APOLO Y CIPARISO


A. A. Iwanow.
En la isla de Jíos, en un valle llamado Carte vivía un maravilloso ciervo bajo la protección de las ninfas. Más hermoso de lo que las palabras pueden describir, portaba sobre su cabeza un par de astas gigantes, con muchas ramas y cubiertas de reluciente oro. De su robusto cuello colgaban guirnaldas de diamantes, y de sus orejas pendían ostentosas piedras preciosas. 
Este ciervo no tenía miedo de los hombres. Iba a su guisa a las casas de las gentes, donde introducía su cabeza, pues todo el mundo quería acariciarlo. Todos los habitantes de la isla le amaban, pero Cipariso más que nadie. Era el joven hijo del rey de Jíos y querido amigo de Apolo, el arquero. 
Cipariso condujo al ciervo por ricos prados y frescos riachuelos de agua cristalina. A veces colgaba aros de flores olorosas de sus grandes astas, y a veces saltaba sobre la bestia mágica y ambos iban riendo a través del florido valle de Carte. 
Era el mediodía de un caluroso día de verano, de insoportable calor. Buscando cobijo de los inclementes rayos del sol, el ciervo se echó en la sombra que ofrecían unos espesos arbustos. A cierta distancia, y cubierto con las hojas, parecía un ciervo más. Cipariso, que era un buen cazador, tan pronto como percibió el ciervo escondido, lanzó su lanza, que nunca erraba el tiro. Ni imaginarse podía que el animal al que acababa de herir mortalmente era el ciervo sagrado. Pero al acercarse y darse cuenta de lo que había hecho, su corazón se llenó de desesperación. Transido de dolor, decidió morir con su astado amigo. 
En vano fueron todos los intentos de Apolo de consolarle, pues su dolor no conocía límites. Así que pidió al dios del arco de plata que le permitiese por siempre penar. Apolo le concedió su deseo, y convirtió al joven en un árbol. Su prieto pelo se convirtió en un follaje verde espeso y su delgado cuerpo se cubrió de corteza de árbol. Ante la mirada de Apolo, creció hacia el cielo y se convirtió en un majestuoso ciprés. Su punta parecía perforar los cielos, como una flecha. Apolo suspiró y susurró: "Durante toda la eternidad te lloraré, hermoso joven y tú, a cambio, compartirás la tristeza de otros. Por eso, desde ahora y por toda la eternidad estarás entre los afligidos."


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