoposoff, Christian Ferras, Ivry Gitlis y Jascha Heifetz. Fracasé parcialmente con Leonid Kogan y con los dos Oistrakh, pues me demostraron que sólo estaban en condiciones de pagar en rublos, pero por la dudas quedamos en que me depositarían las cuotas en Moscú y me enviarían los debidos comprobantes. No pierdo la esperanza, si los negocios me lo permiten, de afincarme por un tiempo en la Unión Soviética y apreciar las bellezas de su música.
Como es natural, teniendo en cuenta que el número de violinistas famosos es muy limitado, hice algunos experimentos colaterales. El violoncelo respondió de inmediato al recuerdo de mi tía, pero el piano, el arpa y la guitarra se mostraron indiferentes. Tuve que dedicarme exclusivamente a los arcos, y empecé mi nuevo sector de clientes con Gregor Piatigorsky, Gaspar Cassadó y Pierre Michelin. Después de ajustar mi trato con Pierre Fournier, hice un viaje de descanso al festival de Prades donde tuve una conversación muy poco agradable con Pablo Casals. Siempre he respetado la vejez, pero me pareció penoso que el venerable maestro catalán insistiera en una rebaja del veinte por ciento o, en el peor de los casos, del quince. Le acordé un diez por ciento a cambio de su palabra de honor de que no mencionaría la rebaja a ningún colega, pero fui mal recompensado porque el maestro empezó por no dar conciertos durante seis meses, y como era previsible no pagó ni un centavo. Tuve que tomar otro avión, ir a otro festival. El maestro pagó. Esas cosas me disgustaban mucho.
En realidad yo debería consagrarme ya al descanso puesto que mi cuenta de banco crece a razón de 17.900 dólares mensuales, pero la mala fe de mis clientes es infinita. Tan pronto se han alejado a más de dos mil kilómetros de París, donde saben que tengo mi centro de operaciones, dejan de enviarme la suma convenida. Para gentes que ganan tanto dinero hay que convenir en que es vergonzoso, pero nunca he perdido tiempo en recriminaciones de orden moral. Los Boeing se han hecho para otra cosa, y tengo buen cuidado de refrescar personalmente la memoria de los refractarios. Estoy seguro de que Heifetz, por ejemplo, ha de tener muy presente cierta noche en el teatro de Tel Aviv, y que Francescatti no se consuela del final de su último concierto en Buenos Aires. Por su parte, sé que hacen todo lo posible por liberarse de sus obligaciones, y nunca me he reído tanto como al enterarme del consejo de guerra que celebraron el año pasado en Los Ángeles, so pretexto de la descabellada invitación de una heredera californiana atacada de melomanía megalómana. Los resultados fueron irrisorios pero inmediatos: la policía me interrogó en París sin mayor convicción. Reconocí mi calidad de aficionado, mi predilección por los instrumentos de arco, y la admiración hacia los grandes virtuosos que me mueve a recorrer el mundo para asistir a sus conciertos. Acabaron por dejarme tranquilo, aconsejándome en bien de mi salud que cambiara de diversiones; prometí hacerlo, y días después envié una nueva carta a mis clientes felicitándolos por su astucia y aconsejándoles el pago puntual de sus obligaciones. Ya por ese entonces había comprado una casa de campo en Andorra, y cuando un agente desconocido hizo volar mi departamento de París con una carga de plástico, lo celebré asistiendo a un brillante concierto de Isaac Stern en Bruselas -malogrado ligeramente hacia el final- y enviándole unas pocas líneas a la mañana siguiente. Como era previsible, Stern hizo circular mi carta entre el resto de la clientela, y me es grato reconocer que en el curso del último año casi todos ellos han cumplido como caballeros, incluso en lo que se refiere a la indemnización que exigí por daños de guerra.
