3.30.2013

EL BESO Y SU HISTORIA


Trazar una historia del beso es una excusa para buscar losorígenes del amor, cuya definición varía en el tiempo, así como los besos se fueron suavizando e intensificando, según el propósito del besante.
Según algunos antropólogos el beso comenzó casi por casualidad en la época en que el hombre no había abandonado su caracter salvaje y el olfato era su herramienta principal para detectar los estados de ánimo -y hormonales- de sus congéneres. Todo indica que el acto de acercar la nariz a las zonas donde existe una mayor concentración de olores corporales derivó eventualmente en el beso.
No obstante, el beso como derivado de olfateos tácticos tiene poca relación con los besos modernos, cuya historia es mucho más interesante y adquiere una nueva significancia a la luz de un somero repaso "lingüístico".
El beso era completamente desconocido en el antiguo Egipto, aunque se lo practicaba como ejercicio medicinal en las clases aristocráticas. En cambio, los griegos, romanos, asirios e hindúes se besaban de todas las formas imaginables, algunas de ellas, irreproducibles para el profano moderno, ya que requieren una tonicidad lingüística prodigiosa; como la que poseía cierta amante de la poetisa Safo, a quien se le atribuía la capacidad de besar durante días sin perder la compostura, e incluso permitirse toda clase de evacuaciones orgánicas durante aquella verdadera maratón labial.
A comienzos del siglo XX una corriente de antropólogos paganos, esto es, admiradores furiosos de Freud, afirmaron que el beso está ausente en las sociedades primitivas, pero que abunda en los pueblos donde la maternidad era considerada sagrada, y apuntan quetodos los besos provienen del acercamiento bucal de la madre sobre sus hijos. Un panorama menos edípico señala que el beso es anterior a la psíquis moderna y, por lo tanto, anterior a sus complejos.
En Roma, por ejemplo, se hacía una clara distinción entre besos. Por un lado existía elOsculum, literalmente, "pequeña boca", que designaba al beso cariñoso, tierno, sin connotación erótica de ninguna clase. Su nombre, quizás, se debe al fruncimiento y adelantamiento de los labios durante el acto de besar. Por el otro, existía el Saviari, unbeso que era prolijamente aplicado no solo a los labios del ser amado, sino a otras regiones menos accesibles de su geografía. Esta palabra concluía su utilización práctica en el exacto momento en que el besante esgrimía su lengua sobre aquellas regiones, acto para el que los romanos tenían otros términos más oportunos.
Los griegos también cultivaron el beso en numerosas formas, incluso en algunas que exceden nuestra actual capacidad de besar, como aquel saludo ático que se producía únicamente entre viriles caballeros de alta alcurnia y que consistía en un soberbio chupón en el cuello. En la India, incluso en épocas tan remotas que son inclasificables para el estudioso de la tradición hindú, ya existía el Cumbati, literalmente, "él besa", ya que para esta cultura el beso era privativo del hombre, aunque, de hecho, éste se desarrollase entre un hombre y una mujer.
De aquellas épocas pretéritas surge la leyenda de El libro de los besos, manual que precede al Kama Sutra, y que expone con lujo de detalles todas las clases de besossobre la faz de la Tierra, e incluso más allá, ya que también repara en los besos de los dioses y demonios.
En el occidentebárbaro el beso adquirió un nombre afín al sonido que se produce al chasquear los labios de los amantes. Kiss, "beso", en inglés, proviene del inglés antiguoCyssan, que aplica únicamente al beso entre un hombre y una mujer. Todas las lenguas nórdicas se basan en la misma raíz: Kyssa, para los suecos, daneses y noruegos;Küssen, para los antiguos germanos, se construyen sobre el sonido que produce el beso, detalle que hace pensar en que la sonoridad de los besos boreales poseían una aspereza poco afín al besuqueo mediterráneo.
El beso, además, aparece en toda la literatura antigua como algo natural, cotidiano, que no merece mayor desarrollo ya que todo el mundo lo conocía. Moisés, por ejemplo, besa a su suegro en la Biblia con toda naturalidad, Odiseo, al regresar a Ítaca, no se priva debesar a sus pastores, y hasta el rudo Agamenón se permite algún beso al finalizar el sitio de Troya.
No hay, de hecho, ningún texto antiguo que carezca de besos.
Hasta el mismísimo Satanás tiene su propio beso, llamado en la Edad Media Osculum Infame, efectuado por las brujas y hechiceros como acto de sumisión, y que consistía en arrodillarse y besar el hirsuto trasero del diablo.
Los besos evolucionaron. Algunos mantuvieron la misma forma desde la antigüedad, y otros mutaron, así como muta el amor en el corazón humano, cuya idea de la perfección y pureza varía según la época. Ciertamente, el beso es un símbolo de intimidad, de unión con la otra persona. Ya sea en el vago terreno de las emociones como en el campo epidérmico del amor físico, el beso es un matiz excluyente de las relaciones humanas. Según algunos científicos entusiastas existe cierta memoria genética en torno al beso, que emerge hacia los labios apenas damos nuestro primer beso, y que nos recuerda que el amor excede las directrices antropológicas y psicológicas de nuestro tiempo; ya que todo beso, aún el más nimio e inocente, encuentra su eco en el pasado como una de las pocas costumbres humanas que abarcan la totalidad del globo, y que, por lo tanto, nos definen como especie.


3.26.2013

TEMPUS FUGIT

Mi reflexión desde Leopardi y Baudelaire

G. Leopardi (1798-1837)

Si algo caracteriza al ser humano es la posibilidad constante de parar mientes en los acontecimientos pasados y trazar planes futuros. Entre ambos extremos se sitúa un presente que muy a menudo se nos escapa en tanto que hacemos de lo que no existe materia de nuestra reflexión. En uno de sus poemas más conocidos (“Le ricordanze”), Leopardi hacía hincapié en la añoranza de las fantasías juveniles, siempre seductoras desde la perspectiva de la madurez. El poeta, que más tarde influenció en la mirada trágica de Schopenhauer y Unamuno, dejaba anotado en sus cuadernos que «ciertas ideas, ciertas imágenes de cosas sumamente bellas, fantásticas, quiméricas, imposibles, nos deleitan al máximo, o en la poesía, o en nuestro propio imaginar, porque traen a nuestra memoria los recuerdos más remotos, los de nuestra infancia, cuando esas ideas e imágenes y creencias nos eran familiares y ordinarias».
No es que Leopardi guardara el propósito de recuperar –al modo de Proust en su célebre y monumental novela En busca del tiempo perdido– los momentos ya pasados y por tanto irrecuperables, sino que más bien intenta, a través de sus poemas, evocar una imagen convertida en recuerdo del tiempo juvenil, con el objetivo de transitar de lo cercano en el espacio a lo ya lejano en el tiempo, poniendo de manifiesto el sentimiento de la perpetua caducidad de nuestra condición humana. A través de esta dinámica, el genio italiano instauró en sus escritos todo un modo de tratar con los recuerdos, con nuestra memoria, a través de la imaginación.

¡Oh, esperanza, esperanza: ameno engaño/ de mi primera edad!. Siempre yo, hablando,/ retorno a ti; pues por pasar el tiempo,/ por mudarse de afectos y de ideas,/ olvidarte no sé. Fantasmas, veo,/ son la gloria o el honor; deleite y bienes,/ mero deseo; en la vida no hay fruto,/ inservible miseria. Y si vacíos/ están mis años, si desierto, oscuro/ es mi estado mortal, poco me quita/ la fortuna, lo sé. Ay, pero cuando/ en ti yo pienso, esperanza pasada,/ y en mi primera, amada, fantasía;/ y luego veo mi vida tan mezquina/ y tan doliente, y que la muerte solo/ de tantas esperanzas hoy me queda;/ siento un dolor, siento que plenamente/ consolarme no sé de mi destino.
Leopardi, “Le ricordanze”.

En otro de sus poemas, quizás uno de los más hermosos (“Canto notturno di un pastore errante dell’Asia”), Leopardi establecía un diálogo entre un pastor y la luna, a la que interroga desesperado por la inanidad de nuestra existencia. Si en “Le ricordanze” el poeta intentaba posar su atención en las ilusiones personales y en un pasado siempre mejor, concentra aquí su investigación en el ser de las cosas en general. Ya en sus pensamientos redactaba su terror al verse rodeado por la nada, «yo mismo una nada. Sentía como que me ahogaba, al pensar y sentir que todo es nada, sólida nada». Más allá de la mera constatación del dolor y la vacuidad que a su juicio todo lo gobiernan, indagó en la relación que a une a ambos misterios, el nexo entre la conciencia de la nada y el dolor que su descubrimiento nos procura.

Nace el hombre con pena,/ y riesgo es ya de muerte el nacimiento./ Siente dolor y angustia/ en el primer momento; y desde entonces/ ya la madre y el padre/ lo empieza a consolar de haber nacido./ Y cuando va creciendo/ uno y otro le asisten, y por siempre/ con gestos y palabras/ intentan darle aliento/ y consolarlo del humano estado:/ otra misión más grata/ no cumplen genitores con su prole./ Mas, ¿por qué dar al día,/ por qué tener en vida/ quien luego de ella consolar convenga? [...] Tú, solitaria, eterna peregrina,/ que vas tan pensativa, quizá entiendas,/ esta vida terrena,/ el sufrir nuestro y suspirar qué sean;/ qué son este morir, este supremo/ demudarse del rostro,/ y faltar de la tierra y alejarse/ de toda amante, antigua compañía.
Leopardi, “Canto notturno di un pastore errante dell’Asia”.

El canto del pastor emana del sentimiento de que el cielo, infinito, percibe la incómoda nada que se extiende sobre nuestro ser, y que hace del tiempo una opaca cortina en la que solo reparamos cuando no deja pasar la luz del sol. Leopardi no reduce el discurso del pastor a un penoso lamento, sino que desarrolla una reflexión dolorosa sobre la propia materia del pensar, sobre el carácter de ese sentimiento que, en nosotros, nos confirma que somos una nada en una aún más inmensa Nada. El tiempo, en este sentido, se nos escapa de entre las manos: somos víctimas de una sensación de inane repetición, cuyo único objetivo es conseguir una felicidad que siempre se encuentra en el pasado muerto o en el futuro inexistente. En realidad, nada transcurre en el tiempo, todo acontece en un intelecto repleto de ilusiones por cumplir; la ilusión por cumplir es para el hombre la única verdad que está en condiciones de sentir.
En el fondo, la mayoría de los hombres solo quiere y ansía vivir para vivir. El verdadero objeto de la vida es la vida, y el ir y venir por el mismo camino arrastrando un carro muy pesado y vacío.
Leopardi, Zibaldone de pensamientos, 10 de agosto de 1821

Baudelaire (1821-1867)

Para Leopardi, si algo revela el talante de superioridad de los antiguos no es la felicidad que alcanzaron, sino el hecho de haber creado ilusiones en las que poder habitar. Las mitologías y religiones antiguas, así como la tragedia y la cultura de los griegos antiguos reflejan un mundo en el que, a pesar de constatar el dolor y la desesperación universal, revindican al mismo tiempo una fluida circulación de ilusiones (o “errores prodigiosos”, como Leopardi los llama) que mantienen en jaque el pesado sentimiento de la nada, de la permanente huida del tiempo. Por eso el tedio, el aburrimiento, supone a ojos del poeta italiano (adelantándose a tesis que más tarde plantearía Baudelaire) el perpetuo y funesto acompañante del hombre en su vida, vástago de la razón instrumental que aprisiona y arrincona el poder del mito, de la ilusión.
Frente a la permanente huida del tiempo y la inanidad de la existencia, Leopardi reivindica el poder de la imaginación, única potencia capaz de sortear los hirientes grilletes de la verdad; la ignorancia imaginativa, que no atiende a criterios racionales, sino sentimentales, nos abre la posibilidad de pensar, desde nuestra singularidad, en el infinito, en el ahínco por desbordar la conciencia del límite, destruyendo las coordenadas que nos anclan a la mortal condición humana. En este sentido, la experiencia del olvido del límite y la creación de grietas en el tiempo queda abierta de manos de la imaginación.
Sin embargo, y a pesar de ello, siempre se producirá lo que Baudelaire llamó más tarde “la caída en el tiempo”, el reencuentro con el límite y la constatación de la imposibilidad de superar la infelicidad de la existencia. Lo que el autor francés llamo “spleen” puede ser definido como una suerte de íntima melancolía que agarrota nuestras potencias más originales, paralizando la voluntad y asfixiando el alma; nuestras ansias de elevación quedan así abortadas y nuestros sentidos embotados por un sentimiento abrumador de pesar existencial. Baudelaire lo expresaba así en una carta dirigida a su madre en 1857: «lo que siento es un inmenso desánimo, una sensación de aislamiento insoportable, una ausencia total de deseos, una imposibilidad de encontrar cualquier diversión». Como es sabido, las obsesiones centrales en la obra y en la vida del autor francés fueron la brevedad del tiempo y el avance inexorable del hombre hacia la muerte.
Hay que estar siempre ebrio. Nada más: ese es todo el asunto. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que os fatiga la espalda y os inclina hacia la tierra, tenéis que embriagaros sin tregua. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como queráis. Pero embriagaos.
Baudelaire, Los paraísos artificiales.

Tanto Leopardi como Baudelaire constituyen los antepasados directos de los existencialistas franceses de posguerra; en ellos, por sorprendente que parezca, rastreamos ya los efectos de la modernidad: la náusea, el tedio, la incomunicación, el ser para la muerte, la soledad, el absurdo y la angustia. A pesar del esfuerzo de ambos, nada definitivo podemos hacer contra el carácter irreversible del tiempo (que el francés, asegura en Las flores del mal, “se come la vida”), que queda convertido en auténtico verdugo del género humano. En cualquier caso, Leopardi y Baudelaire no dejan de reclamar el lugar preeminente que la imaginación ha de ocupar, así como, en general, toda potencia que nos aleje de los angostos límites de lo racional. Lo que importa en última instancia es que nuestras percepciones y pensamientos nos conduzcan, en ciertos casos, a lo oculto, porque como ya explicó Novalis, «todo lo visible descansa sobre un fondo invisible; lo que se oye, sobre un fondo que no puede oírse; lo tangible, sobre un fondo impalpable».