A pesar de las molestias que me ocasionan los recalcitrantes, debo admitir que soy feliz; incluso su rebeldía ocasional me permite ir conociendo el mundo, y siempre le estaré agradecido a Menuhin por un atardecer maravilloso en la bahía de Sydney. Creo que hasta mis fracasos me han ayudado a ser dichoso, pues si hubiera podido sumar entre mis clientes a los pianistas, que son legión, ya no habría tenido un minuto de descanso. Pero he dicho que fracasé con ellos y también con los directores de orquesta. Hace unas semanas, en mi finca de Andorra, me entretuve en hacer una serie de experimentos con el recuerdo de mi tía, y confirmé que su poder sólo se ejerce en aquellas cosas que guardan alguna analogía -por absurda que parezca- con los violines. Si pienso en mi tía mientras estoy mirando volar a una golondrina, es fatal que ésta gire en redondo, pierda por un instante el rumbo, y lo recobre después de un esfuerzo. También pensé en mi tía mientras un artista trazaba rápidamente un croquis en la plaza del pueblo, con líricos vaivenes de la mano. La carbonilla se le hizo polvo entre los dedos, y me costó disimular la risa ante su cara estupefacta. Pero más allá de esas secretas afinidades… En fin, es así. Y nada que hacer con los pianos.
Ventajas del narcisismo: acaban de anunciar que llegaremos dentro de un cuarto de hora, y al final resulta que lo he pasado muy bien escribiendo estas páginas que destruiré como siempre antes del aterrizaje. Lamento tener que mostrarme tan severo con Milstein, que es un artista admirable, pero esta vez se requiere un escarmiento que siembre el espanto entre la clientela. Siempre sospeché que Milstein me creía un estafador, y que mi poder no era para él otra cosa que el efímero resultado de la sugestión. Me consta que ha tratado de convencer a Grumiaux y a otros de que se rebelen abiertamente. En el fondo proceden como niños, y hay que tratarlos de la misma manera, pero esta vez la corrección será ejemplar. Estoy dispuesto a estropearle el concierto a Milstein desde el comienzo; los otros se enterarán con la mezcla de alegría y de horror propia de su gremio, y pondrán el violín en remojo por así decirlo.
Ya estamos llegando, el avión inicia su descenso. Desde la cabina de comando debe ser impresionante ver cómo la tierra parece enderezarse amenazadoramente Me imagino que a pesar de su experiencia, el piloto debe estar un poco crispado, con las manos aferradas al timón. Sí, era un sombrero rosa con volados, a mi tía le quedaba…
Artículo publicado en el Diario “El País” el 24 de mayo de 2009.
Encuentro de un cronopio y un fama en la liquidación de la tienda La Mondiale.
-Buenas tardes, fama. Tregua catala espera. -Cronopio cronopio? -Cronopio cronopio. -Hilo? -Dos, pero uno azul.
El fama considera al cronopio. Nunca hablará hasta no saber que sus palabras son las que convienen, temeroso de que las esperanzas siempre alertas no se deslicen en el aire, esos microbios relucientes, y por una palabra equivocada invadan el corazón bondadoso del cronopio.
-Afuera llueve- dice el cronopio. Todo el cielo. -No te preocupes- dice el fama. Iremos en mi automóvil. Para proteger los hilos.
Y mira el aire, pero no ve ninguna esperanza, y suspira satisfecho. Además le gusta observar la conmovedora alegría del cronopio, que sostiene contra su pecho los hilos -uno azul- y espera ansioso que el fama lo invite a subir a su automóvil.
- Los mecanismos de lo fantástico -
Los cuentos fantásticos de Julio Cortázar cuestionan las categorías con las que comprendemos la realidad, tales como el tiempo, el espacio y la causalidad lógica. Por esta razón, puede afirmarse que presentan una visión extrañada del mundo. En los estudios literarios, se llama "extrañamiento" al fenómeno de volver extraños los objetos y la cotidianeidad, cuya percepción tenemos automatizada. Lo fantástico, entonces, se convierte, más que en la aparición de una nueva realidad, en el replanteo de los hechos y acciones cotidianas desde una nueva perspectiva que permite no huir de lo real, sino percibirlo(y comprenderlo) de otra manera.
Para conseguir este efecto, Cortázar recurre muchas veces a alterar algunas de las conocidas dualidades con las que nos manejamos, por ejemplo, cuestionando los límites entre: pasado/presente - acá/allá - yo/otro - sueño/vigilia - realidad/ficción.
El siguiente cuadro muestra ejemplos de esas alteraciones:
Lo familiar y lo extraño . En "No se culpe a nadie", una situación tan cotidiana como la colocación de un pulóver se vuelve extraña y desencadena consecuencias peligrosas.
Pasado y presente. En "La noche boca arriba", a través del dormir y la vigilia, se vinculan el México azteca y una ciudad contemporánea al lector.