3.24.2013

CRÓNICAS MEDIEVALES


Las Grandes crónicas de Francia (Grandes Chroniques de France, en francés) son una compilación de obras históricas escritas entre los siglos XIII y XIV, siguiendo los modelos latinos, con manuscritos notablemente ilustrados.
En ellas se reconstruye la historia de los reyes de Francia desde su origen hasta el año 1461. Es una crónica encomendada por San Luis, quien se propuso preservar la historia de los francos desde la aparición de los troyanos de la Antigüedad hasta su propia época, en una cronología oficial cuya difusión estuvo estrechamente controlada. Fue continuada por sus sucesores hasta ultimarla en 1461.
En esta obra se relatan los principales hechos y gestas de los reinos de todos los reyes franceses de las dinastías merovingia, carolingia y capetiana, con ilustraciones que muestran personajes y acontecimientos de prácticamente todos los reinados.

Death of Samson. Chronique of Baudouin d'Avennes (L'histoire tripartite, Le trésor de sapience). Netherlands, S. (Bruges?); 1473 and c. 1480.
Las Grandes Chroniques de France tuvieron su origen como traducción francesa de las historias en latín escritas y actualizadas por los monjes de Saint-Denis quienes fueron, desde el siglo XIII, historiógrafos oficiales de los reyes franceses. En principio tituladas comoGrandes Chroniques, seguían el rastro de los reyes de Francia desde sus orígenes en Troya hasta la muerte de Felipe II de Francia(1223). Las continuaciones del texto fueron esbozadas primero en Saint-Denis y después en la corte de París. La crónica concluye con la muerte de Carlos VI en la década de 1380.
Esta compilación sobrevive en aproximadamente 130 manuscritos, que varían en la riqueza, número y estilo artístico de sus ilustraciones, copiados y corregidos por mecenas reales y cortesanos, como obra principal de la historiografía vernácula oficial. Durante los primeros ciento cincuenta años de la existencia de estas crónicas su público estuvo cuidadosamente limitado: su lectura se centró en la corte real de París y sus poseedores incluían reyes, miembros de la familia real y la corte y unos cuantos clérigos muy relacionados del norte de Francia. Durante este periodo no hubo copias de esta obra que pertenecía a los miembros del Parlamento o la universidad de la comunidad. (Wikipedia). Ampliaré con estudios propios. 

3.10.2013

BARROCO ESPAÑOL



Spitzer afirma que el arte barroco no puede existir sin sus dos períodos anteriores. No se puede comprender el barroco sin el trascendentalismo medieval, ni sin la vida sensual del Renacimiento. Nos hace ver que el conceptismo y el culteranismo en el fondo son rasgos de estilo medievales. El juego con la palabra propio del conceptismo se corresponde con el espíritu del hombre cristiano, un placer divino que se permite el hombre para acercarse a Dios. El culteranismo, el uso de palabras poco conocidas, es como la actitud del cristiano hacia el latín, como lengua poderosa y ensalzada, propia de las liturgias eclesiásticas


1. CONSIDERACIONES PRELIMINARES


El romanista Leo Spitzer supo conectar la lingüística con la literatura a través de la estilística, método conocido como ‘el principio del círculo filológico’. Tuvo gran interés por la literatura española, de sobra conocidos son sus estudios sobre el arcipreste de Hita y Cervantes. Cabe mencionar –antes de comenzar con el comentario del texto- sus dos grandes obras: La enumeración caótica en la poesía moderna (1945) y Lingüística e historia literaria (1955).

Leo Spitzer nos transmite -en su texto “El barroco español”[1]- una idea fundamental en forma de hipótesis para comprender mejor este periodo (el barroco). La hipótesis de Spitzer es que el barroco se forma como reelaboración de dos ideas (medieval/renacentista) creando una tercera idea (barroco) que nos muestra la polaridad entre los sentidos y la nada, la belleza y la muerte, lo temporal y lo eterno. También niega el hecho de que haya un hombre barroco, señala que lo que realmente hay es una actitud barroca, y como tal, una actitud esencialmente cristiana.

Para llegar a esta conclusión Leo Spitzer nos muestra los distintos significados que a la palabra ‘barroco’ se le han dado. Antes de Wölfflin esta palabra no tenía un sentido preciso. En el siglo XVII su sentido era el de algo extraño, fantástico. Referido al arte –concretamente en Francia- esta palabra servía como menosprecio de ese arte. Ya en el siglo XIX adquirió un significado distinto que servía como oposición a lo clásico. El arte barroco representa la asimetría y es según Wölfflin una evolución histórica forzosa que surge alternativamente a su opuesto, esto es, a lo clásico. Por tanto, el arte barroco es el reflejo del hecho histórico, y así por ejemplo, el ‘acento’ que se imponía en todos los detalles es el reflejo del acento unificador que la Iglesia quería imponer reafirmando e intensificando las creencias. De este modo Wölfflin quiso encontrar ejemplos de situaciones históricas análogas que se correspondiesen con su arte del mismo modo que el barroco con su época. Worringer encontró antecedentes de este arte en el gótico, y sucesores en el romanticismo y en el expresionismo.

Tras esta introducción Spitzer llega a la raíz de la cuestión e indica que es el catolicismo mediterráneo –concretamente el arte barroco español- el que mejor comprendió la parte de la carne en el misterio de la Encarnación de Cristo. Spitzer critica la actitud europea –propia del protestantismo- incapaz de relacionar lo divino con lo humano, y nos dice que fue en su viaje a Sevilla –en la Semana Santa- donde se impregnó de un arte nuevo, propiamente español, quizás con rasgos paganos pero anexionándose espléndidamente con la conciencia de lo eterno. Y así, tras esta elucidación afirma: el tema barroco por excelencia es el ‘desengaño’, el sueño opuesto a la vida, la máscara opuesta a la verdad, la grandeza temporal opuesta a la caducidad. Estos motivos son propios del arte barroco español y se vislumbran en él. Coincide con Vossler en que en España no hay un Renacimiento, aunque algunos temas propios de este periodo se encuentren en el arte y en la literatura española, no se atisban con la misma claridad diferenciadora que en otros países, en España hay un Renacimiento, sí, pero es muy particular.
Spitzer afirma que el arte barroco no puede existir sin sus dos períodos anteriores. No se puede comprender el barroco sin el trascendentalismo medieval, ni sin la vida sensual del Renacimiento. Nos hace ver que el conceptismo y el culteranismo en el fondo son rasgos de estilo medievales. El juego con la palabra propio del conceptismo se corresponde con el espíritu del hombre cristiano, un placer divino que se permite el hombre para acercarse a Dios. El culteranismo, el uso de palabras poco conocidas, es como la actitud del cristiano hacia el latín, como lengua poderosa y ensalzada, propia de las liturgias eclesiásticas.
Spitzer también señala que el barroco español es anterior al clasicismo francés y que no tienen nada que ver ambos estilos, de este modo achaca a Croce que defina el barroco como la búsqueda del asombro, porque esto se corresponde con el clasicismo francés y no con el barroco español.
La última idea que cabe señalar del texto de Spitzer es que es en esta época cuando mejor podemos comprender el arte barroco como producto de dos periodos (medieval y renacentista) y, por tanto, de dos maneras de entender el mundo (desde lo divino y desde lo humano) porque estamos viviendo algo parecido a la España del XVII. Cita a T.S Eliot como ejemplo de poeta con claras analogías con la actitud del hombre barroco del XVII. Por tanto, según Spitzer, esta actitud se ha repetido antes y después, y tal vez se esté repitiendo ahora, y necesariamente se repetirá.

2.CONSIDERACIONES CRÍTICAS

La crítica marxista –como sabemos- ha sido fundamental para desvelar en un periodo artístico o literario una correspondencia exacta o esencial con el momento histórico en que se produce la obra artística o literaria. A pesar de que estos métodos pseudo-artístico-literarios lleven muchas veces al error -debido al interés de dar a una obra un valor social o político que ni siquiera la intención del propio artista en la mayoría de los casos se acercaría- hemos de estar de acuerdo con su interpretación en algunos casos. Para la teoría marxista que una obra refleje su tiempo es algo necesario así como la necesidad de Wölfflin de suponer en la historia una secuencia clásico-barroca, simétrico-asimétrica. Cabe reflexionar sobre la idea que vincula el ‘acento’ barroco con el ‘acento’ unificador de la Iglesia establecido en el Concilio de Trento. Es evidente que un hombre vive en su tiempo, y su lenguaje, su expresión, ya sea artística o meramente comunicativa, se corresponde con su tiempo. Pero el ‘acento’ industrial que transformó el siglo XIX dio lugar al positivismo, y el positivismo no es barroco, ¿o sí? Spitzer señala entonces que el barroco es una actitud que se expresa en un estilo asimétrico. Pero esta actitud nace de una polarización y tal polarización es simétrica en tanto que sus términos se corresponden en la misma medida, pero existe una confrontación. ¿Por qué se llega a esta visión del barroco en un determinado momento? ¿Necesario? Es decir, el neoclasicismo –cuyo arquetipo de estilo es Poussin y sus postuladores iniciales: Winckelmann, Lessing y Goethe, más tarde Burckhardt y finalmente Croce- no acepta la ‘falta de reglas’ y el ‘capricho’ de este arte es sólo imaginable tras la admisión del Impresionismo que sirve para valorar nuevamente el barroco, así lo harán Wölfflin y Riegl. Se completa la visión subjetiva que nació en el Renacimiento –con Miguel Ángel- se prefiguró en el Manierismo –con el Greco- y se vislumbró en el Barroco –español- cuyo puente decisivo hacia el Impresionismo sería Goya. Toda una evolución lógica hacia un lugar común: la muerte de Dios.
No trato de suponer en la hipótesis de Spitzer un método marxista, pero sí una cierta actitud marxista que surge de su influencia por Wölfflin, cuyos métodos tampoco eran marxistas sino, en todo caso, psicologistas. Otro error de Wölfflin, a mi entender, es su imposible huida del formalismo. Le achaca Venturi: Wölfflin no tiene en cuenta que el origen de la obra está en la vida, y no en una obra de arte precedente. Pero hay una tendencia de negación de la obra stricto sensu bastante perjudicial que nace con Wölfflin a pesar de sus limitaciones y que Dvorak –influenciado por Dilthey- configura. Emilio Orozco señala que Dvorak llega a entender el barroco a través de la interpretación de la obra de arte en relación con la creación individual y con todos los aspectos ideológicos de la cultura de su época. Así se atisba el espíritu o el alma del barroco como hecho total, amplio y esencial. Son necesarias las teorías de Hegel, Marx y Freud para comprender el porqué de estas conclusiones. No hay hasta el momento, motivo alguno para deducir un fenómeno negativo de lo expuesto, ya que sin duda estas nuevas teorías han abierto el camino teórico tan enclaustrado por el formalismo. No hay una actitud psicoanalítica-marxista extrema como en el caso de Erich Fromm o de Ernst Fischer. Pero sí que hay un sentimiento, un espíritu que corre paralelo a su tiempo y del que están impregnados ineludiblemente, así como la actitud barroca que Spitzer propone coexiste y se define por su momento histórico.

Es más que evidente la oposición embrionaria carne-trascendencia que Spitzer señala pero no hay en esta oposición un fenómeno de secuencia clásico-barroca tal y como lo explica Wölfllin debido a la acentuación cristiana que se impone en ese periodo. No es la causa de un determinado arte el hecho histórico, no está determinado el arte por el hecho sino por la causa del hecho. El artista parte desde su mundo a la obra en actitud de huida. Elabora un lenguaje que prescinde de sus elementos históricos vinculantes aunque no siempre lo logre. Es esa incapacidad de huida la que lleva al artista barroco a acentuar su arte, a transgredir el hecho histórico que paradójicamente intensifica unas creencias que presumen su derivación en el 
arte, pero este proceso es al unísono. 
Para finalizar. Recordando a Platón, George Steiner nos recuerda que el origen es lo más excelso, a esta máxima yo añado que también el origen debido a su fuerza incipiente es lo más duradero, es difícil saber ciertamente dónde está el comienzo y dónde está su término, dónde su fragancia deja de emanar, dónde su hálito perdura. Podríamos entrar en la cuestión teórica de la interdiscursividad, pero dejemos sólo su tímida mención para no alargar excesivamente estas aclaraciones. La sensación de creer haber llegado o estar llegando al final es propia de nuestra cultura occidental, afirma Steiner. Esto se corresponde con las preguntas esenciales que el cristianismo ha respondido alegóricamente y que ya han llegado casi a su fin gracias a Nietzsche guiándonos hacia la cuestión clave de la modernidad: el suicidio colectivo de la Humanidad. El tiempo condicional y futuro representan la formulación lingüística de la negación de la mortalidad, esto es, representan la esperanza, por tanto son el inicio: el cristianismo. Y el fin de este inicio es otro inicio cuya representación es similar en su esencia: el socialismo utópico. Y si vamos más allá, hemos de señalar el tiempo presocrático como otro inicio similar. Así pues, sólo podemos afirmar que el inicio verdadero no está en el tiempo ni en el lugar, sino en el individuo. Por tanto, no se puede aceptar la creencia del arte barroco como causa de su tiempo. Entonces ¿cómo podemos definir la actitud barroca?: sólo como un estado propio del individuo que se expresa conscientemente desde un estado de asfixia congénito. Innegablemente unido a su tiempo, pero sólo como fenómeno aparente y no sustancial, puesto que lo único sustancial capaz de cifrar y de concebir el tiempo es el individuo en independencia -pero contemporaneizándose- de su multipolar actitud.