Realidad y ficción : En "Continuidad de los parques", los límites entre lo que el lector vive y la materia narrativa que está leyendo se vuelven difusos.
El yo y el otro : La clásica temática del doble se hace presente en "Lejana", cuento en el que Alina Reyes y su doble, una mendiga en un puente helado de Budapest, se vinculan a través de las vividas sensaciones que Alina vuelca en Buenos Aires en su diario.
Lo racional y lo irracional : En "Carta a una señorita en París", la irrupción de lo ilógico se hace presente en un hombre que vomita conejos vivos que desordenan su mundo y lo conducen al suicidio.
Verdad y mentira : En "La salud de los enfermos", para proteger a una madre del impacto que podría causar en su frágil salud una mala noticia, toda la familia sostiene una mentira, a punto tal de terminar tomándola como verdad.
Otro recurso empleado por el autor es la elipsis, que consiste en omitir ciertos datos, lo cual conduce a infinidad de interpretaciones del relato. "Casa tomada" es el mejor modelo, ya que el narrador nunca nombra aquello que "toma" la casa, y esto permite diferentes lecturas.
Hacia una definición del cuento
Cortázar desarrolló a lo largo de su vida, en distintas conferencias y ensayos, una práctica de crítica literaria y de reflexión sobre el rol de los escritores, el cuento como género, etcétera.
En "Algunos aspectos del cuento", conferencia dictada en La Habana en el año 1962, expuso parte de su poética cuentística:
"Tengo la certidumbre de que existen ciertas constantes, ciertos valores que se aplican a todos los cuentos, fantásticos o realistas, dramáticos o humorísticos. Y pienso que tal vez sea posible mostrar aquí esos elementos invariables que dan a un buen cuento su atmósfera peculiar y su calidad de obra de arte".
Interesado en caracterizar al cuento y explicar sus potencialidades, Cortázar lo compara con otras formas artísticas:
• con la poesía, su "hermana", porque comparten la brevedad y el poder de la condensación;
• con la novela, su "opuesto", dado que la novela desarrolla su acción en el tiempo, mientras que el cuento parte de la noción de límite, y
• con la fotografía, porque una foto, como un cuento, supone un recorte, un fragmento reducido del campo visual que sin embargo es capaz de abarcar mucho más. También, y centrándose en el efecto que un cuento debe tener sobre su lector, compara la novela con una pelea de boxeo ganada por puntos y al cuento con una pelea en la que se vence porknock-out.
Los dos aspectos que considera necesarios para el knock-out narrativo son:
La intensidad, que consiste en la eliminación de todas las ideas o situaciones intermedias, de todos los rellenos y fases de transición que la novela permite e incluso exige.
La tensión, que es el procedimiento con el que el autor nos va acercando lentamente a lo contado y que hace que no podamos abandonar la lectura.
Para resumir, un buen cuento será, para Cortázar, una unidad cerrada en la quetodo resultará significativo. A la vez, esa unidad cerrada se abrirá en una cadena impensada de interpretaciones más allá de lo que concretamente narra, de acuerdo con el horizonte de cada lector.
Julio Cortázar explicó las dos circunstancias que guiaron desde el comienzo su búsqueda personal de una literatura alejada del realismo. La primera fue su temprana creencia en un orden secreto que subyace en el mundo. La segunda fue el descubrimiento dela literatura de Alfred Jarry, para quien la verdadera realidad no residía en las leyes, sino en las excepciones. Casi toda la producción cuentística de Cortázar cuestiona que, en este mundo, todas las cosas sean susceptibles de ser analizadas, explicadas y comprendidas racionalmente porque todo, sin excepción, se rige por leyes, reglas, relaciones de causa y efecto, tiempos y espacios adecuadamente mensurados y dentro de parámetros ajustados a la razón. De ahí su interés por las excepciones a estas leyes y por la obra de Jarry.
LA PATAFÍSICA
Alfred Jarry fue un escritor vanguardista que murió en París, siendo muy poco conocido, en el año 1907. En 1949, un grupo de pintores y poetas fundó el Colegio de Patafísica, con el objetivo de resguardar su obra y su memoria. Artistas plásticos, dramaturgos y poetas como Joan Miró, BorisVian,JacquesPrévert,MarcelDuchamp, Max Ernst, Eugéne Ionesco, Rene Clair, Raymond Queneau, entre otros, formaron parte del proyecto cuyo objetivo fue "desbaratar un mundo tiranizado por la mentira, la identidad, la estupidez y la solemnidad".