3.09.2013

GÁRGOLAS Y QUIMERAS

Grifos, Gárgolas, Quimeras… bestias mitológicas y legendarias que desde sus atalayas contemplan el paso de los siglos en perturbador silencio. Guardianes pétreos de antiquísimos templos, figuras grotescas y retorcidas, seres que aparecerán en las peores pesadillas de todos aquellos que intenten penetrar en su territorio defendido. Seres que en las noches más oscuras, cobran vida y sobrevuelan sus dominios hasta que, al alba, retornan a sus pedestales inmortales, a la espera de que los primeros rayos de sol, los vuelvan a convertir en piedra.
Gárgola (del francés gargouille > gargouiller ‘producir un ruido semejante al de un líquido en un tubo’, latín gargărīzo y griego γαργαρίζω ‘hacer gárgaras’), parte sobresaliente de un caño que sirve para evacuar el agua de lluvia de los tejados.
En la arquitectura da la edad media, especialmente en el arte gótico, son muy usadas en iglesias y catedrales y suelen estar adornadas mediante figuras intencionadamente grotescas que representan hombres, animales, monstruos o demonios. Probablemente, tenían la función simbólica de proteger el templo y asustar a los pecadores. Esto se mantuvo, aunque con menor desarrollo, en la arquitectura renacentista española o incluso en algunas iglesias barrocas.
Es un error extendido llamar gárgolas a cualesquiera figuras grotescas o monstruosas contenidas en iglesias medievales; sólo se pueden calificar como tales las que se ajusten a la función antes especificada. Así, por ejemplo, las famosas figuras monstruosas de función puramente decorativa instaladas por Viollet-le-Duc en la catedral de Notre Dame de París deben ser denominadas quimeras, y no gárgolas.
(Wikipedia)
***
Refiere la tradición oral francesa la existencia de un dragón llamado La Gargouille, descrito como un ser con cuello largo y reptilíneo, hocico delgado con potentes mandíbulas, cejas fuertes y alas membranosas, que vivía en una cueva próxima al río Sena.
La Gargouille se caracterizaba por sus malos modales: tragaba barcos, destruía todo aquello que se interponía en la trayectoria de su fiero aliento, y escupía demasiada agua, tanta que ocasionaba todo tipo de inundaciones.
Los habitantes del cercano Rouen intentaban aplacar sus accesos de mal humor con una ofrenda humana anual consistente en un criminal que pagaba así sus culpas, si bien el dragón prefería doncellas.
En el año 600 el sacerdote cristiano Romanus llegó a Rouen dispuesto a pactar con el dragón si los ciudadanos de esta localidad aceptaban ser bautizados y construían una iglesia dedicada al culto católico.
Equipado con el convicto anual y los atributos necesarios para un exorcismo –campana, libro, vela y cruz–, Romanus dominó al dragón con la sola señal de la cruz, transformándolo en una bestia dócil que consintió ser trasladada a la ciudad, atado con una simple cuerda.
La Gargouille fue quemado en la hoguera, excepción hecha de su boca y cuello que, acostumbrados al tórrido aliento de la fiera, se resistían a arder, en vista de lo cual, se decidió montarlos sobre el ayuntamiento, como recordatorio de los malos momentos que había hecho pasar a los habitantes del lugar.


Sumideros Sagrados

Esta curiosa leyenda, más encantadora que real, viene a explicar el origen de la palabra gárgola como sinónimo de escupir agua con facilidad, intención primigenia de las esculturas ubicadas en las cornisas de iglesias y catedrales medievales.
El concepto de una proyección decorativa a través de la cual el agua se expulsase del edificio era conocido desde la antigüedad, siendo utilizado por egipcios, griegos, etruscos y romanos.
Mientras que los griegos tenían especial querencia por las cabezas de león, fueron los romanos los que utilizaron estos canalones decorativos con abundancia, tal y como lo demuestran los ejemplares de la ciudad de Pompeya, conservados intactos hasta la actualidad merced a la capa de lava que los cubrió durante la erupción del Vesubio, en el primer siglo de Nuestra Era.
Durante la Edad Media, las gárgolas se utilizaron como desagües y sumideros a través de los cuales se expulsaba el agua de la lluvia, evitando que cayera por las paredes y erosionase la piedra. Es esta la utilidad a la que se refieren todos los idiomas europeos, cuando idearon palabras para designar estos apéndices arquitectónicos: el italiano gronda sporgente, frase muy precisa, arquitectónicamente hablando, que significa “canalón saliente”; el alemán wasserspeider, que describe lo que una gárgola puede hacer, esto es, escupir agua; el español gárgola y el francés gargouille, que derivan del latín gargula, garganta; o el inglés gargoyle, derivado de los dos anteriores.
Las primeras gárgolas aparecen a comienzos del siglo XII. Es en la época del gótico, concretamente durante el siglo XIII, cuando se transforman en el sistema predilecto de drenaje, si bien no todas ellas tenían esta utilidad.
Parece que los primeros ejemplos góticos de gárgolas son las que se pueden observar en la Catedral de Lyon, seguidas de las que pueblan Notre-Dame de París.




Un arte terrorífico

Es raro encontrar una gárgola sola. Generalmente suelen estar agrupadas en hileras, sobre los altos de iglesias y catedrales, a modo de una sociedad de gente de piedra.
Las gárgolas del primer gótico apenas si estaban elaboradas, pero según fueron proliferando, el diseño se fue haciendo cada vez más elaborado, transformándose en auténticas obras de arte. El rasgo distintivo de sus expresiones es que nunca eran bellas sino intencionadamente horribles, grotescas o irónicas.
En general, el gótico se caracteriza por ser más realista que el románico, con la excepción de las gárgolas, que parecen perpetuar la fascinación, típicamente románica, por las criaturas grotescas y monstruosas.
Desde finales del siglo XIII las gárgolas se hicieron más complicadas, abandonándose la representación de animales, que fueron reemplazados por figuras humanas. Aumentaron su tamaño y se transformaron en figuras más exageradas y caricaturizadas.
Las connotaciones demoníacas se abandonaron en el siglo XV, cuando se extremaron las poses y expresiones faciales, perdiendo sus significados religiosos y haciéndose más cómicas.
Las gárgolas eran algo más que una decoración funcional, si bien su significado profundo permanece aún sin determinar. Entre las numerosas que pueblan los edificios medievales no se han podido encontrar dos iguales, demostración de la extraordinaria imaginación de sus constructores.
La documentación contemporánea a su elaboración ofrece muy poca ayuda en la resolución del enigma sobre su significado derivado, en gran medida, de la costumbre medieval por crear ambigüedad, lo que provoca y permite múltiples sentidos.
La gran variedad, tanto en formas como en significados, va en contra del uso típicamente medieval, esto es, educativo; si se quería enseñar es evidente que debía entenderse el mensaje transmitido a través de las gárgolas. Es por ello que encontramos gárgolas no sólo en iglesias y catedrales, sino también en edificios seculares y casas privadas.
Esteban de Sousa

Coral G

Guardianes de la Fe

Son muchas las explicaciones que se han intentado buscar, a lo largo de los siglos, para explicar el significado oculto de las gárgolas. Se han visto como símbolos de lo impredecible de la vida, pues nunca representan especies animales conocidas.
En otros casos, se ha dicho que son las almas condenadas por sus pecados, a las que se impide la entrada en la casa de Dios. Esta podría ser una interpretación apropiada, especialmente, para las gárgolas más visibles y terroríficas, que pueden servir como ejemplo moralista de lo que puede ocurrirle a los pecadores.
De todas las explicaciones posibles, la más aceptada es aquella que nos habla de ellas como guardianes de la Iglesia, signos mágicos que mantienen alejado al diablo. Esta interpretación puede explicar el porqué de tan diabólicos y espantosos aspectos y su ubicación fuera del recinto sagrado.
Esta línea argumental es la seguida por Richard de Fournival, Obispo de Amiens en el siglo XIII, y autor de Roman d’Ablandane, donde cuenta cómo el maestro cantero Flocars hizo dos gárgolas de cobre, que situó en la puerta de entrada a la ciudad de Amiens, con la intención de que evaluaran las pretensiones de todo aquel que quisiera entrar en ella.
Si el individuo era malévolo, las gárgolas escupían un veneno sobre él que lo mataba; por el contrario, si era una buena persona, los guardianes se encargaban de escupir oro y plata.

EnriqueRM

Señales Demoníacas
Entre las posibles interpretaciones que se han atribuido a las gárgolas destacan aquellas que las asimilan a representaciones del demonio, tan presente en el imaginario colectivo medieval, que recuerda al cristiano la necesidad de seguir los preceptos religiosos si quiere escapar del infierno.
Así, muchas de las llamadas gárgolas grotescas parecen representar a dragones, diablos y demonios, símbolos del mal para el cristiano de la Edad Media.
El dragón fue el animal fantástico más reproducido por el arte medieval. La palabra dragón deriva del sánscrito dric, que significa “mirar”, en referencia a la capacidad de este animal para destruir con sus ojos.
Mientras que otros, como el león, podían alternar su carácter maléfico y benéfico, según la representación que se considerase, el dragón siempre ha significado, dentro del arte occidental, maldad y destrucción. De esta forma, muchas veces se ha representado al diablo como un dragón.
Aunque el arte medieval no predeterminó una representación fija del dragón, sí puede observarse en todos ellos la existencia de alas semejantes a las de un murciélago, animal asociado a la oscuridad y el caos. Alas que, probablemente, indican el origen angélico del demonio.
Como es de sobra conocido, antes que Lucifer se revelase y fuera expulsado del paraíso, era el más bello de todos los ángeles. Pero cuando cayó, toda su belleza se transformó en fealdad, cambiando su nombre por el de Satán, que significa “adversario u oponente”.
Si uno es el diablo, Satán, muchos son los demonios, espíritus maléficos servidores del ángel caído. Su representación en la iconografía medieval recoge todo lo que de repugnante y desagradable tenía la naturaleza: si Dios era el Creador de todas las cosas bellas, su oponente, Satán, sólo podía representar lo feo, sórdido y despreciable.
Ciertas gárgolas muestran estas características, sólo atribuibles al demonio y sus servidores. Si bien la apariencia externa es humana, hay numerosos signos demoníacos: los cuernos, las orejas animales puntiagudas, los colmillos, las barbas, las alas membranosas, la cola, los pies en forma de patas hendidas y desgarradoras, los cuerpos desprovistos de vello y el semblante amenazador…
Una gárgola con alguna de estas características, sino todas, era inmediatamente asociada al mal, por parte de sus espectadores medievales.
La fisionomía polimórfica de estas gárgolas diabólicas era la expresión perfecta de la habilidad del demonio para transformarse, para presentarse ante el cristiano desprevenido bajo diversos disfraces.
Artículo de Mar Rey Bueno, revista Enigmas.



Quimeras de Notre dame

via
marccioni

Catedral de Köln. 

Barrio gótico de Barcelona. 

Terry.Tyson







Catedral de Chartres


Monasterio de San Juan de los Reyes. Toledo. 

3.08.2013

LAS EDDAS




Los mitos nórdicos se formaron en el Cáucaso y llegaron hasta el Rhin sobreviviendo más tiempo en los países escandinavos, especialmente en Islandia, la tierra del hielo y el fuego.
Etapas del Mito:
En más o en menos los autores reconocen que la formación de los mitos es lenta y atraviesa principalmente tres etapas:
1. La etapa mágica: su comienzo es animista y mágico; los hombres creen ver en los fenómenos naturales y en los fetiches que fabrican, ciertas fuerzas extranaturales. Son como vagas deidades impersonales.
2. La etapa figurativa: durante la misma, esas fuerzas mágicas, ínsitas en las cosas, se separan y adquieren personería. Es el momento en que los dioses toman su nombre propio. La mitología nórdica había llegado a este paso cuando se encontró con el cristianismo.
3. La etapa del panteón: por último esos dioses traban relaciones entre sí y adquieren una función determinada dentro del conjunto mítico. Aquí están ubicados los dioses supremos e inferiores, solares y tectónicos, diurnos y nocturnos, buenos y malos. Por no haber alcanzado esta etapa, la mitología nórdica es desordenada.
Los mitos del norte:
“No se debe negar a la mitología nórdica una trágica grandiosidad y una dinámica tesitura no alcanzada por ninguna otra mitología”
(Bruno Vignola, “Historia de las religiones”).
En la mitología nórdica es dable encontrar mitologemas comunes a otras culturas primitivas.
Algo llama la atención en la mitología germánica, y es la serie de contrarios que narra; casi estamos tentados en llamarla “mitología de las antinomias”, entre las cuales se destaca la guerra como la más grave.
“De la mitología nórdica se puede decir, con Paul Valéry, lo que de la poesía actual, y es que incita más a arrojarse en el corazón de la existencia que a su conocimiento y contemplación”. Y nosotros agregaríamos que ello es así puesto que la poesía actual está bajo la influencia de lo nórdico.
“Tampoco se debe ignorar un hecho importante: en el mundo nórdico, la carencia de personificaciones netas como las del mundo meridional, se basa en el carácter dinámico, fluente, metafórico y hasta cierto punto indeciso de las creencias de dichos pueblos septentrionales” (Cirot).
Génesis del Todo
Dice el mito que en un comienzo sólo existía un gran Abismo Abierto o Ginungagap dentro del cual había una región de hielo y niebla hacia el norte y otras de llamas y fuego hacia el sur (antinomia del hielo y el fuego). Esta oposición puede haber sido sugerida por la misma naturaleza de Islandia (isla ártica con numerosos y enormes geisers).
Agrega el mito que en ese Abismo Abierto vivía un “hombre” llamado Ymir; algo así como un ser primordial que se alimentaba de la leche de una vaca fantástica. No había dios alguno. Los dioses vinieron después de Ymir. Nacen precisamente de éste y son de dos razas diferentes y opuestas: los Anen y los Wanen (antinomia de los dioses).Son estos dioses los que modelan la tierra firme y en ella forman el Jardín Central o Mittgard. En una playa del Mittgard aparecen un día, un fresno que es un hombre, Ask, y un olmo que es una mujer, Embla, y en ellos comienza la raza humana. Era aquella una época de oro en que no se conocía la guerra.
Tres cosas queremos destacar de este mito:
a. En primer lugar no existe el concepto de “creación a partir de la nada” propia de los cristianos, puesto que antes de ser creada la tierra por los dioses, y a existía el Abismo Abierto, el Hombre y la Vaca, cuya creación y origen no se explica.
b. Las antinomias que hemos señalado son un rasgo característico de los nórdicos y que influirá en la filosofía moderna.
c. El hombre es anterior a los dioses y resulta imposible dejar de percibir en este mito el brote de aquel humanismo absoluto que, en tiempos modernos, exaltará al hombre a la categoría de un dios (Nietzsche).