Hechos y dichos del doctor Faustroll, pata-fisico, novela postuma de Jarry en la que estableció los principios de su ciencia, fue tomada como la obra fundamental de este movimiento.
La patafísica constituyó una burla al positivismo y su doctrina del progreso. Los principios de la ciencia patafísica sostienen, por ejemplo, que:
Ø La esencia del mundo es la alucinación.
Ø Todo saber es siempre personal, y únicamente válido para un instante.
Ø Nada parece nunca lo que es.Todo puede ser su opuesto.
- El breve amor -
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Chris ANTEMANN |
Con qué tersa dulzura
me levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,
me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en el espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente,
para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiéndose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo...
¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos?
- Futuro -
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A.kovelinas |
Y se muy bien que no estarás.
No estarás en la calle
en el murmullo que brota de la noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes
ni en los libros prestados,
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás,
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré
amor mío
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás
y diré las cosas que sé decir
y comeré las cosas que sé comer
y soñaré los sueños que se sueñan.
Y se muy bien que no estarás
ni aquí dentro de la cárcel donde te retengo,
ni allí afuera
en ese río de calles y de puentes.
No estarás para nada,
no serás mi recuerdo
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente trata de acordarse de ti.
- Rayuela- Capítulo 93
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G. Courbet |
"Pero el amor, esa palabra...
Moralista yo, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas,
desconcertado y arisco en la ciudad, donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos.
Amor mío, no te quiero por vos o por mí, ni por los dos juntos,
no te quiero porque la sangre me llame a quererte,
te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado,
ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto,
porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí,
no te alcanzo, no paso de tu cuerpo o de tu risa(...)
...para vos la operación del amor es tan sencilla, te curarás antes que yo(...)
Claro que te curarás, porque vivís en la salud,
después de mi será cualquier otro, eso se cambia como los corpiños.
Stop, ya está bien así(...)
Por qué stop?
Por miedo a empezar las fabricaciones, son tan fáciles.
Sacás una idea de ahí, un sentimiento de otro estante,los atás con ayuda de palabras y resulta que te quiero.
Total parcial: te quiero.
Total general: te amo: Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a alguien y casarse con él.
Lo eligen, lo juro, los he visto.
Como si se pudiese elegir en el amor, como si el amor no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio .
Vos dirás que lo eligen por que lo aman, yo creo que es al revés.
Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto.(...)
Al despedirnos éramos como dos chicos que se han hecho estrepitosamente amigos en una fiesta de cumpleaños y se siguen mirando, mientras los padres los tiran de la mano y los arrastran y es un dolor dulce y una esperanza y se sabe que uno se llama... y el otro ...y basta para que el corazón sea como una frutilla y...
Por qué no?
Hablo de entonces y no de este balance en que ya sabemos que el juego está jugado."
- Esta ternura -
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Guayasamin |
Esta ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.
Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?
- A una mujer-![]() |
O. Vorobeva |
No hay que llorar porque las plantas crecen en tu balcón, no
hay que estar triste
si una vez más la rubia carrera de las nubes te reitera
lo inmóvil,
ese permanecer en tanta fuga. Porque la nube estará ahí,
constante en su inconstancia cuando tú, cuando yo -pero por
qué nombrar el polvo y la ceniza.
Sí, nos equivocábamos creyendo que el paso por el día
era lo efímero, el agua que resbala por las hojas hasta
hundirse en la tierra.
Sólo dura la efímero, esa estúpida planta que ignora la
tortuga,
esa blanda tortuga que tantea en la eternidad con ojos
huecos,
y el sonido sin música, la palabra sin canto, la cópula sin
grito de agonía,
las torres del maíz, los ciegos montes.
Nosotros, maniatados a una conciencia que es el tiempo,
no nos movemos del terror y la delicia,
y sus verdugos delicadamente nos arrancan los párpados
para dejarnos ver sin tregua cómo crecen las plantas del
balcón,
cómo corren las nubes al futuro.
¿Qué quiere decir esto? Nada, una taza de té.
No hay drama en el murmullo, y tú eres la silueta de papel
que las tijeras van salvando de lo informe: oh vanidad de
creer
que se nace o se muere,
cuando lo único real es el hueco que queda en el papel,
el golem que nos sigue sollozando en sueños y en olvido.