Odín y el Lobo
El supremo Padre de Todos en los países escandinavos es Odín, dios de la guerra que, en los países germanos, se llamó Wotan (la palabra “dios” es de origen ario o indoeuropeo y significa tanto como “Padre del Cielo”. Etimológicamente lo más seguro es que derive de “dievus” que luego de varias transformaciones, llega al griego como “Zeus” y de ahí al latín como “Ju-piter”, y más tarde “Divus”. La palabra semítica que menciona a la divinidad es otra: “Elhoim”).Wotan tiene un hijo que es Thor. Al final de los tiempos, durante el Ragnarök, Odín se enfrentará con el Lobo, símbolo del mal, y será devorado por éste. Mientras tanto Odín vigila.
Señalaremos dos cosas en este mito:
a. La antinomia entre el bien y el mal, simbolizada entre Odín y el Lobo y la derrota final del bien; ello concuerda ajustadamente con el espíritu ora exaltado ora pesimista de los germanos.
b. El hecho de que Odín no sea dios de la justicia y la armonía, sino de la “guerra” es decir, de los contarios que luchan entre sí; esto se explica por la naturaleza guerrera de los hombres de norte. En cambio en Grecia, Marte, dios de la guerra, estaba subordinado a Zeus, y no era pues, el primero.
Thor y Loki:
Thor es el hijo de Odín y simboliza el trueno armado con su martillo Myölnir que es el rayo. La misión de Thor es nobilísima y consiste en combatir permanentemente a los gigantes de hielo y a los gigantes de fuego, otra simbolización del mal. Con furia arroja Thor a Myölnir, el rayo, contra esos monstruos de las montañas.



Pero su enemigo último y definitivo es Loki, dios de todas las fuerzas del mal, con quien Thor deberá luchar durante el Ragnarök hasta ser vencido por éste. “El mitologema central de la serio arcaica del Edda estuvo constituido por la lucha de Thor contra Loki”.
Y aquí debemos señalar:
a. nuevamente la derrota de las fuerzas del bien por las del mal, lo que otorga a esta mitología una diferencia polar con las ideas de otras culturas.
b. Otra antinomia más.


Valquirias y Nornas

Las Valquirias son las salvadoras de los guerreros que mueren en combate. Bajo el mando de Odín señalan quiénes han de morir heroicamente; luego los recogen en sus fuertes corceles y los llevan al Walhalla donde, una vez vueltos a la vida, les sirven. “Las Valquirias son una extraña mezcla de belleza y ferocidad, de femineidad y fortaleza, crean un ambiente de misteriosa sensualidad donde se unen la muerte y la vida, y que las hace obsesivamente atrayentes”.
Las Nornas son todo lo contrario, es decir, simbolizan la perversidad. En un comienzo la Edad de Oro estaba fuera del tiempo y, por lo tanto, nadie envejecía (mito de la eterna juventud); como no había tiempo, tampoco había destino pues todo estaba ya cumplido. Pero un día, de la tierra de los gigantes, el Asgard, que está más allá del Mittgard, vinieron las mujeres en número de tres, las Nornas. Con ellas comenzó el tiempo pues representaban el Pasado, el Presente y el Futuro. Ahora los hombres comenzaron a envejecer y hubo para ellos destino, el que era dictado, precisamente, por las Nornas y cuyo cumplimiento era fatal. Con las Mujeres, además, comienza la guerra y concluye la Edad Dorada.

Freya es la diosa del amor voluptuoso, es decir, la Afrodita de los bárbaros y simbolizó el canto a la vida terrena.

Freya es la diosa más hermosa.
Gústanle los cantos de amor;
A ella conviene recurrir
En los asuntos del corazón”
(de la Edda de Snorry)


Las sugerencias que estos mitos provocan podemos resumirlas así:
a. Una nueva antinomia entre las Valquirias que son las salvadoras y las Nornas que son perversas. Y también se desliza aquí el enigma de la vida y la muerte.
b. Las Valquirias, como constante presencia femenina, aumenta en los guerreros su coraje. A su turno los caballeros medievales tendrán siempre presente a su dama (“Las Valquirias resultan para los hombres del norte una necesidad y un elemento de gran valía para excitar el instinto fanático” Cirot).
c. También la antinomia entre las Valquirias y Freya, pues la primera incita a los hombres a la muerte, mientras la segunda los ata a la vida sensible.
Naturaleza y Arte Abstracto:
Los hombres del norte tuvieron una especial predilección por la naturaleza, pero entendida como “bosque”; allí, en la penumbra del follaje o en las fuentes de los ríos habitaban dioses, héroes, doncellas y monstruos. El lugar de culto eran los grandes árboles o los bosquecillos sagrados. En cambio la naturaleza para los griegos (Phycis) era más bien el cielo diáfano del Mediterráneo o los astros que relumbraban en la noche.
El Fresno Universal llamado Iggdrasill se encontraba en el Mittgard. En sus ramas anidaban los dioses y de su follaje se desprendía un constante rocío que mantenía el verdor de los campos:





Dicho fresno es el más colosal
Y el más majestuoso de todos los árboles.
Sus ramas se ciernen sobre todos los mundos
Y llegan por encima de los cielos.
Es el Fresno Iggdrasill,
En él hallarás a los dioses
Dictando sentencias todos los días”
(Snorry)

Las observaciones que cabe consignar son las siguientes:
a. El Fresno Universal parece significar la totalidad y, por tanto, la unidad de los contrarios. Sin embargo llevaba larvada la contradicción. Más adelante en el Renacimiento la naturaleza asumirá dos significados dicotómicos. “Es notable ese sentido vital y casi panteísta con que los pueblos nórdicos conciben a la naturaleza y que contrasta con los sentimientos trágicos que otras veces les sugiere” (Branston).
b. Pese a esa inclinación por lo orgánico y vital, el arte nórdico fue abstracto y esquemático. Es inexplicable que, por una parte, se busque lo biológico y, por la otra, lo geométrico. Una columna gótica de un templo es un árbol pero tan estilizado que ni se lo reconoce.
El Walhalla o Salón de los Muertos:
El Walhalla es el cielo de los hombres nórdicos. Allí van los muertos en combate para entrar en la Batalla Perdurable. Odín, que es el padre de los muertos, los recibe en ese inmenso lugar cuando las Valquirias los traen. Allí los héroes continúan guerreando todos los días, y, de morir, al día siguiente resucitan. De este modo se preparan, junto a Odín, para el Ragnarök, gran batalla en que los dioses han de enfrentarse con las fuerzas del mal.
“La creencia en el Walhalla y en los placeres de una existencia extraterrena hubo de surgir para amparar la vocación guerrera en una continua vida de combates y de prelaciones peligrosas o de aventuras casi inconcebibles sobre navíos como barquichuelos por los helados mares del norte” (Cirot). En el Walhalla los guerreros también juegan, beben y disfrutan.
En cambo los cobardes bajan al Hel y de allí al Niflhel, que se halla en las más remotas profundidades, nueve mundos más abajo (Brandston). Es imposible dejar de ver en esta imagen la influencia remota en los diversos círculos que Dante y Virgilio van descendiendo en el Infierno de la Divina Comedia escrita muchos siglos después.
Y observemos:
a. Los nórdicos no pudieron concebir otro paraíso que el de la perpetua contradicción, cuyo prototipo es la guerra, lo cual contrasta fuertemente con la armonía de las celestes esferas que los griegos admiraban como lo sublime.
b. No es un cielo para todos sino únicamente para los nobles guerreros. La diferencia con la religión cristiana se echa de ver por sí sola en la cual la promesa del cielo está reservada para aquellos que hayan conservado su temeroso corazón de niños.
El Ragnarök:
El Ragnarök o Destrucción de los Poderes Divinos es la creación más terrible del mito nórdico. Al final de los tiempos habrá una sangrienta y helada lucha en la cual las fuerzas de los dioses serán destruidas por los monstruos tectónicos capitaneados por Loki. “El mito del Hel se refiere a un lugar subterráneo, oscuro y misterioso, cárcel de monstruos que se rebelan y alteran el orden establecido y prefigurado por los dioses” (Branston). En alemán Götterdämerung, Crepúsculo de los Dioses.


El sol se oscurece,
La tierra se hunde en el mar;
De sus puestos en el firmamento
Las fúlgidas estrellas se desprenden;
Fuego y húmedo ascienden
A lo alto y chocan
Con ardor caliginoso
Contra el propio dielo.

El sol de los dioses de las batallas
Relampaguea en su espada;
Las cimas de los despeñaderos caen
Cuando los gnomos corren;
Los cadáveres marchan por el camino infernal
Y el cielo se parte.

El hermano con el hermano contiende,
Uno y otro se destrozan;
Hijas e hijos
Se mezclan incestuosamente;
El hombre es el juguete
de una ingente prostitución;
tiempo de hacha y espada,
los escudos se hendirán;
tiempo de viento y de lobo,
antes que el mundo termine.

El mar tempestuoso
Escupe a la faz del cielo,
Penetra en la tierra
Y anega el firmamento,
Del que se desencadenan celliscas
Y crueles vendavales;
Porque así acontecerá
Cuando los poderes estén condenados.
(Del Völuspá)

“La irrupción de los monstruos teutónicos en la región de los dioses provoca la Conflagración” (Cencillo). El Fuego lo devora todo y el mundo se reduce a cenizas; un gran año cósmico ha concluido. Hasta las fuerzas del mal serán calcinadas. Luego se iniciará otro año cósmico que tendrá igual suerte (“Sobre el carácter trágico planea, sin embargo, la misma esperanza que señala la religión más antigua de la India, pues, tras el Ragnarök, con el fin del mundo por el fuego, todo ha de resucitar más puro y renovado” (Cirot). No compartimos esta opinión, pues, el nuevo ciclo que empieza concluirá de igual modo y así eternamente, aunque se admita que cada ciclo es superior al anterior. El mito del Eterno Retorno no deja escapatoria. El Eterno Retorno de los nórdicos (ver Netzsche).
El Ragnarök merece muchos comentarios, pero nos reduciremos a estos:
a. Todo el mito nórdico es pesimista, como el oriental, pues algún parentesco tienen y que les vienen de su origen común. El triunfo del mal es inevitable, la tierra reventará al cielo, la materia asolará al espíritu.
b. Y no podía ser de otro modo, pues aquel Abismo Abierto, origen de todo, al final de los tiempos volverá a tragarse los hombres y los dioses que de él salieron. Poner al hombre antes que a los dioses es invertir el orden de las cosas y ello no puede sino concluir en la destrucción de ambos. Humanismo más materialismo no llevan sino a la negación.
c. El temperamento gótico es así: exaltación primero y desesperación después; primero Hegel, luego Kierkegaard. La influencia de esta actitud hará nublarse en occidente aquel carácter clásico de virtudes con medida y armonía que ponía freno, tanto en la victoria cuanto en la derrota, a griegos y romanos.
d. Y ello es producto de la falta de “logos”, es decir, de la carencia de una visión intelectual de la realidad, reemplazada por el “corazón” liberado a sus propias fuerzas que tanto estalla como se deprime.
Ragnarök y Apocalipsis:





El Apocalipsis es el último libro de la revelación cristiana y que adelanta lo que ocurrirá al final de los tiempos. La interpretación pesimista del Apocalipsis es un canto de esperanza de la nueva vida en nuevos cielos y nueva tierra; es el triunfo del amor de Cristo cuando las naciones sean puestas como alfombras bajo sus pies. Nada hay sobre el poder de la mansedumbre del Cordero, puesto que él es “el que abre y nadie cierra y el que cierra y nadie abre”. La propia iniquidad de los hombres los destruirá en sucesivas plagas cuando los astros se retiren y el cielo se repliegue para dar paso a la luz. Se echa de ver que los sentidos del Ragnarök y del Apocalipsis son polares, inconfundibles.
Supervivencia del Mito:
Numerosos son los órdenes en los cuales podemos encontrar rastros de los antiguos mitos. “Buena parte de los mitos permanece todavía viva, y es capaz de estimular la imaginación y la voluntad del hombre” (Cirot).
1. Se ha señalado que el mito, al perder su fuerza peculiar, ha quedado relegado al mundo de los cuentos infantiles. Caperucita Roja y el Lobo; Blanca Nieves y los Siete Enanitos; Los Viajes de Gulliver (al país de los enanos y al país de los gigantes), tienen sin dudas antecedentes mitológicos. Thor, por ejemplo, es el inspirador de las novelas policiales, de las historietas y películas en las cuales el actor lucha incansablemente contra el mal.
2. En el arte hay referencias expresas al mito como en el caso de Ricardo Wagner y su ópera: “El anillo del Nibelungo”, que concluye con el Götterdämerung. En las películas de Bergman, las referencias son implícitas y suscitadas en un ambiente de misterio e irrealidad; en su temática golpea angustiosamente la pregunta por el sentido de una existencia predestinada al desastre.
3. En Islandia se conserva la costumbre de celebrar una lucha de caballos en honor a Odín. En Suecia se pueden encontrar túmulos y bosquecillos sagrados. No hay dudas de que el Árbol de Navidad desciende del Fresno Universal debidamente bautizado. En algunas catedrales góticas se pueden apreciar bajorrelieves de enanos y dragones.
4. Thor, el gran caballero del mito, también debidamente cristianizado, dará lugar a la épica medieval de caballería; a ese ideal de justicia que impartía el brazo armado del caballero en nombre de su Dios y su dama. ¿Quién no ha leído Gilfrido de Ivanhoe, valiente defensor de una bellísima judía? ¿O esa figura más triste del nobilísimo don Quijote, caballero de la Mancha que se enfrentaba a molinos de viento creyendo que eran gigantes?
5. El Romanticismo medieval que colocó a la mujer tan alto como pudo y que en tiempos modernos la exaltará en demasía llegando a creer que es un ser intermedio entre los hombre y los ángeles es también un rastro de las Valkirias. Y Bécquer que cree en Dios porque ella lo ha mirado.
6. El nazismo intentó revivir ese paganismo nórdico, educando militarmente a su juventud.
7. Dice el mito que Odín es el rey de los Condes y Thor de los Siervos, ¿Cómo no ver en esto un lejanísimo antecedente de las luchas de clase?
8. La famosa oscuridad de los filósofos alemanes no tiene otra explicación que la herencia de aquel espíritu fluente, contradictorio, brumoso de los germanos.
9. Durante el Renacimiento la exaltación de la naturaleza deriva directamente del espíritu gótico. El humanismo moderno que se da conjuntamente estaba ya potenciado en el mito del hombre primordial Ymir. Y, por lo mismo, el materialismo recibió un fuerte impulso de esta tendencia hacia lo tectónico, hacia el Abismo Absoluto.
Resumido de:
- Fernández Sabaté: “Lecciones de Filosofía” Editorial Guadalupe, Tomo II. 1985. Pàgs. 12 a 22.


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